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En estado salvaje, un relato sobre la misoginia contemporánea

En estado salvaje (Lumen) de Charlotte Wood reflexiona sobre la misoginia y la estructura patriarcal de la sociedad occidental; la novela se interroga sobre la ausencia de libertad de la mujer, resultado de la imposición de un rol determinado, de unos parámetros de actuación demarcados y de un obligado silencio, que permite la perduración de un sistema que todavía no ha aceptado el completo y libre empoderamiento de la mujer.

En estado salvaje, un relato sobre la misoginia contemporánea

Diez jóvenes mujeres recluidas en una especie de cárcel en medio de la nada. Ellas no saben por qué están ahí, apenas recuerdan en qué momento las secuestraron. Ahora, despojadas de todo, conviven entre la violencia y la represión. Solo comparten un pasado similar: todas fueron protagonistas y víctimas de “escándalos” sexuales, que ellas mismas relataron. Esa fue su culpa: hablar.

 En estado salvaje (Lumen) de Charlotte Wood reflexiona sobre la misoginia y la estructura patriarcal de la sociedad occidental; la novela se interroga sobre la ausencia de libertad de la mujer, resultado de la imposición de un rol determinado, de unos parámetros de actuación demarcados y de un obligado silencio, que permite la perduración de un sistema que todavía no ha aceptado el completo y libre empoderamiento de la mujer.

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Portada de «En estado salvaje» | Imagen vía Editorial Lumen

En estado salvaje es, formalmente, una ucronía, sin embargo, el referente último al que apela es la sociedad actual. ¿Por qué enmarcar la acción fuera de un tiempo y de un lugar concretos para hablar de la sociedad presente?

Es muy buena pregunta y es, además, algo peliaguda. El origen primero de la historia de En estado salvaje está en un lugar real de Australia, una institución para mujeres que existió realmente hasta hace algunas décadas. Empecé a escribir la historia situándola en ese marco temporal y en ese espacio concreto, sin embargo, el relato no terminaba de funcionar. Además, si observaba la cultura y la sociedad que me rodeaban, veía un gran número de ejemplos de misoginia así que decidí hacer un cambio en el tiempo de la narración y proyectar la historia, quizás, hacia un posible futuro. Y me gustó el resultado que obtenía con una narración que, por no estar circunscrita a un tiempo en concreto, provocaba un cierto malestar en el lector que, como las protagonistas, no sabe exactamente dónde se encuentran.

¿Ese origen al que hace referencia es una institución reformadora donde permanecían recluidas a chicas “problemáticas”?

Efectivamente, se trata de una institución australiana que permaneció abierta hasta 1974. Escuché de su existencia por un documental de la radio y me enfadó muchísimo saber que, en aquellos mismos años en los que yo era una chica joven y libre, había tantas otras chicas que estaban encerradas en una institución como aquella en unas condiciones incluso más terribles de las que yo narro en la novela.

Una institución que, además, estaba avalada por el Estado.

Sí, claro, era una institución gestionada por el Gobierno. Era una auténtica locura. Muchas de las chicas que estuvieron allí encerradas, fueron condenadas a esa reclusión porque habían sido víctimas de alguna violencia –habían sido violadas en la familia, habían sufrido acoso- y habían reclamado ayuda. Lo que sucede es que, cuando pidieron ayuda, la respuesta que obtuvieron fue la reclusión; en cambio de ofrecerles ayuda, se las castigó por lo que habían sufrido.

Aquellas chicas son, en parte, como sus protagonistas: todas ellas son víctimas de situaciones de acoso público o violación que son castigadas por haber contado públicamente lo vivido.

Efectivamente, a todas ellas se las castiga por hablar. No se las castiga por haber vivido lo que han vivido, sino por hablar de ello, por contarlo. Si se hubieran quedado calladitas no les hubiera pasado nada malo. Es cierto que mi libro exagera y tira de la cuerda, pero esta idea de castigar o condenar a quien habla es algo común: cada día en la sociedad en la que vivo, observo como el silencio ante determinadas circunstancias se impone como manera para poder salvarse. Lo importante es no hablar, no decir. Así que he exagerado, pero solo un poco.

Hablar implica condenar y denunciar al verdugo, que, en muchos casos, más que una persona individual, es el propio sistema.

Claro, por esto molesta que se hable, porque hablar implica precisamente esto que comentas. El hecho de que las chicas puedan hablar y contar lo que han vivido, las convierte en una amenaza para los hombres y su estatus, pero también para la sociedad en general. A la sociedad o, por lo menos, a la sociedad australiana, no le gusta las mujeres que se empoderen con pleno derecho.

¿Definiría la sociedad australiana como una sociedad esencialmente machista?

