THE OBJECTIVE
Jordi Bernal

Elvis Trump

Al igual que Elvis, Donald Trump es un hombre preocupado por su país. Cree, como el Rey del Rock en sus últimos y tristes años de existencia en La Tierra (digámoslo así, pues entre su pintoresca legión de seguidores, algunos sostienen que fue abducido por extraterrestres fanáticos de su música) que Estados Unidos vive momentos de abatimiento moral, flojera testosterónica y pérdida de liderazgo. El macho alfa americano se está convirtiendo en una nenaza que ya no lleva su Colt en la cartuchera ni camina desafiante hacia el enésimo duelo al sol. Incluso Eastwood se nos ha caído del pedestal compartiendo tal bobada.

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Elvis Trump

Al igual que Elvis, Donald Trump es un hombre preocupado por su país. Cree, como el Rey del Rock en sus últimos y tristes años de existencia en La Tierra (digámoslo así, pues entre su pintoresca legión de seguidores, algunos sostienen que fue abducido por extraterrestres fanáticos de su música) que Estados Unidos vive momentos de abatimiento moral, flojera testosterónica y pérdida de liderazgo. El macho alfa americano se está convirtiendo en una nenaza que ya no lleva su Colt en la cartuchera ni camina desafiante hacia el enésimo duelo al sol. Incluso Eastwood se nos ha caído del pedestal compartiendo tal bobada.

Bien es cierto que, en el caso de Elvis, los delirios apocalípticos y la paranoia obcecada respondían, en gran medida, al consumo en cantidades industriales de todo tipo de estupefacientes combinados con una ingesta pantagruélica de comida basura. Un cóctel explosivo tanto para las arterias como para las neuronas. De las alucinaciones de Trump todavía desconocemos los motivos.

Hace poco se estrenó en EEUU el divertimento Elvis & Nixon. El simpático film, que contiene por cierto otra lección interpretativa de Kevin Spacey, esta vez encarnando a un Nixon desternillante, recrea el célebre encuentro entre el músico y el presidente del gobierno en el Despacho Oval. Elvis estaba muy preocupado por la situación del país. Por la amenaza comunista. Por el creciente consumo de drogas entre los jóvenes. Por los hippies. Y por esos indeseables de Liverpool que lo habían desbancado de la poltrona en las listas de éxitos y que no cabía duda de que eran unos comunistas, drogatas y hippies. De pastillas y hamburguesas con queso hasta las trancas, Elvis le transmitió todas estas inquietudes a Nixon, que le dio unas untuosas palmadas en la espalda, alabó su patriotismo y le hizo entrega de un carné de agente especial del FBI de coña.

El Rey del Rock volvió a su mansión de Graceland más contento que unas pascuas.

Esperemos que Trump no llegue a pisar la Casa Blanca ni siquiera como visitante. Pero si la demencia se impusiera y acabara dirigiendo la primera potencia mundial, pido que todos sus discursos los haga disfrazado del abigarrado Elvis crepuscular. Al menos así nos descojonaremos del delirio mientras nos ponemos morados de pastillas y hamburguesas. Hasta que llegue el apocalipsis.

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