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Viento nuevo

Pagar es lo más barato

El peor «sinpa» es poner sobre bandejas y a libre albedrío un sinfín de platos calientes para luego cobrarlos al precio

Pagar es lo más barato

Varias personas sentadas en una terraza. | Europa Press

Los bares de Bilbao, agotados y firmes, dicen basta. No pueden más con la oleada de «sinpas» que sufren sus barras educadas. La solución parece ser un sistema similar al de las gasolineras, donde el pedido se intercambia por un ticket (pagado en el acto) que luego canjea el cliente a su aire por las viandas o vituallas deseadas. Uno de los hosteleros más explícitos ha hecho el dibujo  entero al fresco: «Lo que más me jode es que no corren. Se levantan tranquilamente y se piran andando». La prisa es hortera, ya lo dijo Umbral

El «sinpa» viene para quedarse, un protagonista muy célebre y dandy de los mismos daba clases en Alicante sobre los mejores, así por algo le llaman El Mareao, porque fingir desvanecimientos es lo mejor para el bolsillo. Bilbao, en sus zonas de ocio, no soporta tres o cuatro metros de clientes, y los últimos o primeros no tienen el menor problema en escurrirse entre el mogollón sin cara de sorpresa ni perfil de aire. También, recordemos, en las gasolineras hace años hubo «sinpas» donde se dejaba sin zumo a los camiones, extrayendo con manguera el carburante directamente del motor, alguno soplando, a sorbos, sin la menor prisa en ir rellenando latas o bidones traviesos, silbando incluso, muy pacífico, muy zen.

Camilo José Cela, nuestro último Premio Nobel de Literatura, lo dijo en ese hermoso tratado que dedicó a las rameras (Izas, rabizas y colipoterras): «Pagar es lo más barato». Venía a decir que la puta (vocacional) soluciona el trámite y no pide más a cambio, sin embargo cualquier matrimonio es un agujero negro, un sumidero enorme de los de gasolinera. Hoy esto no se puede decir, pero entonces los soldados eran muy puteros, España desde Moratín (El arte de las putas) fue muy putera e igual, no solo para dicho género, pagar es siempre lo más barato. Garzón ha hecho bien en ahuyentar a las páginas equis y cerrar los antros de farolillo rojo, porque la trata es siempre mafia y la cosificación actual de la mujer pura violencia. Ligar fue el ingenio inteligente, donde salir de ti mismo era todo, mientras el porno hoy engorda y embrutece, pese a la mano/manivela agropecuaria. 

La frontera del «sinpa» son 400 euros. Todo lo que quede por abajo viene a ser hurto y no robo. Algún borrachón bilbaíno sostiene, incluso, que lo suyo es hurto famélico, porque no puede permitirse una ginebra a diez pavos, y el organismo la necesita, y esa copa de balón le salva de ser algo todavía peor, y total qué más da si el míster tiene otras tantas botellas iguales, todas con chorro y la boca abierta. Qué más da por unos sorbos, hombre, porque el hurto famélico lo protege la ley, y si yo me voy a morir aquí y ahora por desnutrición, tengo derecho a hacerme un bocadillo en el súper, la vida ante todo. La desnutrición está cerca del mareo, decía el genio de Alicante, que ensayó hasta cien maneras diferentes de caerse al suelo, ninguna acrobática, todas muy musicales, con los ojos abiertos y cerrados, según.

«El cliente prefiere pagar aunque haga tonterías efímeras. ¿Cómo volver al sitio del que te fuiste de aquella manera?»

Existe otro «sinpa» inmóvil, que consiste en no moverse, llega el camarero y dices bien alto que no pagas. Llega el dueño del establecimiento y dices que no pagas. Llega la policía y dices que no pagas. Pero luego llega un señor con corbata vieja, gafas redondas a lo Gandhi y verba gris: «Mire, usted, lo que llama ‘sinpa’, consiste en un delito de estafa, y conlleva desde una multa en casos leves hasta ocho años de prisión en los más agravados. Los casos exprés han ocurrido en taxis: hasta un mes de prisión por salir corriendo del vehículo». El «sinpa» es transversal, ocurre en diagonal en nuestra sociedad, cualquier sector y todos los bolsillos, porque pagar ya no es lo más barato. 

Bilbao quiere hacer de sus bares gasolineras y, al parecer, ese ticket que no trae consumiciones sino que solo resulta del abono del pedido, es menos violento que pedir pagar en el acto, sin más escrituras por medio. El «sinpa» (hay quien lo pone con eme, «simpa», pero a mí me gusta más así porque es argot y germanía) carece siempre de rostro concreto. Incluso el Mareao de Alicante no era reconocido. El despiste es la oportunidad en línea de salida, pero el WhatsApp (respecto a comidas y cenas) levanta, como un mascarón, la respuesta de los listos. La zorra pierde las uñas pero no las mañas, dijo el francés. Al parecer todo el mundo vuelve al redil con un simple WhatsApp, conseguido mediante la referencia de la reserva, donde se advierte que igual fue un error y tuvieron que salir pitando por una urgencia.

El cliente prefiere pagar aunque haga tonterías efímeras. ¿Cómo volver al sitio del que te fuiste de aquella manera? El «sinpa» requiere atrezo, disfraces, no ser reconocido. Los peores son los moralistas: «El servicio fue de pena y decidí castigarlo». Terribles son los avariciosos: «Comí todo lo que pude y luego no podía correr». Ilusos son los forasteros: «Me vine a otro barrio para no ser reconocido». Los justos son peligrosísimos: «¡Una tapa de ensaladilla rusa no vale 25 euros!». Bilbao siempre fue especialista en cobrar sus célebres pintxos; lo que Andalucía y Extremadura, si nos ponemos, siempre regaló, incluso las dos Castillas con amplia generosidad. El sur regala lo que le falta mientras el norte cobra las sobras. El peor «sinpa» es poner sobre bandejas y a libre albedrío un sinfín de platos calientes para luego cobrarlos al precio que nos salga del bolo. ¿No son gratis, oiga? Claro, un regalo, amigo, a cinco euros la albóndiga, porque aquí pagar es lo más barato.   

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