THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

Historia para Matías

«Y es que para que llegue a haber Antropoceno tendrá que haber intérpretes de nuestro mundo suficientemente similares a nosotros como para que resulten inteligibles nuestros pasos y tropiezos por el planeta. En conclusión, no nos habremos extinguido a pesar de nuestros excesos «antropocentristas», con lo que: ¡viva el Antropoceno manque asuste!»

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Historia para Matías

Lo bueno – o lo malo- de viajar con un adolescente a los lugares tenidos por «cuna civilizatoria» es que le obliga a uno a repasar y repensar los porqués de la tradición venerada y cuán importante es conocerla. «Llegará un momento en que esto ya no irá con nosotros, que pasemos de esta gente», me apuntaba mi hijo Matías subiendo por las gradas del teatro de Epidauro. Si encima transita uno por Grecia en la compañía de la lectura del magnífico libro de Jesús Zamora Bonilla (Apocalípticos. Ecologismo, animalismo, posthumanismo, Shackleton, 2021), ese «come-come» de lo muy insignificante que ya seremos resulta casi paralizante.

Y es que Zamora Bonilla nos pide que nos detengamos a pensar un momento sobre lo que constituirá nuestro legado, si, por un lado, la especie humana se mantiene básicamente como es hoy, y, por otro, perduramos durante, pongamos, un millón de años. O dicho de otro modo: los griegos, los fenicios, los chinos y tal vez el homo antecesor adquirimos sentido e importancia con el trasfondo de nuestra desaparición como especie, es decir, en el marco de un relato y un lapso temporal «cognitivamente asibles». Pero si no es así, si el cuento no acaba «suficientemente pronto», los asuntos hoy trascendentales, los seres humanos excelsos, o los que fueron villanos a lo largo de lo que nosotros llamamos «historia», sus hazañas y miserias, Hitler o Aristóteles, Felipe II o Jesucristo serán todos naderías y don nadies.

Matías insistía en que desconocerlo todo «del siglo de Pericles» no era taaaaaan (sic) grave, y, habiéndole comentado lo que Zamora Bonilla desarrollaba en el capítulo XXIV, se vanagloriaba de su intuición. El homo sapiens sapiens apareció por el planeta hace unos 200.000 años – eso sí se lo sabía Matías. «A ver, papá: ¿qué pasaba en el mundo allá por el siglo 860 antes de Cristo?», me preguntó tras echar la cuenta. «Ya hijo, pero es que el registro se pierde…». «Pues eso…». «Pues eso» pensé yo recordando de nuevo lo que Zamora Bonilla tiene que decir al respecto. Le cedo la palabra: «Hagamos el ejercicio de pensar en algo así como una Breve historia de la humanidad escrita dentro de un millón de años. Si ese libro tuviera mil páginas, eso querría decir que por término medio, a cada milenio de historia le tocaría una página». Ni en los mejores sueños de la ministra Celaá.

Otra de las manifestaciones de esta arrogancia presentista contra la que nos previene Zamora Bonilla es la noción de «Antropoceno»; ya saben, esa era geológica que habría irrumpido como consecuencia de la actividad industrial de los seres humanos: los hombres como primer motor del cambio de la dinámica planetaria misma. Pero, claro, si uno se toma en serio la Geología sabe que la identificación y descripción de una era geológica no puede ser ex ante, sino más bien el resultado de haber comprobado muchos años después – y muchos quiere decir miles- la huella estratigráfica de ese suceso. ¿Cómo podríamos hoy exhibir semejante petulancia a la luz de lo que hemos podido recuperar del mítico período jurásico en el que los dinosaurios dominaron la Tierra durante 180 millones de años? ¿Podemos afirmar seriamente que dentro de cientos de miles de años, no digamos millones, se podrá descubrir un registro fósil que permita determinar que una civilización, la nuestra, emitió CO2 de manera excesiva y que por eso subieron las temperaturas y que entonces…? ¡No digamos ya si el chivo expiatorio es el sistema capitalista! como sugiere el uso de la noción de «Capitaloceno». Pero es que, además, predicar la existencia hoy del Antropoceno presupone el tipo de esperanza que resulta incompatible con los peores designios del cambio climático. Y es que para que llegue a haber Antropoceno tendrá que haber intérpretes de nuestro mundo suficientemente similares a nosotros como para que resulten inteligibles nuestros pasos y tropiezos por el planeta. En conclusión, no nos habremos extinguido a pesar de nuestros excesos «antropocentristas», con lo que: ¡viva el Antropoceno manque asuste!

Regreso a suelo patrio y a nuestro odioso presente. Me topo con una entrevista de Juan Cruz a Valeriano Bozal, el afamado historiador del arte, en el diario El País de 5 de julio a propósito de la publicación de sus memorias (Crónica de una década y cambios de lugar). Inquirido por sus vivencias durante la dictadura Bozal alude a que el franquismo es: «… un continuo de momentos que no puede cerrarse… un pasado presente… presente en nuestra memoria, en las instituciones, valores, juicios, emociones… [el franquismo] … ha reaparecido, como una sombra cada vez más amenazadora, está inculcado en una gran parte del cuerpo social, han sido muchos años de dictadura, y serán muchos los años necesarios para eliminar sus efectos… la sombra del franquismo es una amenaza que desaparecerá difícilmente».

Y casi hasta dejará huella geológica observable por los siglos de los siglos, pienso mientras digiero las respuestas. Franquismo no, «francoceno»…   

    

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