Jesús Nieto Jurado publica ahora sus memorias, aún en la década de los treinta, pero si cuentan un cuarto mitad de lo que ha vivido, bienvenidas sean
De tarde en tarde me doy el caprichito de ir a Casa Aranda, fundada en 1932, el mejor sitio para comer churros en Málaga y en el mundo. Esa calle Herrería del Rey es además una de las pocas que quedan en la ciudad con su toque antiguo, con una estrechez y un abigarramiento que son una inmersión en otra época. En ciertas calles de Lisboa y Río de Janeiro me acordé de ella, y ahora en ella me acuerdo de Lisboa y Río de Janeiro. Si me abandono en una mesita, puedo percibir a mis paisanos como lisboetas o cariocas que hablasen en malagueño.
Venezuela son las lágrimas secas de Karina Sainz, en su pisito de la plaza de Santa Ana cuando ve en qué quedó su barrio y su gente allá en Caracas: lágrimas cargadas de futuro. Venezuela es el caimán eterno y el fallo del sistema. Venezuela es la página errónea de la Historia, lo que pudo ser el referente y se convirtió en el enemigo del patio trasero.
Después de dirigir el desembarco nortemericano en la Segunda Guerra Mundial, Ike Eisenhower fue lanzado como candidato a la presidencia de los Estados Unidos en 1952. Aquel patriota obedeció a los publicistas de Madison Avenue y se interpretó a si mismo en unos montajes televisivos llamados Eisenhower Contesta a América, donde respondía acartonadamente a las preguntas de unos actores que hacían de ejecutivos, granjeros o camioneros. Para ser llevado hasta la conquista de la Casa Blanca, al aspirante le encasquetaron una tonada de Irving Berling y unos alegres dibujos animados de Walt Disney, donde bajo un sol resplandeciente, sonaba I Like Ike, una ligera cancioncilla casi infantil.
Algo que ciertamente no se nombra con la palabra azar, sino con la palabra amistad, hizo que en el último tramo de mis lecturas de 2018 hubiese tres auténticas delicias. Tres libros elegantes, vitales y fecundos, con su puntito de melancolía, que es la señal de la alegría que va en la corriente del tiempo:
El terrorista tiene algo que no tienen los delincuentes comunes. Tiene, como el guerrillero, un encanto, un aura, unas manos que, aunque manchadas de sangre, nos parecen hermosas. “Hay algo noble en todas las espadas”, decía el poeta. Y sí, quizá le presuponemos una suerte de nobleza abstracta a quien asume el riesgo de ejercer […]
Viajé en un Blablacar con alguien que me dijo que no había votado nunca y que pensaba que “cuanta más gente vota, peor es el resultado.” Era alguien formado, viajado, con intereses cosmopolitas. Yo le respondí con algunos clichés que he interiorizado: que la democracia no está hecha para que salga el mejor resultado, sino para que simplemente todos tengamos voz y participemos; le dije la frase de Churchill que realmente no es de Churchill: “la democracia es el peor sistema de gobierno a excepción de todos los demás.” Pero me sentí en cierto modo impotente. Algo tan obvio me resultaba difícil de explicar de manera breve y convincente. Él aceptó que era un mal menor, y yo acepté que el votante racional obviamente no existe. Pero no supe explicar por qué creo en la democracia sin usar abstracciones o metáforas (quizá porque no soy alguien especialmente persuasivo).
Una próspera abogada demócrata está en su casa frente al televisor viendo la toma de posesión como presidente de Estados Unidos de Donald Trump. No puede soportarlo y apaga la tele. Como si no verlo fuera a convertirlo en mentira. Así empieza The good fight, de Michelle y Robert King, spin-off de The good wife, protagonizada por Diane Lockhart, la abogada que ve cómo su mundo se tambalea, cómo una estafa millonaria se lleva por delante sus ahorros (y con ellos su plan de jubilación en Europa) y cómo se ve obligada a seguir trabajando. El mundo se ha vuelto loco es una de las frases que más repite a lo largo de la serie. Lockhart se debate entre entregarse también a la locura o tratar de mantenerse estable, al menos en su parcela. Me he enganchado este verano a la serie –desde Juzgado de guardia, que veía de pequeña con mi hermano y mi madre por las noches, me gustan las series de abogados–. Mi madre, mi hermana y yo la llamamos “la serie de las abogadas” porque los personajes mejor construidos y que llevan la carga narrativa son mujeres (y abogadas).
Un miembro de la llamada Manada tendrá que declarar este domingo ante el juez para dar cuenta del presunto robo de unas gafas de sol y por embestir, también presuntamente, a dos vigilantes de seguridad cuando huía en coche. Es algo relativamente sorprendente. Desde que salieron en libertad, los chicos parecen haber recuperado con un desparpajo un tanto sorprendente lo que parecía ser su vida normal. Quienes con gran alboroto descubrieron que eso incluía salir de fiesta no parecen muy sorprendidos de descubrir que eso incluya robar gafas de sol y darse a la fuga. Tal capacidad de invertir lo común me reafirma en la idea de que estos tipos merecen una entrevista.