THE OBJECTIVE
Cesar Cidraque Llovet

El precio del valor

Yo pensaba que la principal tarea del político era la de servir al ciudadano. Que su principal herramienta es el pacto, el diálogo, la retórica.

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El precio del valor

Yo pensaba que la principal tarea del político era la de servir al ciudadano. Que su principal herramienta es el pacto, el diálogo, la retórica.

Winston Churchill dijo que “hay que ser muy valiente para levantarse y hablar, pero todavía hay que serlo más para permanecer sentado y escuchar.” Por cuestiones laborales últimamente he tenido la oportunidad de estar en contacto con algunos políticos de nuestro país. Tras algunas semanas he comentado con amigos algunas impresiones, y ellos me han dicho que soy demasiado joven, que no entiendo cómo funcionan las cosas. Les comentaba que tengo la impresión de estar más en un conflicto armado entre ejércitos que en un diálogo entre políticos. Lo importante, por lo visto, es ganar y que el otro pierda. He escuchado frases como: “Antes muerto que pactar con un nacionalista.” O: “No es lógico que el voto de todas las personas tenga el mismo valor.”

Yo pensaba que la principal tarea del político era la de servir al ciudadano. Que su principal herramienta es el pacto, el diálogo, la retórica. Lo interesante del tema es que cuando hablas en estos términos el problema es que no sabes cómo van las cosas. Que acabas de llegar. Está claro que me queda mucho por aprender. En mi inocencia e ignorancia me atreví a preguntar quién es el máximo representante de nuestro país, a lo que me dijeron: ¡el Rey! Yo, confundido, pensaba hasta entonces que es el ciudadano. Ya me lo advirtió años antes mi profesor de latín: la ignorancia es muy atrevida. ¡Atrevidísima!- me decía.

Como buen aprendiz lo siguiente que hice fue volver a meter la pata. Volví a preguntar. Quise saber que si Nelson Mandela fue capaz de pactar con el hombre blanco que lo tuvo encarcelado 27 años en prisión -de los cuales 18 fueron picando piedra y en una celda de cuatro metros cuadrados- cómo es posible que nosotros no podamos pactar con cualquier partido de nuestra localidad. “Eso no tiene nada que ver,” me enseñaron. Entonces veo cómo el primer ministro húngaro aboga por la pena de muerte y por fin entiendo que he estado perdiendo el tiempo leyendo a Gandhi, a Mandela, a Lincoln o a Marco Aurelio. Que el abuelo Mujica chochea. Que ser valiente debe seguir saliendo caro, que ser cobarde debe valer la pena.

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