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Diario de Cinecittá, la experiencia romana de Fernando Fernán Gómez

La editorial Altamarea publica ‘Diario de Cinecittá’, el diario que escribió Fernando Fernán Gómez durante su estancia en la capital italiana rodando la película ‘La voz del silencio’ de Pabst

Diario de Cinecittá, la experiencia romana de Fernando Fernán Gómez

Fernando Fernán Gómez.

«Mi aburrimiento en Roma ya llega a extremos que lo hacen insoportables. Hay momentos en que me encuentro tan nervioso, que llega a preocuparme un poco», apuntaba en su diario el 3 de julio 1952 Fernando Fernán Gómez, que, por entonces, se encontraba en la capital italiana rodando una película con el director checo Pabst. Fernán Gómez había llegado a Roma apenas dos meses antes, el 20 de mayo, y permanecerá ahí hasta la segunda mitad de agosto. De hecho, la última entrada de diario está fechada el día de «ferragosto», tal y como llaman los italianos al día 15 de ese mismo mes. Son tres meses largos, marcados por el aburrimiento, por el deseo de regresar a Madrid, por la soledad y por la espera: el actor se lamenta de que sus días pasan sin apenas hacer nada.

El rodaje avanza lentamente y sus escenas se graban en días puntuales, dejándole jornadas tediosas en las que poco se puede hacer, a parte de esperar la llamada desde el estudio avisándole de que es su turno. «Tampoco hoy he trabajado. Se ve que el trabajo en la capilla va aún más despacio que de costumbre», anota el día 9 de agosto. Otro día sin trabajar, como el día anterior y como tantos otros a lo largo de un rodaje donde los imprevistos son constantes, entre las discusiones del director con el productor, errores a la hora de programar el trabajo –«Hoy también me han convocado; pero cuando llego resulta que todo ha sido un error»- o la presencia de actores internacionales con distintas agendas y, sobre todo, distintos sueldos –«Estos días no trabajo a causa de un cambio que han hecho en el plan para acabar pronto con los actores franceses; como yo soy el que menos cobra, calculo que me tendrán aquí hasta el último día», apunta el 26 de junio. En esas horas libres, muchas de ellas transcurridas en un hotel que le hace recordar su estancia en Nueva York, cuando «me encontré encerrado en mi habitación del hotel, sin permiso de las autoridades norteamericanas para pasar por las calles y ver los escaparates», Fernán Gómez se dedica a la escritura de este diario.

No se trata exactamente de un diario íntimo, puesto que es un encargo: Manuel Suárez-Caso, director de Revista Internacional de Cine, solicita al actor, escritor y cineasta que redacte un diario en torno a su experiencia romana que deberá ser publicado en varias partes a lo largo de 1952. El proyecto, finalmente, no se llevó a cabo tal y como se había pensado en un inicio. Se publicó solo una parte, en los números 6 y 7 de la revista, el resto quedó sin publicar, puesto que el elemento de inmediatez que define toda escritura diarística ya se había perdido y no tenía sentido alguno publicarlo cuando ya habían pasado casi dos años desde que fuera escrito. Ahora, bajo el título de Diario de Cinecittá, la editorial Altamarea recupera el texto en su totalidad conjuntamente a los poemas que el cineasta escribió a lo largo de aquellos meses y que conformaron A Roma por algo, el primer poemario de Fernán Gómez, publicado en 1954 y reeditado treinta años más tarde por su hijo en una tirada limitada de doscientos cincuenta ejemplares numerados y firmados a mano por su autor.

Las tribulaciones de un joven actor

«Tengo la impresión de que este diario no puede interesar a nadie», anota Fernán Gómez el 12 de junio de 1952. Lleva casi dos meses transcribiendo casi diariamente su día a día en Roma, pero las dudas siguen acompañándole. ¿Hasta qué punto tiene sentido un diario como este?, parece preguntarse constantemente su autor, en cuyas páginas percibimos en cada momento la conciencia de que se trata de una escritura que nace para ser leída públicamente y salir así del ámbito más íntimo. «No es un diario íntimo», reconoce el actor, consciente de que, precisamente por esto, el texto debe “contener enseñanzas para el profesional y el aficionado», pero ¿qué tipo de enseñanzas puede ofrecerle él, un actor todavía joven cuya carrera se ha desarrollado solamente tras las cámaras, al lector? «Temo que tienen razón los técnicos en su presunción de que el cine se comprende solo viéndolo desde detrás de la cámara», parece respondernos el intérprete, asumiendo, no sin algo de pesar, que, en realidad, «de frente a la cámara, y trabajando únicamente algún día que otro, no se entera uno de nada».

