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Víctima de la guerra: patrimonio cultural de Siria, una historia de lucha y supervivencia

Rostros desfigurados y almas rotas. Varias estatuas del museo de Palmira, en el este de Siria, descansan sobre las mesas de madera del departamento de restauración del Museo Nacional de Damasco. Algunas llevan cinta adhesiva para pegar las distintas partes de su rostro destrozado por las bombas. Como si fueran vendas que ayudan a curar las heridas. Marcas de guerra que les acompañarán el resto de sus días, pero al menos, ellas han sobrevivido al terrorismo del Estado Islámico.

En Siria hay más de 10.000 sitios arqueológicos, y antes de la guerra, cerca de un centenar de misiones extranjeras, entre ellas una decena de españolas, trabajaban en las excavaciones. Ahora, la historia de estas misiones arqueológicas internacionales es parte del pasado del país, y quién sabe si algún día volverá a formar parte del presente de Siria.

«Aproximadamente el 50% de estos sitios arqueológicos están sufriendo, al encontrarse fuera del control del estado», me asegura Mahmoud Hammoud, director de Antigüedades y Museos de Siria. «Todos los sitios que cayeron bajo el control de grupos armados terroristas, en diferentes partes del país, fueron sometidos a destrucción, daños y excavaciones ilegales».

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Una estatua de Palmira en proceso de restauración en el Museo Nacional de Damasco. | Foto: Rodrigo Isasi

La destrucción del patrimonio por parte de los grupos yihadistas, entre ellos el Estado Islámico, no se trata tanto de una cuestión religiosa -que lo es en cierto modo- como de una estrategia propagandística. La instrumentalización de la religión se convierte en un arma perfecta para lograr unos objetivos muy concretos: sembrar miedo, terror, superioridad o provocación. Destrozar e incluso conquistar asentamientos arqueológicos es una manera de demostrar su poderío y de intentar desacreditar la labor y la autoridad de las fuerzas de seguridad locales.

La bandera ondea a media asta en el patio del museo, y apenas tres o cuatro parejas pasean por el patio, en el que los capiteles romanos se amontonan en la hierba. Allí, al fondo, y con la Mezquita Tekkiye detrás, de marcada arquitectura otomana, se encuentra el León de la diosa Al Lat, una de las piezas más importantes de Palmira y que fue dañada gravemente por el Estado Islámico y posteriormente restaurada por el Gobierno sirio.

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Patio del Museo Nacional de Damasco con el León de Al Lat. | Foto: Rodrigo Isasi

La ciudad monumental de Palmira, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se sitúa en el desierto sirio. Durante su época de pleno apogeo fue la capital del Imperio de Palmira, bajo el efímero reinado de la reina Zenobia, entre los años 268 a 272. La joya del desierto de Siria pudo resistir la invasión islámica, un terremoto (en 1089) y las batallas entre ingleses y franceses (del régimen de Vichy ) durante la Segunda Guerra Mundial; pero no pudo hacer nada contra la barbarie yihadista.

Es curioso, que a los pies del león todavía se conserva una inscripción en el antiguo idioma de Palmira que dice: «Para bendecir a Al Lat, que no ha derramado sangre delante de este templo». La sangre la derramaría siglos después el Estado Islámico. Este grupo terrorista acabó con parte de la arquitectura y las artes de Palmira que fusionaron las técnicas grecorromanas con las tradiciones artísticas autóctonas y persas. Entre los elementos destruidos o dañados se encuentran el arco monumental de la ciudad, el teatro romano  y el templo de Bel, entre otros.

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Pero como en todo conflicto armado, las heridas más difíciles de curar son las que se llevan por dentro. Si estas estatuas pudieran hablar, contarían las brutalidades que el terrorismo yihadista hizo en la región. El arqueólogo sirio Khaled Al-Asaad era el jefe de antigüedades en Palmira. Ocupó este cargo durante más de 40 años, hasta que el Estado Islámico conquistó la ciudad. El 18 de agosto de 2015, a los 83 años de edad, fue decapitado por los terroristas.

