THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Ayuso se cree soñada

«La actuación de Isabel Díaz Ayuso sirve como espléndido revelador de los excesos y defectos del Estado de las Autonomías»

Opinión
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Ayuso se cree soñada

Isabel Díaz Ayuso. | Eduardo Parra (Europa Press)

La creciente desenvoltura, el atrevimiento con que se maneja Isabel Díaz Ayuso en su irresistible carrera hacia la catástrofe o el triunfo –el tiempo dirá— es relativamente fascinante. 

En pleno estrés de los servicios regionales de salud por el rebrote de la pandemia, a cuyos primeros, pavorosos estragos ella hizo frente eficazmente fotografiándose con lágrimas de rimmel en la Almudena y posando como la Virgen de los Dolores en la portada de El Mundo, salta la presidenta a sembrar sospechas sobre la abnegación del personal sanitario, abrumado y diezmado por la variante ómicron: «Cada vez se ve de manera más recurrente cómo en algunos centros de salud, no en todos (…), utilizan los espacios de todos para colgar sus pancartas. No todos quieren trabajar y arrimar el hombro». Frases así, sobre las que por cierto la prensa ha pasado de puntillas, no son solo injustas, sino la prueba de una irresponsabilidad lacerante.

No está escrito que esta precariedad constitutiva, nuclear, que a partir de su acrónimo le valió el poco piadoso mote de «Ida», tan ajustado a su apariencia física sobre todo en los primeros tiempos de su presidencia, cuando aún no había contratado a un solvente asesor de imagen y a un modisto, y, vestida con extrañas túnicas, parecía siempre que estaba viendo ángeles flotando en el aire o que iba pasada de tranquilizantes, no le vaya a llevar a lo más alto: a la presidencia de España —por qué no, si llegado el momento fracasa el actual candidato y jefe de su partido— o por lo menos a una estadía prolongada, de varias legislaturas, en la presidencia de la Comunidad de Madrid, donde traicionó a sus socios y donde tiene a la oposición fraccionada y desarbolada.

Aunque tampoco está escrito en ninguna parte que no vaya a sufrir la misma suerte de tantas mujeres destacadas de su partido, cuyo recuerdo tenemos todos muy fresco, que, sea por lo que sea, parecen víctimas de una maldición y han encontrado un final político abrupto y amargo. La lista es larga, y eso que en muchos casos eran mujeres con una preparación y talentos muy superiores a los que muestra su curriculum. 

Mientras tanto, al no entender, o fingir que no entiende, cuál es el ámbito real de sus atribuciones, poderes y responsabilidades, y al usar retóricamente de la comunidad autónoma de Madrid como un contra-Gobierno y como un adversario y al mismo tiempo espejo donde deberían mirarse las demás comunidades autónomas, y específicamente la catalana, su actuación sirve como espléndido revelador de los excesos y defectos del Estado de las Autonomías, que por su propia naturaleza ya de origen tiende peligrosamente al cantonalismo y al chauvinismo de aldea y campanario. 

He advertido alguna vez sobre el naciente nacionalismo madrileño, tan insolidario y feo como el nacionalismo londinense que inició Boris Johnson cuando era alcalde de la capital británica. Los dos últimos movimientos de Ida en este ámbito de actuación son ejemplares. Esta misma semana su Gobierno ha anunciado un recurso ante el Tribunal Supremo contra el de la nación por la distribución de nueve millones de euros de unos fondos europeos, a su juicio arbitraria e injusta, ya que parte de esa suma, que va a iniciativas en el País Vasco, Navarra, Valencia y Extremadura, debería ir a Madrid. Este recurso judicial contra una atribución perfectamente regulada del Ejecutivo, constitutiva de los poderes del Gobierno, sin los cuales este no tiene razón de ser, podría hasta tener cierta lógica política si lo interpusiese el principal partido de la oposición, u otro partido nacional, o si el desacuerdo se discutiera con toda la vehemencia que se quisiera en el Congreso o en alguna de las periódicas conferencias del Ejecutivo con las comunidades; pero la fiscalización judicial de las inversiones del Gobierno por parte de una comunidad autónoma introduce una novedad, un nuevo paradigma de actuación en la política española. 

A partir de ahora a los altos tribunales se les multiplicará el trabajo. Que se vayan preparando para atender denuncias de las diputaciones, de las ciudades, y por qué no, de los pueblos, cada vez que el Gobierno decida abrir una estación de tren o una oficina de Correos en Sahagún, provincia de León, y no, por ejemplo, en Villarobledo, provincia de Albacete. En fin, tampoco se nos oculta que todo esto son ganas de armar ruido, pura propaganda, utilizando con este objetivo espurio los altos tribunales. 

La segunda manifestación estéticamente desacertada esta semana son sus palabras, entre perdonavidas, paternalistas y pasivo-agresivas, sobre Cataluña. «Lamento que muchas veces hemos crecido porque mucha empresa catalana ha venido a Madrid. Ojalá no fuera así, pero las políticas insensatas nacionalistas disgregadoras que se están poniendo en marcha en Cataluña no hacen nada más que empobrecerla». El sentido literal de estas palabras es perfectamente correcto y una verdad palmaria, evidente, que muchos han expuesto reiteradamente. Estas palabras las podría legítimamente escribir cualquier columnista de la prensa, cualquier político nacional, podría pronunciarlas cualquier intelectual y cualquier parroquiano del bar de la esquina. Y cualquiera de ellos estaría en lo cierto. Pero si hay alguien, en toda España, que no debe pronunciarlas es precisamente la presidenta de la Comunidad de Madrid, y si a ella y a su equipo hay que explicarles los motivos de estética, de fair play y de prudencia política por los que esto es así, apaga y vámonos.

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