THE OBJECTIVE
José García Domínguez

España, desengañaos, no es Madrid

«Desde el cambio de centuria es cada vez más evidente la coexistencia de dos Españas, distintas y distantes, dentro del territorio de la Península Ibérica no ocupado por Portugal. Cada vez más distintas, sí, y cada vez más distantes»

Opinión
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España, desengañaos, no es Madrid

Ese subidón de adrenalina en el que aún vive inmersa a estas horas la dirección nacional del Partido Popular, el que se apoderó de todos ellos luego del aparente vuelco electoral madrileño, está haciendo perder de vista a demasiada gente que España, tal como se dice ahí arriba, no es Madrid. Y no sólo no es Madrid, sino que cada vez se parece menos a Madrid. Una evidencia, la de la muy clamorosa y acelerada asimetría socioeconómica madrileña en lo que llevamos del nuevo siglo, observable a simple vista para alguien que se aleje apenas cien kilómetros de la capital en cualquier dirección, a la que procede añadir esa dimensión mucho más aparente que real del pretendido revolcón electoral del 4 de mayo. Y es que, si bien se mira, lo único singular que acaba de ocurrir, más allá de la tan previsible reabsorción del electorado conservador fugado en su día hacia Ciudadanos, ha sido que la derecha sociológica que siempre vota en masa al PP cuando las generales, la misma que nunca se había acabado de tomar muy en serio lo de la autonomía de Madrid, esta vez sí que lo ha hecho. La prueba de que se lo han tomado en serio es que han ido a votar todos, sin excepción, con disciplina militante, algo nunca antes visto.

Por lo demás, la razón de ese inopinado entusiasmo por la política estrictamente doméstica y provincial se antoja evidente: fueron a votar contra el azufre socialcomunista que emana de la Moncloa, que no por las cuatro perras que les pueda rebajar Ayuso en el IRPF; menos aún por el tan cacareado asunto de la liberalidad tabernaria en tiempos de pandemia, un argumento ridículo. El inmenso acierto de los estrategas del PP fue plantear unos comicios cuasi administrativos en una autonomía artificial, esa CAM que en realidad no le importa a nadie, comicios anodinos por definición, como si se tratase de unas primarias nacionales en las que se estuviese decidiendo la continuidad o no de la coalición del PSOE con Podemos al frente del Ejecutivo. Pero el inmenso error consistirá en creer ahora que eso, lo que ha valido para Madrid, también podría valer para España. Porque, contra lo que prescribe el espejismo de las falsas apariencias, prácticamente ningún elector ha desertado de un bando hacia el otro. Desde el cambio de centuria es cada vez más evidente la coexistencia de dos Españas, distintas y distantes, dentro del territorio de la Península Ibérica no ocupado por Portugal. Cada vez más distintas, sí, y cada vez más distantes.

¿O cómo considerar políticamente equiparables territorios – al modo de un buen puñado de secciones censales madrileñas y barcelonesas- donde el 30% de las rentas proviene de los rendimientos del capital, mobiliario o inmobiliario, frente a otros donde las pensiones de los jubilados constituyen ya el principal sustento del grueso de la población, el caso de Galicia, Asturias, Cantabria, Extremadura, León y Zamora, demarcaciones todas ellas donde las pensiones de la Seguridad Social representan en torno al 50% de de la renta disponible de los habitantes en otro buen puñado de sus respectivas secciones censales? ¿Cómo se van a presentar a las elecciones Ayuso y Feijóo con un mismo programa si gobiernan en dos países completamente distintos y cuyas respectivas realidades cotidianas nada tienen que ver entre sí? ¿Cómo exportar a la otra España ese alegre populismo libertario, la seña de identidad del PP madrileño desde los tiempos de Aguirre, si ahí se cuentan por docenas las comarcas en cada provincia donde la suma agregada de las prestaciones del Estado – pensiones, desempleo, dependencia  y otros subsidios sociales – posee un peso superior al que representan los ingresos salariales; en concreto, alrededor de un 52% las primeras, frente a un escaso 44% los segundos. Por un lado, la España individualista, joven, formada, cosmopolita, hiperurbana y competitiva. Por el otro, la de las pequeñas ciudades del interior, envejecida, tradicional, desconectada de los circuitos internacionales  y en acelerada decadencia demográfica. Quien piense que se puede ir a esa otra España con el discurso emanado de lo que algunos llaman el estilo de vida madrileño, quien lo piense en serio, no sabe en qué país vive. Lo dicho: España, desengañaos, no es Madrid.

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