En el campo literario no suelen producirse milagros (lo que es una lastima), pero abundan los fenómenos asombrosos. Cada uno tendrá sus favoritos, el mío va variando según los meses: ¿el fenómeno de la poesía polaca? ¿el surgimiento de la novela rusa? ¿la efervescencia de pensamiento que inundó Francia los años previos a la revolución? ¿Goethe? Pero en toda esta fluctuación siempre encuentro una constante de asombro y maravilla: el espacio literario británico que empieza a gestarse tras la coronación de la reina Isabel y que no deja de adensarse y al mismo tiempo de volverse más y más sutil hasta bien entrado en siglo XX; la constatación de que no solo cada década de este periodo ha contado por lo menos con dos novelistas extraordinarios (algo ya de por sí complicado de conseguir) sino un insólito “nivel medio”, que destaca por su abundancia y su originalidad. Pensemos en escritores como E. M. Forster, Orwell, Drabble, R. Hughes, Waugh… todos ellos muy leídos en su tiempo, reeditados o recuperados en nuestro país con éxito… Y que escriben de espaldas a los lugares comunes y a los discursos ya conocidos. ¿De dónde sacaban tanto atrevimiento? ¿Cómo les podía ir bien?