La ¿peligrosa? forma de pensar de los ricos de Silicon Valley
El libro de Douglas Rushkoff no solo inspira a Yolanda Díaz: también explora la mentalidad de los millonarios tecnológicos
A pesar de ser, sin ningún género de dudas, algunas de las personas más poderosas e influyentes del planeta, muchas de las nuevas fortunas tecnológicas forjadas al calor de Silicon Valley parecen obsesionadas con la idea de trascender la humanidad y lo que ellos consideran una limitada vida en la Tierra. Mientras Elon Musk o Jeff Bezos miran al espacio exterior y a la posibilidad de colonizar la galaxia, Mark Zuckerberg está obsesionado con la posibilidad de crear un mundo paralelo de píxeles con realidad virtual y tanto Serguei Brin como Larry Page apuestan por crear una inteligencia artificial que marque la siguiente etapa de la evolución humana. Una mentalidad que ellos justifican por su condición de pioneros tecnológicos y que no sería en ningún caso reprochable —al fin y al cabo, la búsqueda de nuevas fronteras es un rasgo casi intrínseco de las vanguardias tecnológicas— si no fuera por un pequeño detalle: en sus cosmovisiones, el destino de la mayor parte de los seres humanos es apenas una nota al pie de página, que poco importa pisotear si es en nombre de un futuro que no tiene que porque ser mejor que el presente: tan solo distinto.
Este es el punto de partida del último libro de Douglas Rushkoff, profesor de Cultura Virtual en la Universidad de Nueva York y uno de los intelectuales más influyentes del mundo para prestigiosos centros de investigación como el MIT o revistas tecnológicas como Wired. En La supervivencia de los más ricos (Capitán Swing), el mundo hacia el que nos conducen Musk, Zuckerberg o Peter Thiel no solo es indeseable, sino peligroso para la mayoría de seres humanos. Y es que, aunque Rushkoff ha sido durante años un pensador obsesionado con cómo las nuevas tecnologías y especialmente todo lo relacionado con la cibernética pueden contribuir a mejorar la sociedad y hacer un mundo más justo, su contacto continuado con las élites de Silicon Valley y la evolución ultracapitalista de proyectos que en un principio apoyó como las criptomonedas han acabado haciendo de este escritor un «tecnopesimista».
La anécdota que abre el libro —y que ha capturado la imaginación incluso de políticos como Yolanda Díaz, aunque quizás no hayan acabado de entenderla— es especialmente ilustrativa de cómo los cibermillonarios quieren trascender el planeta no solo en un sentido figurado, sino también literal. En 2017, Rushkoff aceptó una invitación para dar un discurso en un elegante complejo hotelero, ante una audiencia especialmente selecta: cinco ultrarricos sentados alrededor de una mesa. Sin embargo, estos millonarios no querían oír una perorata estándar sobre las posibles evoluciones tecnológicas que marcarían las siguientes fases de la evolución humana, sino algo mucho más concreto: querían discutir posibles soluciones y caminos a seguir para prepararse para un hipotético escenario postapocalíptico. «¿Dónde deberíamos ubicar nuestros complejos de búnkeres?” o «¿Cómo aseguramos la lealtad de nuestros guardias privados una vez que el dinero deje de tener valor?» fueron algunas de las preguntas que formularon.
Rushkoff asegura que en un principio se sintió horrorizado por la brutal honestidad de sus interlocutores, pero pronto se dio cuenta de que lo que se había encontrado no era una rareza, sino una constante en el mundo de los más ricos. En su deseo de protegerse de las peores consecuencias de una evolución que no podían controlar, muchos millonarios habían, especialmente en el mundo de las nuevas tecnologías, comenzado a desarrollar diferentes planes para escapar, ya fuera a través de búnkeres subterráneos, asentamientos marítimos o colonias espaciales.
Sin embargo, eran incapaces de ver lo que para el autor del libro era evidente: los futuros apocalípticos que temían eran ante todo una consecuencia de sus propios compromisos financieros, ecológicos, tecnológicos e ideológicos. A pesar de esto, la idea de luchar por evitar el fin de los tiempos cambiando su comportamiento estaba completamente fuera de cuestión, una visión tan completamente separada de la realidad que casi entra en el terreno de la irracionalidad y que Rushkoff llama «La mentalidad».