Sí, Australia es un país machista. Es una pena tener que decirlo, pero es así. Sin embargo, no creo que Australia sea el único país todavía machista. El año pasado, me entrevistó la BBC y me preguntó si Australia tenía más misoginia que otros países y no puede responder, aunque pensé que, a lo mejor sí, que a lo mejor Australia sí era más misógina que otros países occidentales. Sin embargo, luego Donald Trump fue elegido como presidente de Estados Unidos y, entonces, pensé que Australia no era el país que peor estaba.

De la misma manera que usted se muestra crítica con la estructura patriarcal de la sociedad, también se muestra crítica hacia la falta de empatía de las mujeres entre ellas. Hay muy poca unión entre las mujeres recluidas de su novela.  

Ciertamente, esas mujeres no está unidad, ni al inicio ni al final; esa unión, reflejo del apoyo mutuo, nunca llega, pero no es exclusiva de mi novela. Esta desunión entre las mujeres es algo que veo yo a mi alrededor con bastante frecuencia: las mujeres no siempre se apoyan las unas a las otras, no siempre son un bloque unido. En ocasiones, cuando una mujer es amenazada, trata de tomar fuerza compitiendo con otra mujer o, incluso, empujándola. En ocasiones, las mujeres nos alienamos con los hombres, en cambio de apoyarnos a nosotras mismas.

En Estado Salvaje, un relato sobre la misoginia contemporánea
Charlotte Wood durante su visita a Barcelona | Imagen vía Editorial Lumen

Como se dice en su novela, ¿lo único que importa es sobrevivir?

Sí, eso dice una de las chicas, pero creo que esa frase también puede extrapolarse a nuestra sociedad. Creo, sinceramente, que en la cultura contemporánea es duro para las mujeres ser verdaderamente libres, porque hay tantos juicios y tanta presión sobre el cuerpo, tantos juicios sobre lo que puedes llevar o no, sobre el trabajo que puedes hacer o no… Hay tantas reglas impuestas a las mujeres que, a veces, es más fácil rendirse y aceptar sin mayor discusión lo que se te impone.

Sin embargo, esta aceptación es peligrosa, es una forma de legitimación del status quo

Claro, es muy peligroso, pero para huir es esa aceptación es necesario mucho valor y mucha fuerza, pero no basta solo con el valor: ante todo es necesario alejarse del discurso general, de ese status quo que podríamos llamar sociedad o cultura, negarlo y refutarlo. Solo así es posible ser verdaderamente libre y solamente siendo verdaderamente libres podremos decir “no” a ese alud de instrucciones y normas que nos imponen diariamente desde nuestra propia sociedad.

Y esa aceptación es la que, sin embargo, define a la mayoría de las jóvenes de su novela.

Ellas, las jóvenes recluidas, aceptan ese aprisionamiento en sus mentes. La cárcel no es solo física, sino también mental, porque todas, con la única excepción de dos, terminan aceptando su situación, porque no tienen el valor necesario para decir no.

Su personaje Hetty, en cambio de liberarse de las normas que se le imponen, se alía con quienes las imponen. Se convierte en una mujer que da la espalda a las otras mujeres.

Hetty refleja aquello que comentábamos antes: es ese tipo de mujer que, para sobrevivir, se alinea con el discurso de los hombres o, en este caso, con el discurso de los represores. Además, el personaje de Hetty, me permitía observar como por el simple hecho de que un grupo de personas comparta una misma situación violenta o complicada –en este caso, un grupo de mujeres atrapadas en una especie de cárcel- no significa que ese grupo termine siendo un grupo unido ni que las personas que lo componen vayan a llevarse bien las unas con las otras y ser amables entre sí. Al contrario, creo que el hecho de estar en una situación de extrema presión y reclutamiento puede dificultar las relaciones y no fomentar esa unión que, sin embargo, sería necesaria.

En estado salvaje se ha leído en paralelo con El cuento de la criada, sin embargo, podríamos también establecer una relación con la novela de William Golding, El señor de las moscas.

Muchas personas han comentado esto que dices y han citado precisamente estos dos libros, relacionándolos con mi novela. Cuando leí, una vez terminada de escribir, mi novela me di cuenta de que era completamente diferente a todo lo que había escrito antes así que le dije a mi editora que sentía como si mi libro fuera el resultado de un embarazo subrogado en el que no sé quién son los padres de la criatura. Mi editora, sin embargo, en seguida me dijo que los padres de mi criatura eran Atwood y Goldwing. Lo curioso es que yo no he leído El señor de las moscas y me obligué a no leer El cuento de la criada hasta terminar mi novela. Lo que sucede es que estos dos libros están en la conciencia colectiva.

