THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Viejos amigos

«Dostoievski pone en escena la tortura que supone abandonar la fe en la inmortalidad»

Notas de un espectador
3 comentarios
Viejos amigos

Fiódor Dostoievski.

Algunos escritores (muy pocos) nos acompañan hasta la muerte, son como aquellos maestros que te marcaron a fuego cuando tu espíritu era todavía blando y maleable. No es posible poner en duda su talento porque eso sería como dudar del nuestro, el que, magno o parco, nos ha acompañado toda la vida. La influencia que tienen ciertos espíritus de los muertos sobre los vivos nos lleva a creer en la oscura potencia de la tierra.

En mi caso, dos son las fortalezas literarias que han marcado mi vida adulta. Una, la de Proust, sigue incólume como la historia más inteligente que he conocido sobre las gentes ilustradas, acomodadas y conscientes de su poder. Tiene muchas más grandezas poéticas, pero dejemos así las cosas por hoy. Proust nos ilustra acerca de nuestro proceso de envejecimiento a partir de una juventud pujante, floreciente, luminosa, y nos acompaña hasta la frontera de la muerte con la cegadora luz de la verdad ineludible.

El segundo es aún más turbador: el angustiado y agobiante Dostoievski. Aun siendo un escritor del siglo XIX, en él se encuentra casi todo lo que nos ha importado del siglo XX, desde los orígenes del totalitarismo hasta las causas y horrores del terrorismo político. Pero hoy lo recuerdo por una cuestión distinta. La gente de mi edad, con magníficas excepciones como es lógico, abandonó la religión en época temprana. Pasados los años, tampoco la vejez nos ha aproximado a ella. Se dice que la cercanía de la muerte abre la puerta para un regreso de lo divino como mano salvadora. No es mi caso ni el de la gran mayoría de mis conocidos. Pero es cierto que el abandono de la fe en una vida eterna lo realizamos mediante dura reflexión que se prolongó durante años y trajo momentos de agobio e incluso de desesperación. Quiero decir que trabajamos con ahínco y severidad la negación, la cual no fue fruto del capricho o de la moda, ni mucho menos de la comodidad, sino un combate tenso y exasperante. Aquella reflexión, prolongada hasta la madurez, nos ha servido de apoyo el resto de nuestra vida.

No es eso lo que ahora sucede, creo yo. Los jóvenes abandonan la religión y la creencia en otra vida, se acomodan al nihilismo, simplemente porque todo el mundo, en sus círculos, así lo ordena, es lo que está mandado. Lo toman como el líquido amniótico de la actualidad y de las actualidades, de lo que hay, de lo dado y admitido. Se ahorran, no sé si me explico, la enorme tarea de la negación, su esfuerzo y su duelo. Pero sin el trabajo de la negación no puede haber luego ninguna afirmación sólida y por esta razón caen tantos en los simulacros y capillas.

Eso es lo que Dostoyevski nos ayudó a entender. Aun siendo él un creyente casi místico, su inteligencia de la negación y de la ruptura es la más profunda de la literatura mundial. Todo el proceso que conduce desde Crimen y castigo a El idiota, Los demonios, y finalmente Los hermanos Karamázov es la más terrible y deslumbrante puesta en escena de la tortura que supone abandonar la fe en la inmortalidad, renunciar a ser dioses y admitir la finitud.

Es dudoso que nadie, en la actualidad, pueda dedicar un año a leer las 5.000 páginas de Proust y las 4.000 de Dostoievski, sin embargo, ese vacío no lo puede llenar, hoy día, absolutamente nada. Lo he recordado leyendo una breve obra de divulgación firmada por Tamara Djermanovic, El universo de Dostoievski (Acantilado), que da cuenta del proceso infernal que fue la vida del gran ruso desde el simulacro de su fusilamiento hasta la aceptación de la muerte. Un proceso que puede estudiarse en algunos filósofos como Pascal, Hegel o Nietzsche, pero que Dostoievski cubre con el manto dorado de la ficción para dar más fulgor a lo veraz.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D