«Su nombre quedará ligado para siempre a “Malagueña” gracias ―o a pesar― de su relativo anacronismo estilístico y su desbordante populismo»
Algo superior a su destino unió a dos escritoras, y a su vez compañeras, de otros dos reconocidos autores literarios, me refiero a Jane Auer (Nueva York, 1917-Málaga, 1973) y a Gamel Woolsey (Aiken, Carolina del Sur, 1895-Málaga-1968); la primera, esposa del famoso músico, viajero y novelista, también norteamericano, Paul Bowles; la segunda, del hispanista británico Gerald Brenan, autor de El laberinto español.
La noticia me llenó de una felicidad imprevista: un disco perdido de John Coltrane. No un pastiche de grabaciones o de versiones alternativas, no un recopilatorio ni una versión de lujo de algo ya conocido, sino un disco entero, abandonado durante años en el fondo de armario de los estudios Van Gelder de Nueva Jersey. Sentí algo muy parecido al spleen burgués de Amanda Petrusich en las páginas de The New Yorker:
Nunca ha habido mejor ‘situación de escucha’ de Leonard Cohen que la que creaba el Loco de la Colina en la radio. Jesús Quintero se hizo luego famoso en la tele, y ahora aparece en la prensa porque está arruinado. Pero a principios de los ochenta era el rey. Se conocía solo su voz. Su voz en la noche.
Hay heridas profundas que no son tan visibles. La cultura, en toda su extensión, también está gravemente enferma