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Tinder o Cesid: hay que elegir

«Los disgustos de los que nos provee la monarquía no proceden de que nadie la haya votado, sino del légamo consustancial a los grandes poderes»

Tinder o Cesid: hay que elegir

Uno ve con estupor diferido la miniserie documental Salvar al rey (HBO), donde se encadenan brevemente los muchísimos disparates que nuestro monarca emérito consiguió protagonizar y nunca penar. Digo diferido porque verlo da angustia, rabia y un poco de asco, pero esa angustia, esa rabia y ese asco ya no nos valen para nada. Todo fue hace muchos años.

Aunque contamos con numerosos analistas capaces de explicar la historia reciente de España con tribunas muy finas y libros algo más gruesos, ninguno de ellos supera un análisis realizado desde dentro de un coche por una vedette. Bárbara Rey dijo: «No sabéis en manos de quiénes estamos». Con eso se resume un poco todo.

Lo malo del poder es que lo tiene que ocupar alguien, no es abstracto, institucional o siquiera burocrático; una persona con nombre y apellidos manda aquí y allá, en el gobierno, el ministerio, la comisaría y, claro, la Zarzuela. Aunque resultan olímpicos en la televisión y en las revistas, estirados, bien vestidos, aseados moralmente por protocolos muy pomposos, los poderosos del Estado son, como suele decirse, sólo humanos, pútridamente humanos. Y también falibles y viciosos, cuando no idiotas o ignorantes. Una joya. Aquí hay que reconocer que no es seguro que ninguno de nosotros, siendo un poderoso de estos, no hiciera las cosas igual de mal o peor.

Pero, dicho esto, como no somos nadie, podemos escandalizarnos. Podemos pedir cabezas. Podemos escribir columnas asqueaditas y un poco de coña.

Porque hay que reconocer que el Cesid se fundó antes que Tinder y, lo que es servir para el sexo, servía. A diferencia de Tinder, te ponen ellos el chalé (calle del Sextante); te graban, y así no tienes ni que hacerte selfies de amor; te vigilan, y así no tienes que contar con un buen amigo que eche un capote en relaciones de infidelidad. También mola del Cesid que lo paga todo, y puedes volver atrás si una mujer te gustaba y por error les dijiste al Cesid que no te gustaba. Con Tinder esto no sucede.

El documental, en efecto, se para mucho en las efusiones eróticas de don Juan Carlos I, que nada tienen de ilegales ni, en rigor, de asunto nuestro. Sin embargo, es lo que más molesta: tener de Rey a alguien que no te rubrica un ministro porque está en Suiza con una chica nueva.

Son esas cosas las que va desgranando Salvar al rey, y que te dejan muy mal cuerpo, pero, al tiempo, como decimos, dan completamente igual. La Historia siempre se escribe para saber que no se podía escribir de otra manera, porque no tiene nada que ver con la vida de la gente y encima te la hacen aprender en la escuela. Vamos, que ahora mismo estamos en pleno desconocimiento de decenas o cientos de miserias y triquiñuelas y enjuagues que conocerán nuestros hijos en 2070 por otro documental de HBO, y que les darán, sí, totalmente igual.

Debo reconocer que Juan Carlos I me ha caído mal toda la vida. Por su parte, Felipe VI aún me inspira clemencia, pues no es fácil ser rey de gente como tú. Lo que veo inútil y casi de lunático es vivir para derribar la monarquía española. Yo tengo cosas mejores que hacer con mi vida que quitar a una familia de un palacio. Si toca votar, seguramente vote que se vayan si no hay fútbol; pero, más allá de esa jornada de domingo y urnas palaciegas sin balompié, no me voy a hacer mala sangre cada día de mi vida por que un apellido salga en las monedas y sus miembros saluden a las marujas por las calles de Sevilla.

Digo que me cae mal Juan Carlos I porque ya la gente simpática, sin más, me resulta sospechosa, intensita, de mucho quitarte el aire. Y nuestro anterior rey era conocido como campechano, que es el barroco de la simpatía. O sea, lo peor. Puestos a ser indiferentes con la monarquía, sólo pido elegancia, distancia y, por rimar otro poco, prestancia. Que tengan el poder y el dinero, pero también la clase. Un rey campechano es más de lo que puede soportar un súbdito morigerado.

Porque hay que entender también que los disgustos de los que nos provee la monarquía no proceden de que nadie la haya votado, sino del légamo consustancial a los grandes poderes, que no se quita con elecciones ni con espátulas. Así, el pueblo en realidad no quiere saber, porque ya es difícil levantarse cada día por la mañana como para encima conocer al dedillo la increíble red gangsteril a la que servimos de cimiento.

Por lo demás, noten que si no llega a existir HBO no existiría este documental, que tanto está dando que hablar. HBO sólo nos trae cosas buenas, dragones, euforias, el exterminio minucioso del ego artístico. Porque han de notar también que HBO exige ya no se cuántos clics y búsquedas en IMDB para enterarse de quién ha escrito, dirigido o producido Salvar al rey, y no es cosa de que el tema resulte espinoso y sus autores no quieran sobrexponerse. Pasa igual con cualquier otro de sus productos: no los hace nadie.

HBO va camino de convertirse en el temido Skynet (Terminator), o sea, un Estado entero completamente opaco que saca productos de autoría fantasmal.

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