Estudio de Cinecittà.

Y, quizás, tenga razón Lorenzo Bartoli, autor de la introducción y todo sea, entre otras razones, porque es consciente de los límites inherentes al trabajo como intérprete lo que le motiva a interesarse por el trabajo detrás de la cámara, así como por la escritura, hecho este último del que no hay mejor prueba que los poemas escritos a partir de esos meses de rodaje, a los que sumará, con el paso de los años, un gran número de títulos entre novelas, obras de teatro, guiones e, incluso, libros infantiles como Los ladrones o Retal, sin olvidar, evidentemente, El tiempo amarillo, sus memorias publicadas en dos tomos.  Será, sobre todo, a partir de los años ochenta cuando Fernán Gómez desarrollará una intensa actividad literaria, cosechando el aplauso de la crítica tanto por sus novelas como por sus piezas teatrales, entre las que destaca Las bicicletas son para el verano o Del rey Ordás y su infamia. No habrá que esperar, por el contrario, tanto tiempo para que el intérprete decida a situarse detrás de la cámara, movido por ese deseo que conocer y comprender más el séptimo arte. En efecto, nada más regresar de la capital italiana, en 1954 codirigirá junto a Luis María Delgado Manicomio y el año siguiente, en 1955, ya en solitario dirigirá El mensaje, si bien su consagración como cineasta llegará un año más tarde, en 1956, cuando llevará a la gran pantalla El malvado carabel, adaptación de la novela humorística de Wenceslao Fernández Flórez.

Es cierto que La voz del silencio no le reportó absolutamente nada a Fernán Gómez. Pasó completamente desapercibida tanto para el público como para la crítica, que consideró que con este trabajo Pabst había llegado al fin de su carrera.  Sin embargo, con la perspectiva que da el tiempo, no hay duda de que la estancia en Roma y su experiencia en Cinecittá fueron esenciales en la trayectoria de Fernán Gómez que, a lo largo de esos cuatro meses, reconsidera su carrera cuestionándose qué es lo que verdaderamente quiere hacer e interrogándose sobre el sentido de su trabajo. Como bien señala Bartoli, la crisis de fe que vive el jesuita interpretado por Fernán Gómez es, en parte, la crisis que vive el propio actor: «El joven jesuita quiere abandonar el convento, pero no está muy seguro de quererlo. ¿No pienso yo lo mismo hace más de un año respecto a mi profesión y cada vez más intensamente? El joven jesuita no comprende claramente para qué sirve; sospecha que no sirve para nada. ¿Acaso no sospecho yo lo mismo cuando reflexiono sobre la estupidez de mi trabajo y la insulsez de mi vida cotidiana? ¿No he estado yo tentado, estos últimos meses, a abandonarlo todo, incluso mi trabajo y mi familia? ».

Portada del libro.

Las palabras del actor no dejan lugar a dudas. Durante esos meses de bastante soledad lejos de Madrid, Fernán Gómez se replantea su vida, la profesional, pero, aunque no profundiza demasiado, también la personal. Nos encontramos ante un hombre no completamente satisfecho, con alguien que duda acerca de si esa vida que está llevando es la que realmente quiere y que trata de encontrar el sentido a su día a día, a esa vida cotidiana que tan insulsa le parece. La escritura se convierte en la forma de externalizar sus tribulaciones y el diario en el lugar en el que tratar de hallar las respuestas. Es consciente de que el suyo no es un diario íntimo y, sin embargo, en más de un momento Fernán Gómez parece dejarse llevar por la propia escritura, haciendo del diario una narración en directo de todo cuanto acontece interna y externamente en la vida de su autor. «Leemos y sentimos a Fernando Fernán Gómez en directo», señala Bartoli, «nos vemos trasportados a los años cincuenta y vivimos -al lado del autor- la emoción, el desconcierto, la cotidianidad de una experiencia excepcional».

