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'Bullet Train' o cómo forrarse entrando en el club de la lucha de Brad Pitt

David Leitch, director de una película que ha costado 90 millones de dólares, fue doble de acción de la estrella: «Ahora nos reímos mucho de aquello»

‘Bullet Train’ o cómo forrarse entrando en el club de la lucha de Brad Pitt

Fotograma de 'Bullet train'.

Si eres Brad Pitt te puedes permitir elegir un trabajo para jugar con tus amigos. Aunque para ello tengas que mover 90 millones de dólares. Total, qué más da, será por dinero. Además, aprovechas para hacerle un favor a tu colega favorito convirtiéndolo, por ejemplo, en uno de los directores de cine con mayor caché del momento. Y decían que el star system había muerto…

Hablamos, claro, de Bullet Train, la última película de Brad Pitt. Aunque en una película de 90 millones de dólares está implicada una cantidad ingente de personas. Y, si acaso, como se supone que en un artefacto narrativo lo importante es la historia, deberíamos referirnos a la última de Kōtarō Isaka, autor de la novela Maria Beetle, en la que se basa la película. Pero la traslación al lenguaje cinematográfico es clave. Entonces nuestro hombre es el autor del guion, Zak Olkewicz. Aunque, a fin de cuentas, el verdadero autor de una película en realidad es su director, que controla todos sus aspectos y le da cohesión y estilo. Ahí aparece un tal David Leitch. Lo que nos confirma que estamos hablando de la última película de Brad Pitt. Veamos por qué.

«Bullet Train es una gamberrada al estilo Tarantino. El argumento, bastante lioso, es lo de menos»

A sus 58 años, Pitt se sigue sintiendo joven. O quiere sentirse. En cualquier caso, a la industria del cine le conviene que siga sintiéndose así. Bullet Train es una gamberrada al estilo Tarantino. El argumento, bastante lioso, es lo de menos. Para resumir: un montón de asesinos a sueldo de toda clase y condición se montan en la versión japonesa del AVE y se dedican a aporrearse, acuchillarse, dispararse… También hay una serpiente muy venenosa. Y katanas, claro. Entre (y, a veces, durante) las diferentes escenas de acción chisporrotean diálogos muy ingeniosos y todo lo surrealista que da la imaginación del guionista, que claramente se ha visto Pulp Fiction. La película entretiene. De hecho, se trata de una pieza brillante en su género. Para eso se han dejado un buen dinero.

Tampoco engaña a nadie. Muestra sus credenciales desde antes de empezar. En la pantalla, después de la familiar dama de la antorcha en representación de la distribuidora Universal («a Sony company», deja claro debajo), hay un fundido a negro y se oye una voz en off gritando el inconfundible ‘Acción’ de un director de cine. A sus órdenes, aparecen unos muñecos de papel que comienzan a darse piñas más o menos karatecas hasta que se superpone el logo de la productora: 87 North. Todo muy autorreferencial, muy metacinematográfico. No es un detalle baladí.

En 1999, con 36 años, Brad Pitt era una de las estrellas más rutilantes del firmamento hollywoodiense. Ya había seducido a todo el público femenino y buena parte del masculino con Leyendas de pasión, se había ganado un merecido prestigio por Seven e incluso abanderaba proyectos tan ambiciosos como Siete años en el Tibet. Le dio entonces por meterse en un proyecto algo extravagante, bastante arriesgado: la versión de la novela El club de la lucha, de Chuck Palahniuk. Tenía que interpretar a un mefistofélico vendedor de jabón que convence al fáustico protagonista, interpretado por Edward Norton, para que funde un club en el que los miembros tienen como principal objetivo recibir todo tipo de golpes. La original parábola punk se convirtió en una película de culto y Pitt se lo pasó bomba.

Parte de la culpa de esto último tiene que ver con su doble para las escenas de acción, un tal… David Leitch. Aupado de doble de rodaje a director de moda a cargo de casi un centenar de millones de dólares en solo un par de décadas. De hecho, no empezó a dirigir hasta 2017. Bien mirado, tiene su lógica. La amistad forjada en El club de la lucha tenía mucho de simbólico. Leitch se llevaba los golpes que definían el mensaje del personaje interpretado por Pitt: la violencia autoinfligida como estrategia para subvertir el orden establecido

Justo 20 años después, 2019, Brad Pitt participó en una película genial e indisimuladamente meta cinematográfica, Érase una vez en Hollywood, interpretando… a un doble de acción. Significativo homenaje a la profesión que no quedó ahí. Según Forbes, su patrimonio neto actual asciende a 300 millones de dólares, pero lo más excitante de su perfil no es lo que tiene, sino lo que puede generar. Cualquier productora, distribuidora o vendedora de palomitas a granel vendería su alma por tenerlo como bandera de un proyecto. Cualquier película en la que sale Brad Pitt se convierte para el consumidor en «la última de Brad Pitt’». Así que, cuando decidió embarcarse en la película de su amigo David Leitch, a 87 North, la productora de este, le comenzaron a llover los millones.

Al borde de la jubilación, Brad Pitt prefiere dedicarse a este tipo de cosas. Gente como Tom Shone, de The Guardian, cree que no es la opción más adecuada laboralmente. Los 20 millones de dólares recaudados en el primer fin de semana de Bullet Train en los cines estadounidense le parecen un resultado «sólido» pero «no espectacular, teniendo en cuenta el presupuesto de la película y el poder de la estrella que es Pitt». Según Shone, aunque «es uno de los pocos actores que todavía pueden ‘abrir’ una película, Pitt representa una raza cada vez más amenazada: la estrella de cine que se niega a hacer televisión».

Aaron Taylor-Johnson, Brad Pitt, David Leitch, Kelly McCormick. | Foto: Europa Press

Quizá Pitt valore otras cosas. En una entrevista con The Hollywood Reporter, David Leitch rememoraba los lazos de su amistad: «Tengo un montón de momentos concretos que nos han hecho sentir cariño mutuo». Por ejemplo, aquella vez, rodando The Mexican, estrelló en menos de 24 horas de iniciado el rodaje los dos coches, uno contra otro, que producción tenía preparado para el protagonista. «Ahora nos reímos mucho de aquello». Y hubo otros muchos momentos: «Hicimos mucha acción juntos, muchas peleas. Troya, por ejemplo, fue una experiencia de seis o siete meses viajando por todo el mundo; rodamos en Londres, Malta y Cabo…» Y siguen más y más batallitas. Las mejores, obviamente, se las reservan para ellos. 

No se trata solo de enchufar a un amigo. La ejecución de la película es notable, un más que digno ejemplar de su género. El proyecto profesional ha debido de ser, por lo tanto, lo bastante sólido para que lo acepte Brad Pitt, que no tiene pinta de estúpido. Pero también tendrá su corazoncito y si, además de hacer un buen trabajo se puede rodear de amigos, ¿quién se lo impide? ¿Que su futuro profesional podría ser mejor aún si tomara otras decisiones? Quizá. Pero tiene 58 años y 300 millones de dólares. ¿Por qué no dedicar su tiempo a pasar buenos ratos con gente que le cae bien? Además, puede hacer realidad el sueño punk de El club de la lucha: el tipo que recibía los golpes se sienta ahora en la silla de mando.

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