THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

¿Teléfono rojo? Volamos hacia ninguna parte

Uno de los más inquietantes enigmas de la astronomía se conoce como “paradoja de Fermi”. Reza así: se calcula que nuestro universo contiene entre 100.000.000.000.000.000.000 y 1.000.000.000.000.000.000.000.000 estrellas. Lo cual, para hacernos una idea algo más “entendible”, implica que por cada grano de arena de cada playa de nuestro planeta hay unas 10.000 estrellas titilando ahí arriba. Dado este inmenso número, ¿es plausible pensar que solo un planeta de solo una de esas estrellas de solo una de los quinientos mil millones de galaxias existentes posea vida inteligente?

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¿Teléfono rojo? Volamos hacia ninguna parte

Uno de los más inquietantes enigmas de la astronomía se conoce como “paradoja de Fermi”. Reza así: se calcula que nuestro universo contiene entre 100.000.000.000.000.000.000 y 1.000.000.000.000.000.000.000.000 estrellas. Lo cual, para hacernos una idea algo más “entendible”, implica que por cada grano de arena de cada playa de nuestro planeta hay unas 10.000 estrellas titilando ahí arriba. Dado este inmenso número, ¿es plausible pensar que solo un planeta de solo una de esas estrellas de solo una de los quinientos mil millones de galaxias existentes posea vida inteligente?

El físico Enrico Fermi coligió en su día, allá por 1950, que esto se presenta a todas luces como improbable. Mas, por otro lado, Fermi se dio cuenta también de que, si admitimos que hay tantísimas ocasiones para desarrollar vida inteligente en tantísimos puntos del universo, nos acucia entonces una duda: ¿por qué resulta que ninguna de esas civilizaciones inteligentes ha contactado aún con nosotros? He ahí su paradoja.

Se ha intentado responder al reto que Fermi nos planteó de múltiples maneras. Quizá no sea tan fácil como creemos que surja la vida espontáneamente. O que esta vaya más allá de los organismos unicelulares. O que estos “avancen” hasta una vida inteligente (la mal llamada “evolución” en realidad no intenta avanzar a ningún lado según Darwin, sino que solo es resultado de azarosas selecciones: selecciones que aquí en la Tierra resultaron en humanos con inteligencia igual que en elefantes con trompa o en futbolistas como Messi, sin que tenga por qué llegarse ni a esa inteligencia, ni a tales trompas, ni tenga por qué jugarse al fútbol en más planetas).

Ahora bien, una de las respuestas más turbadoras a la paradoja de Fermi es la que considera que seguramente sí que ha habido tantas civilizaciones inteligentes en la historia del universo como parece probable, dadas las innúmeras oportunidades que se han dado. Pero no han trabado contacto con nosotros sencillamente porque ya no existen. Y ya no existen porque toda civilización inteligente alcanza enseguida un punto en que sus saberes le otorgan capacidad suficiente como para autodestruirse. Y la aprovecha.

Conocemos esa historia. Durante la guerra fría, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética llegaron a contar con bastante armamento como para devastar cada uno a la otra mitad de la humanidad. Si no se pusieron a hacerlo, es muy probablemente porque cada uno sabía que el otro entonces también le aniquilaría a él y su mitad del mundo. No nos salvó la bondad de los EEUU ni de la URSS, sino su razonable miedo a que el otro les exterminara.

Ahora bien, ¿qué ocurriría si nos enfrentásemos a un enemigo que no tuviera miedo a ser arrasado pero poseyera capacidad suficiente como para arrasarnos? Por desgracia que esté en condicional el verbo de esta pregunta resulta cada vez más obsoleto. Por desgracia nos enfrentamos ya a un enemigo, el terrorismo yihadista, que exhibe su falta de miedo a perecer con tal de que nosotros también perezcamos en sus empeños (al fin y al cabo, a ellos les esperan después 72 vírgenes y a nosotros ninguna). Por desgracia, este tipo de terrorismo cada vez idea nuevos modos de asolar nuestra civilización: la última, noticiosa ayer, es su proyecto de, mediante drones, rociar varias ciudades occidentales con material radioactivo.

¿Lograrán algún día los yihadistas hacer que el planeta Tierra sea uno más de aquellos en que la vida inteligente duró apenas un soplo entre los catorce miles de millones de años que lleva existiendo el universo? ¿Perdurará algo de nosotros si la civilización humana fenece, algo con que seres inteligentes de otro planeta pudieran algún día toparse si les interesara la arqueología? ¿Quedarán acaso nuestros amorosos mensajes de tiza en el suelo de Bruselas, alguna grabación crepitante de nuestras canciones pacifistas, givepeaceachance, algún fragmento textual de nuestros buenistas que se enorgullecen de serlo? ¿Seguirán pensando entonces esos arqueólogos extraterrestres que fuimos una de las civilizaciones, de veras, inteligente que se dio en medio del silencioso universo?

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