El político influencer

«Se ha normalizado totalmente que los ministros sean gente que observa los problemas y los comenta», escribía hace poco un tuitero. Otro le respondía con ironía: el futuro de los políticos es reaccionar en un canal de Twitch a los problemas sociales. Cada uno da su opinión según su ideología y su única capacidad de movilización es el engagement digital. 

Los políticos en redes solo buscan moldear su marca personal. Se posicionan sobre un suceso rápidamente y siempre tienen fomo: fear of missing out, o miedo a perderse algo nuevo. Si no reaccionan a lo último, pierden reputación. Es una concepción de la representación política muy limitada. Consiste en «estar presente»: felicitando a los medallistas olímpicos españoles en Twitter, lamentando un incendio en La Alcarria o comentando La Sexta Noche como un tuitero cualquiera. Las consecuencias de esa presencia terminan donde empiezan. 

El ejemplo más radical de este tipo de político es Irene Montero en Telecinco comentando en directo el documental sobre los abusos que sufrió Rocío Carrasco. La vicepresidenta no quiso perder una ocasión para visibilizar sus políticas, pero lo hizo en una cadena sensacionalista y en un juicio mediático lleno de irregularidades y sesgos. Lo importante era estar allí presente, no desaparecer del debate, aprovechar un fenómeno popular. 

Este tipo de político influencer propone grandes cambios culturales. Son cambios de mentalidad y de cultura política. Para conseguirlos sus única armas, o en las que más incide, son la pedagogía y la educación. Pero un político no es un profesor o un pedagogo. Por eso se convierte en un influencer.