Han pasado tres años desde que la ciudad fuera liberada totalmente por las tropas sirias con poyo de Rusia, en 2017, pero ahí siguen sus estatuas, mutiladas y a la espera de ser devueltas a las paredes del museo de Damasco, que ya no es ni de lejos lo que era en 2010, cuando tuve la ocasión de visitarlo.

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Una estatua de Palmira en proceso de restauración en el Museo Nacional de Damasco. | Foto: Rodrigo Isasi

Pasillos vacíos, paredes en las que solo hay algunas piezas y muchos soportes vacíos. Las piezas que allí colgaban antes de la guerra, ya no están. Fueron guardadas a buen recaudo por las autoridades sirias para evitar posibles robos. Ahora, en ese sótano del museo los arqueólogos sirios se esmeran en recuperar el antiguo esplendor de estas joyas de la historia pasada, en cooperación con algunos especialistas y escultores polacos, con los que casualmente me cruzo por los pasillos del museo.

Pero más allá de Palmira, que ahora se encuentra a salvo -al menos de momento-, hay otras zonas de Siria en las que el patrimonio sigue amenazado. «Hay muchos sitios ubicados en Idlib, en la región de Afrin y en el norte sirio ocupado por las fuerzas turcas y estadounidenses, que están sujetos a saqueos», me dice Hammoud. No le tiembla la voz cuando me asegura que disponen de documentos que acreditan cómo las fuerzas turcas usan las excavadoras para destruir y saquear esos sitios arqueológicos.

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Varias piezas arqueológicas en el la zona de restauración del Museo Nacional de Damasco. | Foto: Rodrigo Isasi

En Idlib se encuentra la famosa región que acoge más de 200 iglesias y monasterios que datan del período bizantino romano desde el siglo I hasta el siglo VII DC y que han sido sometidas a saqueos, al igual que el museo de Idlib,que albergaba los archivos del Reino de Ebla, una colección de más de 17.000 libros en escritura cuneiforme. «Hemos contactado con algunas instituciones internacionales, como la UNESCO, para denunciar estas acciones y estos robos de piezas que pertenecen al pueblo sirio. El patrimonio arqueológico es uno de los recursos más infinitos de Siria«.

En medio de la guerra, siempre hay espacio para algunas historias bonitas, como la de Maarat Al-Nouman, el pequeño pueblo de Idlib que logró salvar su patrimonio escondiéndolo de los terroristas y cuyas piezas ahora se exponen en el museo de Hama. Pero eso es otra historia que puedes leer aquí.

Maárat an-Numán, el pueblo sirio que salvó su tesoro arqueológico del yihadismo ocultándolo bajo tierra 6
Mosaicos bizantinos protegidos por sacos de arena en el museo de Maárat an-Numán. | Foto: Rodrigo Isasi

Uno de los problemas principales para llevar a cabo la restauración del patrimonio destruido tras más de nueve años de guerra son las grandes sumas de dinero necesarias para ello. Los principales fondos del país se han destinado a las operaciones militares para combatir al terrorismo en al zona, y es poco probable que haya nuevas grandes partidas económicas destinadas al patrimonio mientras dure la guerra y continúen las sanciones internacionales.

El patrimonio, en todos sus ámbitos (material e inmaterial), es indispensable para  construir la identidad pasada presente y futura de una sociedad y para construir un espíritu de unión nacional, ahora dividido y destruido por la guerra. «Deseamos que todo el mundo que nos ayude a preservar nuestro patrimonio nacional, que es un patrimonio mundial y que pertenece al mundo entero», me dice Mahmoud Hammoud.

Antes de despedirme del museo de Damasco, no puedo dejar de de mirar esa bandera siria a media asta y el patio sin apenas gente. Espero, que la próxima vez que regrese a Siria la bandera ondee en lo más alto del mástil y el museo esté rebosante de vida.


*Consulta todos nuestros reportajes de Siria de nuestro enviado especial Rodrigo Isasi*

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