Y es que la mayor parte de La supervivencia de los más ricos no versa sobre los planes para escapar del planeta de los multimillonarios. Eso es tan solo una excusa para arrancar el libro y ejemplificar las ramificaciones más espectaculares de su idea central, que no es es otra que esa «mentalidad». Para Rushkoff, esta forma de pensar tan en boga entre los tecnócratas de Silicon Valley es básicamente una estrategia de aceleración sin destino claro, cuyo único objetivo es el cambio por el cambio. Un impulso implacable que, en oposición con la famosa «destrucción creativa» de Schumpeter, es simplemente autodestructiva. Y de ahí viene esa obsesión con prepararse para el apocalipsis, del convencimiento de que el avance tecnológico que ellos mismos impulsan está empujando al grueso de la humanidad al fin de los tiempos. Pero «La mentalidad» va, apunta Rushkoff, mucho más allá, y ha permeado en nuestras sociedades de formas que puede que no impliquen un colapso, pero sí un cambio a peor.
La mentalidad está en todas partes
El punto que machaca la mayoría de los capítulos de La supervivencia de los más ricos es de hecho que los planes de escape de los billonarios no son tanto geográficos, sino estructurales, en el sentido de que el objetivo último de «La mentalidad» es que su perspectiva hiperindividualista se infiltre en todo el panorama económico, social y político. Para Rushkoff, la simbiosis actual entre capitalismo y tecnología «forma un circuito de retroalimentación que se refuerza mutuamente y que alienta a los empresarios a imaginar un futuro regido por las tecnologías del sector privado». Para ilustrar esta idea, el autor cubre muchos temas, que van desde Airbnb y sus aspiraciones antiregulatorias hasta la obsesión por los enormes retornos de las inversiones para los accionistas; desde Facebook y el Metaverso hasta Burning Man y la revista Wired; desde críticas al empirismo hasta incursiones en el lenguaje.
Lo que queda claro es que Rushkoff siente una gran nostalgia por los años iniciales de la cibernética y busca en cierta manera rescatar las promesas perdidas de la tecnología de su juventud, que habrían sido corrompidas por el advenimiento de una especie de «capitalismo extremo». Lamenta, por ejemplo, cómo la rentabilidad a toda costa y la total sumisión a las leyes del mercado han acabado por ser los grandes dominadores de las estrategias a largo plazo en el sector tecnológico, comenzando con la fallida fusión de AOL y Time Warner en 2000. Antes de eso, sostiene, prevalecía un futuro digital más prometedor y abierto: era «un patio de recreo para la contracultura, que vio en internet la oportunidad de inventar un futuro más inclusivo y participativo».
El único problema es que el concepto de «mentalidad» acaba por ser demasiado amplio, al menos tal y como lo define Rushkoff. A veces es una especie de sinónimo de la ideología libertaria, pero la mayor parte del tiempo acaba por convertirse en un concepto mucho más amorfo y voluble, refiriéndose prácticamente a todos los «ismos» que pueden verse como negativos desde una perspectiva moral, ya sea el racismo, el machismo, el colonialismo y el narcisismo. Además, los diversos milmillonarios que van pululando por el libro son en demasiadas ocasiones simples caricaturas, cuya única función parece ser encarnar la codicia y la despiadada crueldad que se supone tienen estas personas tan alejadas del ciudadano medio. En vez de seres humanos complejos que, sin duda, pueden ser profundamente imperfectos, tenemos personajes de guiñol o malos de James Bond con un pensamiento unidimensional.
A pesar de esto, la lectura de La supervivencia de los más ricos es estimulante y en ocasiones incluso adictiva. Y lo es porque Rushkoff escribe con mucha ironía y tiene una capacidad asombrosa para hilar conceptos y teorías que a priori parecen profundamente alejadas entre sí. Al final, el autor es capaz de tejer una poderosa crítica de las actitudes y tecnologías que permiten muchos de los rasgos más distópicos de las sociedades actuales, además de ser capaz de trazar casi sin esfuerzo la genealogía de casi todos las perversiones del capitalismo del siglo XXI.
Sin embargo, sus sugerencias sobre cómo mejorar nuestra economía y nuestro futuro son sorprendentemente convencionales. «Comprar productos locales, participar en programas de ayuda mutua y apoyar a las cooperativas. Es importante utilizar la ley de monopolios para acabar con los gigantes anticompetitivos, la regulación ambiental para limitar el desperdicio y el trabajo organizado para promover los derechos de los trabajadores», explica en el último capítulo del libro, en el que también apuesta por una «política fiscal inversa para que aquellos que reciben ganancias de capital pasivas sobre su riqueza paguen tasas más altas que aquellos que trabajan activamente para obtener sus ingresos». Es curioso que la solución a los problemas del hipercapitalismo según Rushkoff estén, al parecer, en la socialdemocracia más clásica.