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Manuel Jabois: "Es una tragedia ser el niño que de repente piensa: 'Caray, esto no vuelve, ¿verdad?'"

El periodista gallego debuta en la novela con ‘Malaherba’, la historia de amor, miedo y descubrimiento de un niño de diez años

Manuel Jabois: «Es una tragedia ser el niño que de repente piensa: ‘Caray, esto no vuelve, ¿verdad?'»

Escribió Ray Loriga que es mejor perder los dos guantes que uno solo. Manuel Jabois (Pontevedra, 1978) acaba de presentar Malaherba (Alfaguara), una novela de iniciación y el debut en el género del periodista gallego. La idea le vino a partir de la línea con la que arranca motores: “La primera vez que papá murió todos pensamos que estaba fingiendo”. El título, en cambio, no llegó hasta el final del vuelo. En Malaherba, un niño de diez años apodado Tambu –por la canción de Bob Dylan– cuenta el año en que conoció a Elvis –otro niño, no es Presley ni Costello– y su vida, por variados y compatibles motivos, cambió para siempre.

¿Cuánto tiempo le llevó escribir el libro? Como alguien dijo, toda una vida. Jabois leía a sus veinte a Fitzgerald y Highsmith y algo de esos sedimentos hay en estas aguas. Tampoco es extraño encontrar en el niño protagonista al Loriga de Lo peor de todo, explícita e implícitamente, y la novela fluye –continuando con la líquida referencia– como el río que nace en la montaña y acaba en el mar: en un descenso indomesticable que encadena serenidad y contratiempos. A este recorrido Jabois lo llama crecer. Es difícil hablar de la novela y no destriparla demasiado, el autor ruega prudencia, así que diremos que es una novela sobre primeras veces y no diremos más, llegaremos tan lejos como Jabois en sus respuestas.

¿Cuántas novelas tuviste que tirar hasta aceptar esta?

No lo sé. Siempre que tengo cierto tiempo libre o ganas de escribir más allá del periodismo, me apetece empezar algo. Pero nunca he sabido exactamente el qué, hasta esta vez que ya supe lo que quería contar. Sí, en otras ocasiones tenía algún título que me parecía muy bueno o alguna primera frase que me parecía muy buena, y eso era para lo que daba la novela. Me imagino que por cansancio o por falta de disciplina y supongo que también por falta de inspiración. En esta ocasión se ha juntado todo de forma milagrosa: la disciplina, la ambición y la inspiración.

Debe ser complicado gestionar mentalmente el periódico más la novela.

Pero me lo pasaba bien, más allá de la historia que iba a contar. Me lo suelo pasar bien escribiendo y además me hace muy feliz. Y si de repente tengo una historia con la cual me lo estoy pasando bien, ¿para qué voy a renunciar? Hay una exigencia mental para pasar cierto tiempo delante de un ordenador o, para en las semanas más intensas de escritura, no dormir y escribir por la noche, teniendo la radio a primera hora [Cadena Ser] o alguna historia con el periódico [El País].

Es verdad que supone un esfuerzo, pero no deja de ser algo con lo que disfruto. No es una obligación escribir esta novela; tampoco lo necesitaba, afortunadamente trabajo y ese es un privilegio de la hostia. Pero siempre quiero arriesgar y jugar y tirar la moneda al aire y a ver qué sale. Podría haber hecho un libro sobre otro reportaje o un libro sobre mí mismo, sobre mi llegada a Madrid hace muchos años con un punto de vista pretendidamente gracioso. Pero son cosas que ya hice. Me gusta escribir cosas que no se esperan de mí.

«El niño tiene derecho a crecer sin traumas, sin esconderse de nada, y sobre todo tiene derecho a no ser encerrado en un carril único»

Ya que mencionas tu llegada a Madrid, ¿cómo curte venir de una ciudad pequeña?

Pues no es patrimonio exclusivo de los que nacimos en una ciudad pequeña o en un pueblo, pero yo lo noto en la curiosidad, esa mirada de paleto. Yo pregunto por cosas muy obvias, me las explican, las cuento después de otra forma –sin renunciar a la veracidad, pero puedo darle mi mirada–. Eso, para hacer crónica, columna, reportaje o novela, es muy positivo. Hay mucha gente que pasa vergüenza por preguntar estas cosas. Hay algo aquí parecido cuando Tambu pregunta qué es una paja y dice: “Ya paso yo mucha vergüenza cuando pregunto cosas como para también perderme esto”. El hecho de haberme criado primero en un pueblo y después en una ciudad pequeña y acabar viviendo en Madrid me ha potenciado una forma de ver las cosas, una realidad con la que estoy muy cómodo trabajando.

¿Sentiste vértigo escribiendo la novela?

Al acabarla.

El punto y final. 

El punto y final siempre es jodido. Siempre da miedo. Poner un punto y final y no poder repasar las comas, los puntos seguidos, pensar en las frases. En el periódico siempre tienes capacidad para estar corrigiendo, cambiando, hasta si tienes una errata o alguna cosa que, por lo que sea, no se ajusta exactamente. Puedes cambiarla. Aquí no había nada. Pero escribiendo la novela estaba muy cómodo. No te diré que completamente seguro de mí mismo, no sería cierto y no soy una persona especialmente segura de sí misma, pero sí que tenía claro lo que quería hacer.

Manuel Jabois: "Es una trafegia ser el niño que de repente piensa: 'Caray, esto no vuelve, ¿verdad?"
Cubierta de ‘Malaherba’, novela de Manuel Jabois. | Fuente: Penguin Random House

Casi me caigo de risa con la escena de la profesorda.

