THE OBJECTIVE
Enrique García-Máiquez

La cultura del piropo

«Eugenio d’Ors dio la mejor definición: «Piropo: madrigal de urgencia». Pero hoy eso no se entiende, ni el madrigal ni la urgencia»

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La cultura del piropo

Puede que hayamos tirado el bebé con el agua sucia de la bañera, como dicen los ingleses. Sin duda, había piropos tan impertinentes o inapropiados que se merecían una reprobación, pero cancelando el espíritu del piropo no hemos ganado nada. Además, el piropo impertinente o fuera de medida o sólo patoso tenía su propia censura pública en la cara de pocos amigos que se le ponía a todos los circundantes y en lo mal que quedaba el piropeador. En cambio, la enseñanza vital del buen piropo era un tesoro precioso de nuestra cultura.

Yo jamás he gritado ni un tímido piropo a una desconocida en la calle. Siempre he pensado ante alguien muy guapa que pasaba que para qué iba a decirle yo lo que ella ya sabía de sobra y le diría mucho mejor su novio y/o su abuela. Sin embargo, como buen epicúreo hispánico, he ejercido el piropo mental; y luego, en mi vida literaria, sin duda, el piropo intelectual. Esto es, cuando ha pasado por mi lado una poesía emocionante, una columna excelente, una novela magnífica o una idea bien expresada en un aforismo ceñido he silbado mi aprobación con todas mis fuerzas. Lo sigo haciendo porque desde pequeño tengo una firme vocación de último mohicano.

Mientras tanto, en nuestra sociedad ha dejado de entenderse el piropo y, por tanto, también el intelectual. Un piropo, que etimológicamente tiene algo que ver con pira, con fuego, con pirotécnico y —como justa advertencia— con pirómano, es un elogio encendido, como una traca, que brilla y ya. Eugenio d’Ors dio la mejor definición: «Piropo: madrigal de urgencia». Pero hoy eso no se entiende, ni el madrigal ni la urgencia.

Vivimos en una sociedad tan polarizada y sensibilizada con las sensibilidades (valga la redundancia que se mira al ombligo) que cada vez que elogias algo a alguien acuden los puristas o puritanos a preguntarte cómo pudiste hacerlo si dijo algo que va contra tu cosmovisión. Ejemplo. Comento que una frase de una canción de Joaquín Sabina tiene toda la fuerza de la verdadera poesía. Ésta: «Tardé en olvidarte diecinueve días y quinientas noches». Enseguida me afean que alabe a un cantautor que no piensa como yo en tal o en cual aspecto o que tiene versos verdaderamente ripiosos. Otro ejemplo. Digo que la canción de Rigoberta Bandini hace muy bien en cantar a la maternidad, que falta nos hace, y acuden en tropel a decirme que también le gustan las drogas, que ilegalizaría a Vox y que es partidaria del sistema bancario (de semen), etc. Y es verdad, pero también lo es que ya no se entiende el espíritu del piropo.

O quizá son muy jóvenes. Déjenme explicarles cómo funcionaba en la vieja España. A una chica que pasaba o que se cruzaba fugazmente se le piropeaba, pero uno no pretendía casarse con ella. No se le preguntaba su familia, su educación, su fe o su nivel de estudios. Tampoco se le exigía reciprocidad en el gusto. Al revés: está en la idiosincrasia del piropo la falta absoluta de correspondencia. El igualitarismo contemporáneo se cuela por todos los resquicios («Pues tú no le gustas nada a ella») y hasta quiere mutilarnos la capacidad de admirar sin pedir nada a cambio. Terminaremos yendo por la calle con orejeras de burro, tacaños de gratitud, sacando expedientes de limpieza de sangre y cerrando los ojos a todo lo bueno que el mundo, tan pródigo, desperdiga.

No quiero decir —entiéndanme, por favor— que el piropo sea incriticable. Todo lo contrario. Decíamos al principio que el mejor método de control del piropo estúpido es la desaprobación pública. Tanto si es basto, que espero que no lo sean nunca los míos, como si es desacertado, que sí pueden serlo. O sea, que si yo digo: «Qué buena esa estrofa de C. Tangana», estaré encantado de que alguno de ustedes me diga: «Es un disparate», y lo discutimos encantados. Lo que no me vale es que alguien venga a decirme que cómo me puede parecer brillante una estrofa de C. Tangana si viste como un pandillero. ¿He hablado yo acaso de su aliño indumentario?

Urge proteger esa especie en peligro de extinción que es el piropo hispánico, llamita ancestral en el ara de nuestra cultura. Que no se nos pierda su espíritu díscolo de elogio instantáneo y de agradecimiento fugaz. Ya seremos después muy partidarios de lo nuestro cada uno, pero qué fortuna poder silbar sin dobleces ni prudencias nuestro entusiasmo ante la belleza que pasa, ante la verdad que brilla y ante la bondad que fulgura un instante ante nuestros ojos maravillados.

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