¿Cree que se ha dado un paso hacia atrás con respecto, por ejemplo, al movimiento feminista de los años sesenta y setenta?

No estoy segura, me preocupa que pudiera ser así. Sin embargo, tengo que decir que desde que se publicó la novela en Australia, me he encontrado con muchas mujeres jóvenes que son profundamente feministas y esto me hace pensar que no hemos retrocedido. Dicho esto, en la sociedad todavía hay muchas cosas a las que las jóvenes mujeres se tienen que enfrentar, todavía hay mucho que hacer, sobre todo en relación al sistema capitalista, que ha colocado a las mujeres en un papel condicionado, es decir, no las hace realizarse libremente.

¿El capitalismo ha mercantilizado a la mujer?

Sí, creo que hasta un cierto punto es así. El problema es que no sé cuál es la alternativa, pero lo que tengo claro es que, en nuestra cultura occidental, todo tiene que ver con comprar y vender. Y en esta dinámica, no sólo se utiliza a las mujeres para vender cualquier tipo de cosa, sino que, incluso, se hace del cuerpo de la mujer un objeto que debe ser vendido y, por tanto, comprado. Hablamos de Occidente, pero hay que hablar de la explotación que sufre la mujer en los países más pobres, una explotación muchas veces fomentada por Occidente. Lo que no se puede hacer en nuestros países, muchos lo van a hacer en países más pobres, donde además las mujeres están especialmente desesperadas por la situación que viven. Y, volviendo a Occidente, me preocupa mucho las leyes contra el aborto que existen en algunos estados de Estados Unidos.

Leyes que son una forma de tutelaje estatal.  

Efectivamente. No recuerdo exactamente en qué estado, pero leí que en uno de los estados de Estados Unidos se promulgó una ley según la cual la mujer tiene que pedir permiso al Estado para poder abortar. ¡Esto es lo que nos contaba Margaret Atwood! No hay que olvidar que no hay libertad cuando hay un tutelaje, un poder que impone qué decisiones tomar.

A pesar de estas leyes, usted se muestra positiva ante el compromiso de las mujeres más jóvenes.

Sí, claro, porque hay un nuevo despertar entre las jóvenes mujeres. Cuando vi la marcha de las mujeres en Washington, me hizo darme cuenta de que hay un poder nuevo y joven activo. Una joven mujer me escribió tras haber leído En estado Salvaje y me dijo: “Antes estaba dormida. Leí su libro y ahora estoy despierta”. Estas palabras me impresionaron, porque lo que quería conseguir con mi libro era acudir a la gente y movilizarla. Así que, a lo mejor, hay otras tantas mujeres que, ahora, con la elección de Trump, finalmente despertarán.

¿Cree que la literatura tiene la capacidad de movilizar social o políticamente?

¡Ojalá fuera así siempre! Por lo general, creo que la literatura tiene potencialmente un gran poder de movilización social y política. Al menos, así ha sido para mí muchas veces en la vida. Y así lo demuestra el éxito de la serie El cuento de la criada, que se ha convertido en un símbolo del sentimiento feminista.

¿Cuándo escribía En estado salvaje era consciente de estar escribiendo un libro combativo, un libro que iba a dar de qué hablar?

Durante mucho tiempo, pensaba que nadie lo iba a leer por ser demasiado duro y oscuro. Cuando empezaron a llegar los primeros lectores, me di cuenta de que la gente respondía muy positivamente, pero, mientras escribía, yo no era consciente de la fuerza que tenía el texto. Por esto, me impactó la respuesta de los lectores y la gran cantidad de cartas que me han enviado lectores, tanto hombres como mujeres, diciéndome lo que habían sentido con la lectura. Un hombre me dijo que la lectura de En estado salvaje había sido como pasar por una radiografía que le muestra todo aquello que tiene, en tanto que hombre, dentro de sí.

¿Cree que su novela es todavía más dura para un lector masculino, que puede verse reflejado en ese sistema patriarcal representado por la cárcel?

Sí, creo que sí. Es interesante ver cómo con este libro he tenido muchos más lectores hombres de cuantos había tenido con mis anteriores libres. Una mujer me comentó que su marido había leído la novela, porque, desde siempre, había entendido y había sido consciente, digamos, desde una perspectiva intelectual, de las problemáticas relacionadas con la misoginia y el patriarcado, sin embargo, la novela le ha hecho física y emocionalmente sensible a ellas. En cierta manera, a través de la novela, el marido de esta mujer ha sido finalmente consciente de lo que siente una mujer ante determinados ataques, se ha dado cuenta de lo que significa para una mujer vivir en una cultura misógina.

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