¡Ah, sí! Eso ocurrió.

¿Cómo recuerdas el colegio y aquellas primeras veces?

Con bastante nostalgia. Caray, había clases a las que ibas como si fuera Disneyworld. No dejabas de aprender, ni dejaban de ser profesores muy duros. No eran clases del franquismo, pero tampoco las de ahora. Alguna todavía te caía. Te echaban de clase o te expulsaban del cole de vez en cuando. No a mí, que era un santiño. Pero sí que tengo nostalgia de cómo lo viví en su momento, lo que tuve que pasar. Ese tipo de cosas son muy agradecidas para recordar, sobre todo. Probablemente no lo sean tanto para volver a vivirlas. Al fin y al cabo, lo que perdura es la nostalgia. Siempre se tiende a maquillar el pasado y siempre se prestigia lo que has vivido. Pero en el momento, si te echaban de clase, se te caía el mundo encima. Tenías un examen y era como pensar seriamente en el suicidio. Vivías continuamente con miedo y en una situación constante de culpa terrible. Por otra lado, también te reías muchísimo. Yo me he reído mogollón en mi infancia.

Tal vez en esa culpa que sentimos haya un punto de soberbia.

Sí, es verdad. Joder, somos unos cuantos millones en la Tierra y Dios me está mirando a mí. Es verdad, te convencen de que es así. Es curioso. Te dicen que, efectivamente, estás en los ojos de Dios solo si haces el mal.

Escribes de primeras veces sobre cosas que a veces Tambu sabía que existían, pero que no comprendía: ¿por qué una novela de iniciación?

Precisamente por las obsesiones. Me gusta mucho pensar –y esto es de una amiga mía– en el momento que dijimos una palabra por primera vez, el momento en que sentimos algo por primera vez, todo lo que había alrededor, eso que no va a volver nunca. De alguna forma, tener la conciencia de que algo es irreversible no deja de ser una tragedia, algo que se vive con angustia. Claro, estamos hablando del niño que es consciente de la primera vez del amor, del miedo, de los celos, del sexo. Pero es una tragedia muy adulta para un niño ser consciente del tiempo, ser el niño que de repente piensa: “Caray, esto no vuelve, ¿verdad?”. Es una obsesión muy particular que tengo: no el hecho de crecer, sino el hecho de no poder parar el tiempo; no tanto de repetir el pasado como de frenar el presente. Si vivo un momento muy feliz, ¿por qué no puedo retenerlo?

«A veces la mejor forma de querer algo es abandonándolo»

Un punto interesante en cómo tratas la homosexualidad, con una naturalidad nada impostada, sin encorsetarlo a una comunidad y sin moralina, igual que contarías una historia de iniciación con un chico que se enamora de una chica.

Hay una frase clave que creo que define muy bien esa relación y que normaliza todo de una forma muy aplastante, hasta llegar a hundir la voluntad de los compañeros más abusones: “No somos maricones, somos novios”. Lo dice con una naturalidad que desarma a cualquiera, los niños todavía no están intoxicados por ningún tipo de discurso de odio o contra el diferente. Ni siquiera ellos son conscientes de lo que son, no lo saben: simplemente sienten placer haciendo determinadas cosas, están descubriendo.

Es verdad que una de las cuestiones más visibles en la novela es que el niño tiene derecho a crecer sin traumas, sin esconderse de nada, y sobre todo tiene derecho a no ser encerrado en un carril único, en un carril de la normalidad a través de un discurso bienintencionado, con un discurso que procede normalmente de la propia familia y de forma involuntaria. Se produce, por ejemplo, cuando a la niña le preguntan qué niño le gusta del cole. Yo no he visto nunca en toda mi infancia una pareja del mismo sexo besándose. Yo no sabía que eso existía. Luego vas leyendo libros y viendo películas, pero si no los ves con tus propios ojos lo concibes como algo que no es normal.

También me gusta cómo planteas la masturbación, que es una masturbación limpia porque de ahí no sale nada. Esa primera vez es algo que nos marca mucho a los hombres, ¿verdad?, y quizá a las mujeres no tanto.

Ese descubrir que hay algo que te da un placer tan inmenso, claro. El poder descubrir algo así para el niño es extraordinario, imagínate.

Y la idea de que crecer es olvidar. Tambu escribe para mantener los recuerdos cerca, los pone en orden y así nunca olvida qué fue, quién es, hacia dónde ir.

 Sí, y la idea de que crecer es una traición. Primero, porque puedes tener una idea de la vida e ir cambiándola con el tiempo, y cada cierto tiempo no te reconoces a ti mismo y lo que te gustaba te ha dejado de gustar. Los niños lo notan muchísimo: una moda de tres meses le está volviendo loco y de repente pasan a un coleccionable y de repente a La patrulla canina. Están traicionando continuamente algo y dejándolo atrás. Hay una influencia cinematográfica en este libro que es Toy Story 3. Evidentemente son otras edades, pero es dejar atrás algo que quieres mucho. A veces la mejor forma de querer algo es abandonándolo. Ese es uno de los aprendizajes más crueles que tiene un niño.

¿Lo ha aprendido ya tu hijo?

 [Ríe] Es muy pequeño, tiene seis años. A veces le vacilo, le digo: “Tío, antes estabas a muerte con La patrulla canina y ahora vas con Pikachu”. Me dice que no, que con los dos. “Claro, lo que pasa es que no tienes tiempo para dedicarte a todas tus pasiones”. Si le hablara de algo de eso, imagínate. Yo no soy el padre de Tambu.

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