Luz de gas: qué es y cómo identificar esta manipulación psicológica
Aunque parezca un patrón exclusivamente de género, las situaciones también se prestan a muchos otros condicionantes
Puede que el término te suene algo extraño. Sin embargo, la luz de gas (o hacer luz de gas a alguien) puede estar más a la orden del día de lo que parece. En las relaciones de pareja, en familia, en el trabajo o en grupos de amigos… Este comportamiento de manipulación psicológica ha ganado cierta popularidad en los últimos años. Sin embargo, la realidad es que lleva presente desde tiempos inmemoriales.
Complejo de identificar, pero también complejo de resolver, el fenómeno de la luz de gas va aparejado a una dificultad inherente a la proximidad con quien la realiza. En este caso, la persona que sufre luz de gas puede comprobar de primera mano cómo es víctima por parte de alguien cercano o un ser querido. Algo que también vemos en otros comportamientos como el síndrome de Wendy, del que ya te hablamos en THE OBJECTIVE.
Además, hacer luz de gas a alguien es controvertido porque el patrón de comportamiento puede ser de lo más dispar. La edad, el género, la condición social, la raza, el nivel cultural, la posición económica… Las vías o motivos por los que se puede producir la luz de gas son muy variadas. Por este motivo, el vínculo que además se establece entre quien lo sufre y quien lo produce puede hacer difícil de comprobar la realidad, como explica este estudio.
Qué es hacer luz de gas
No se considera un trastorno psicológico, sino un comportamiento basado en la obra de teatro Luz de gas, de Patrick Hamilton. Interpretada en la década de 1930, la obra original se sustenta en un matrimonio donde el marido manipula a su mujer variando la intensidad de las luces domésticas. Lo que parece un acto trivial y menor, intencionado desde otra realidad como la de tomar a la otra persona por loca o incapaz, acaba minando la autoestima del que lo sufre.
De esta manera, lo que se produce es un abuso emocional. En él, quien genera el daño busca cuestionar la realidad de la víctima. Con ello lo que consigue es aumentar su confusión y, progresivamente, también generar una situación de aislamiento de inseguridad. Muy frecuente en episodios de violencia de género –razón por la que la luz de gas no es una novedad–, este comportamiento psicológico busca limitar los apoyos de la víctima.
Una realidad muy compleja, pues provoca en la persona que sufre la luz de gas una sensación de incapacidad e indefensión, dando por buenas los puntos de vista del acosador. Además, conviene entender que la luz de gas no es el mantenimiento de discrepancias –algo lógico–. Lo que acontece es la manipulación de determinados hechos para adaptarlos a una versión muy concreta.
Como insistimos, la luz de gas además no se provoca solo dentro del ámbito de la pareja. Aunque es cierto que tiene una vinculación muy potente a la relación de dependencia en el amor romántico, también otras realidades se prestan a ello. De hecho, es habitual que también se ejerza en otros ámbitos. Sucede además en el entorno laboral como en la crianza de los hijos. En ambos casos, por cierto, se establece una relación de jerarquía donde se da por hecho que el superior –jefes o padres– tienen razón en sus puntos de vista.
Cómo identificar la luz de gas
Hay patrones de abuso muy bien definidos en torno a este comportamiento. Es frecuente que el abusador insista en lo que la víctima puede o no puede hacer, tanto por posibilidad como por capacidad. También hay un perfil de descrédito, alegando que puede ser demasiado sensible. Del mismo modo, sucede cuando se involucra a terceros, haciéndoles partícipes de la poca fiabilidad de la opinión o pensamiento de la víctima.
Realidad que también se solapa con esa perpetua negación, invalidando los argumentos de la víctima. Algo que además suele repetirse, utilizando como argumentos torticeros por parte del abusador para dar la vuelta a la realidad. Una vez que estas situaciones se producen, la víctima de la luz de gas mantiene ciertos patrones de comportamiento que la separan de su entorno.
Por ejemplo, es recurrente que acaben pidiendo perdón a menudo o que presenten falta de confianza, así como ansiedad o nerviosismo. También se palpa una inseguridad manifiesta en la que se va perdiendo cierta identidad propia o se aumenta la sensación de culpa. De esta manera, la persona que sufre luz de gas acaba responsabilizándose de esos cambios, creyendo que son su culpa.