Pragmatismo contra el Estado
«Los independentistas saben que su victoria final es imposible. Por eso los más inteligentes de ellos están más preocupados por las victorias parciales: ganar más competencias, desgajar el Estado»
Marta Perez | EFE
¿Qué hace más daño al Estado, el catalanismo pujolista pragmático o el independentismo fundamentalista? Es posible que lo primero. Los independentistas saben que su victoria final es imposible. Por eso los más inteligentes de ellos están más preocupados por las victorias parciales: ganar más competencias, desgajar el Estado. Como escribe Joan Esculies en El País, «ser un cuasi Estado en España puede incluso ser más beneficioso que uno pequeño al margen».
El independentismo intenta demostrar, como siempre, que negocia de tú a tú con el gobierno central. Por eso defiende el bilateralismo frente al multilateralismo. Por eso no quiere salir en las fotos de reuniones con otras comunidades. Y por eso intenta vender a su electorado que todas las veces que se reúne con el presidente son para negociar las condiciones del divorcio, no para seguir exprimiendo al Estado.
No existe una alternativa al traspaso de competencias. Por eso, como no queda otra, los sucesivos gobiernos centrales siguen delegando más poderes en la Generalitat, que tiene instituciones casi completamente ajenas al Estado e incumple sentencias de los tribunales (incluidos los de Cataluña) como si la legislación española no fuera con ellos.
El gobierno no puede hacer otra cosa (no puede dar a los independentistas un referéndum o aceptar una independencia), y el independentismo aprovecha eso. Por un lado, crispa y moviliza de cara a su electorado; por el otro, negocia siguiendo un pragmatismo cínico que poco a poco va construyendo un régimen privilegiado similar al del País Vasco. Es una estrategia mucho más dañina para el Estado que la unilateralidad y la ilegalidad estilo 2017.
