El interés por las drogas psicodélicas como herramienta para tratar enfermedades psicológicas creció como la espuma en los años 50. De hecho, como informa la revista Futurity, en Estados Unidos se produjeron más de un millar de estudios durante ese periodo. La esperanza de los científicos consistía en comprobar la supuesta efectividad de estos psicoactivos en la lucha contra la depresión, la ansiedad, el estrés postraumático y algunas adicciones. Sin embargo, todo se frenó en los años 60 y 70. Las posiciones más conservadoras atacaron el fenómeno, generalmente vinculado al hecho ocioso que tenía su consumo en ciertas dosis –recuerden la revolución hippy–, y echaron definitivamente por tierra el trabajo de los años anteriores en 1971, después de una convención de las Naciones Unidas.