La importancia de Diario de Cinecittá radica, precisamente, en este valor testimonial: casi como si se tratara de una novela de formación, a través de las páginas de este diario asistimos al devenir adulto de un joven actor que va siendo consciente de que necesita algo más que la interpretación para dotar de sentido a su vida. Somos testigo de la crisis y transformación que vive Fernán Gómez para convertirse en el Fernán Gómez que conocemos y que él aspiraba a ser. «Ni del cine, ni de los comunistas/ ni de la Democracia Cristiana. / Ni del Tíber, ni del Tévere, / ni de la estación, ni de la playa. / ¿Qué sabías tú Roma? /Que aquí vivía el Papa, / y los curas tenían la culpa /de todas las desgracias». Desde esa ciudad desconocida que rememora en su poema Recuerdo, el actor se encuentra a sí mismo.

Roma era una fiesta

«Aunque el director fuera poco importante y la película muy modesta, me ilusionaba quedarme a trabajar en Roma en aquel espléndido momento del neorrealismo», confiesa Fernán Gómez en la última entrada de su diario. Sáenz de Heredia había conseguido que, tras participar en la película de Pabst, el actor español volviera a trabajar con Alberto Sordi, uno de los intérpretes con más prestigio del momento en una producción dirigida por un director que empezaba, si bien tenía ya una importante trayectoria como guionista, pero cuyo nombre no tardaría en ser internacionalmente conocido: Federico Fellini. Sin embargo, un contrato con el Teatro de la Comedia le obligaba a marchar, a abandonar Roma que, por entonces, era una de las capitales, por no decir la capital, del cine europeo. Todos miraban a Cinecittá: allí había nacido el neorrealismo, allí se habían rodado obras maestras como Roma cittá aperta, El limpiabotas, Ladrón de bicicletas, La tierra tiembla o Arroz amargo y allí se habían consagrado directores como Lucchino Visconti, Vittorio De Sica, Giuseppe De Santis, Pietro Germi y, sobre todo, Roberto Rossellini. Será también en Cinecittá, convertido en punto de encuentro de directores, actores y productores de talla internacional, donde ese joven y «desconocido» Fellini con el que iba a trabajar Fernán Gómez se convertirá en uno de los cineastas italianos más laureados y que ha influido hasta la actualidad a generaciones enteras.

Fotograma de Ladrón de bicicletas.

El actor español volvió a Madrid. Dejó atrás su posible papel en I vitelloni (Los inútiles) y a una Roma efervescente: «Andaban por allí no solo G. W. Pabst, Jean Marais y Daniel Gélin, sino Gregory Peck, Audrey Hepburn, William Wyler, Linda Darnell, con la que uno podía cruzarse en el bar del Excelsior, y Anna Magnani y Orson Welles, que estaban hasta altas horas de la noche en la terraza del Strega». En sus diarios, el actor relata las conversaciones que mantiene con Irene Papas, a quien conoce en el hotel donde ambos se alojan, su desconcierto ante la opinión de Aldo Fabrizi, conocido por su pasión gastronómica, en torno a lo mal que se come en España, o la vergüenza que siente al conocer a Silvana Pampanini, a la que, reconoce, no poder olvidar: «Al verla pasar, vestida de blanco, di media vuelta al revés para seguir viéndola. Luego estuvo en la mesa vecina a la nuestra. A veces, hasta creí que me miraba». En Roma, también coincide con Lucia Bosé, con Gregory Peck, siempre rodeado de jóvenes en busca de un autógrafo, y con Audrey Hepburn, hacia la que no muestra particular interés: «Es muy mona, pero un poco sofisticada y aséptica, con aire de prefabricada». Quien sí despierta su admiración es Sofia Loren, «una chica de inconcebible belleza», a la que es fácil ver en Cinecittá, muchas veces acompañada por su madre. Roma es una fiesta y, a pesar de las horas muertas, de los días de tedio y de la soledad, Fernán Gómez no quiere abandonarla. Estar en Roma en 1952 es estar en la capital del cine, es abrirse a otras cinematografías y darse a conocer. La presencia de Fernán Gómez en la capital italiana es esencial para él, pero también para el cine español: esos cuatro meses fueron una puerta que se abrió entre tanta cerrazón. Diario de Cinecittá es también testimonio de esto, de una época dorada del cine italiano y de los primeros pasos del cine español hacia su internacionalización.

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