THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

Feliz, quien como Ulises

«Trueba dice que las canciones de Brassens le cambiaron la vida»

Opinión
Comentarios
Feliz, quien como Ulises

El pasado 22 de octubre se cumplieron cien años del nacimiento en Sète, un pueblo de pescadores del Mediterráneo francés, de Georges Brassens, el hombre del bigote y la pipa eternos. Tanto que Joan Sfar, en la peculiar biografía que hizo sobre él –Georges Brassens, la libertad, publicada en Fulgencio Pimentel, claro– lo dibuja con pipa y bigote hasta de bebé: cualquier otro retrato sería inverosímil. Aprendí francés con Georges Brassens. Pasé un mes en Saint-Étienne, a las afueras de Grenoble, antes de empezar la universidad, en casa de mi tío. Cuando mi tío llegaba a casa del trabajo, de las ventanas salían los versos de Brassens a recibirle y anunciarle que había llegado a casa de la ciudad y de mi curso de francés para extranjeros. Usaba sus canciones para memorizar léxico o giros sintácticos. Brassens me llevó a Valéry: lo cita en la canción en la que pide que le entierren en la playa de Sète para pasar la muerte como quien está de vacaciones. «Y que, al menos, si sus versos valen más que los míos, / mi cementerio sea más marino que el suyo, / y no disguste a los autóctonos», canta Brassens, pero como todo lo suyo, no hay que tomarlo al pie de la letra.

Brassens abrazó el anarquismo, y lo explicaba así: «Las ideas sociales de Proudhon, de Kropotkin y de Bakunin se ajustaban a mi naturaleza, así que las hice mías. Decir que las he seguido al pie de la letra es otro cantar. Resulta que eran antiestatistas, y eso se adecuaba bastante bien a mis necesidades. No eran muy partidarios del ejército, y eso se adecuaba bastante bien a mis necesidades. No eran muy partidarios de la explotación del hombre, y eso se adecuaba bastante bien a mis necesidades. Eran partidarios de la igualdad social, y eso también se adecuaba bastante bien a mis necesidades. Eran partidarios de cierta independencia del individuo frente a la sociedad, y eso me convenía mejor que bien. Así que hice mías tales ideas porque no he encontrado otras mejores». Se resume en una frase: «Lo que tiene de inspirador la anarquía es que no existe un verdadero dogma. Es una moral, una forma de concebir la vida». Leo esas frases –y me entran ganas de hacerme anarquista à la Brassens– en Escritos libertarios, que publica Pepitas de calabaza, con traducción y prólogo de Diego Luis Sanromán. Reúne los artículos de Brassens publicados en el periódico anarquista Le libertaire y son pura irreverencia.

Fernando Trueba dice que las canciones de Brassens le cambiaron la vida, le gustan «su espíritu libertario, su humor, su humanidad, su especial estilo de mezclar lo culto y lo popular». A mí me seducirá para siempre alguien que propone la pereza como arma para la subversión. Brassens vivió en la miseria con un matrimonio que lo acogió durante la ocupación nazi de París –aunque la convivencia luego se prolongó años– y, cuando las cosas le fueron bien, compró la casa en la que vivían y la parcela de al lado, la acondicionó y se la regaló al matrimonio. Tiene razón Diego Luis Sanromán cuando lo llama el más feliz de los franceses.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D