THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

Inmediatez y abundancia

«Dejo pasar libros y películas, convirtiendo el estúpido gesto rebelde de ir a la contra de mi adolescencia en mecanismo de supervivencia»

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Inmediatez y abundancia

Netflix

Cada semana se publican varios libros que son el mejor libro del año, cada mes se emiten varias nuevas temporadas de la mejor serie del año, por no hablar de las películas obra maestra del año que se estrenan en salas y plataformas cada dos semanas aproximadamente. Hace tiempo que me desenganché de las series, la verdad, sobrepasada por la rapidez y la cantidad. Se me pasan hasta las buenas, como Succession, y las de consumo terminan por aburrirme, como Sex education. También dejo pasar libros y películas, convirtiendo el estúpido gesto rebelde de ir a la contra de mi adolescencia en mecanismo de supervivencia. Hace dos semanas vi Titanic, que había logrado evitar durante veinticinco años. Aunque sabía quién moría y los mimbres básicos de la trama –el collar, ricos y pobres, etc.– no sabía que al principio lo que se ve es el Titanic hundido y una prospección marítima en busca de tesoros –la esmeralda del collar– naufragados con el transatlántico. Por supuesto, la película –que vi a ratos, entre siestas y páginas de un libro– me pareció horrible. Por supuesto, lloré como una magdalena durante todo el último tramo de la película. No me escondo, y no me molesta tanto haber perdido una seña singular como no haber aprovechado esas tres horas para hacer otra cosa, como prestar más atención al libro que tenía entre manos.

No voy a poder leer todos los libros que me gustaría, ni siquiera los que he comprado; por supuesto tampoco los que llegan a casa (una media de cinco a la semana) y mucho menos los que me apetece y no tengo. Ni siquiera los que debería. Lo mismo aplica para las películas, las canciones y el resto de producciones culturales, o quizá debiera quitarme los remilgos y decir productos. Eso son y así los tratan. Tiene una parte buena, claro, por ejemplo, ahora los libros están rodeados de un halo cool, como anticipaban los carteles de editoriales con la máxima de «leer es sexy» encima de actores guapos con un libro delante. Las portadas de los libros aparecen en Instagram como antes lo hacía la comida. Pero tiene también un lado malo: se han convertido en consumibles.

Encontrar el equilibrio es complicado, supongo, pero la sensación de ser animales de engorde a base de consumibles culturales me desagrada. El sistema funciona así, y no parece que ni la crisis de papel y transporte vaya a hacer que se replantee todo. Mientras, disfrutemos de las perlas –qué remedio–, cada semana hay una o dos.

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