Para medir la fascinación y la mística de una causa, nada como ver quienes son sus apóstoles sobrevenidos. La estrategia nacionalista en Cataluña ha invertido energía y dinero en dotarse de una proyección que traspasara fronteras, pero a estas alturas sus figuras internacionales más conspicuas son Assange, Varoufakis y Yoko Ono. No son muchos –más o menos los mismos que en defensa del silbo gomero– pero es difícil encontrar un grupo más peculiar: el ciberactivista formado en los hackers Subversivos Internacionales que ha pasado cinco años en una embajada de Ecuador huyendo de dos delitos de violación y acoso, el ministro pijipop de Grecia elevado a icono antisistema al que en su país acusan de alta traición, y una artista de arte casi desconocido que se cargó a los Beatles. Enorme panda.
Cuentan de un jefe de Estado que se quejaba de la falta de privacidad y decía que solo la tenía en el baño. Va a ser que no. Ni para ese jefe de Estado ni para nadie: no hay un resquicio de nuestra vida, una manía, un capricho, una pasión, un error, que podamos mantener oculto.
Siempre me rijo por este proverbio chino: sin no quieres que se sepa, no lo hagas, en informática no existe la seguridad, de ninguna clase, la seguridad consiste en que a los hackers se lo pones tan sumamente difícil que llegar a su objetivo les cueste tanto tiempo y esfuerzo que le hagas desistir para que se centren en otros objetivos más vulnerables.
Y hemos cruzado la línea de lo que era un proceder humano. No existe la comunicación no verbal porque sólo existe la verbal. Y para ella necesitamos un cargador. Y si antes éramos infieles de la manera más tonta, facilona y lógica, ahora sobrevivimos presos de lo que hemos inventado.
Siento asco de estos piratas y lástima de los infieles clientes del negocio. La tecnología, los móviles y las tabletas, creadas para comunicarnos desde la distancia han conseguido incomunicarnos cuando estamos al lado.