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José García Domínguez

China gana, Occidente pierde, Ucrania desaparece

«La segunda derivada cierta de esta guerra pasará por el definitivo alineamiento económico, político y militar de la Federación Rusa con los intereses estratégicos de China»

Opinión
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China gana, Occidente pierde, Ucrania desaparece

Vladimir Putin y Xi Jinping, en una imagen de archivo. | Reuters

Paranoica o no, la obsesión de la élite dirigente rusa con la posibilidad de que la OTAN pudiera anunciar el asentimiento oficial a la incorporación de Ucrania a su estructura militar en la muy inminente cumbre del organismo que se celebrará en Madrid el próximo 29 de junio, la conjetura que ha impulsado al Kremlin a lanzarse de modo apresurado a un ahora o nunca de consecuencias incalculables, va a conllevar dos derivadas ya seguras tanto en las afinidades eslavas como en el gran tablero de las alianzas geoestratégicas. La primera y más evidente supondrá un abandono histórico, definitivo, de la tradicional rusofilia de la parte de la población ucraniana de lengua y cultura rusa que en el futuro vaya a continuar residiendo en lo que quede en pie de actual Estado de Ucrania, un territorio que es de temer reste desposeído de la totalidad de su franja costera, que se anexionaría Rusia, convirtiéndose así en un país sin acceso directo al mar, con las consecuencias devastadoras que ello comportaría para sus exportaciones de todo tipo, fundamentalmente las agrícolas. 

A cambio de poder reconstruir en gran medida la frontera europea de la antigua Unión Soviética, lo que además implicaría incorporar también a Bielorrusia a través de algún tratado permanente de aire confederal -estatus que igualmente compartiría Kazajistán-, Moscú debería renunciar a la quinta columna sociológica que hasta ahora le ha permitido influir de modo constante en los erráticos equilibrios de la política interna de Ucrania, todo ello sin necesidad de incurrir en los altísimos costes asociados a una intervención militar directa. Tal vez mucho más crítica a medio y largo plazo para los objetivos de Occidente, la segunda derivada cierta de esta guerra pasará por el definitivo alineamiento económico, político y militar de la Federación Rusa con los intereses estratégicos de China. A fin de cuentas, Putin no deja de suponer un actor relativamente secundario en la confrontación principal, esa que contrapone a China y Estados Unidos en la competición por la hegemonía global. Si aún cabía alguna posibilidad de que Rusia, al cabo un país europeo, se posicionara junto al resto de Occidente en un escenario de conflicto, el que más pronto o más tarde va a llegar entre Pekín y Washington, esa hipótesis de trabajo acaba de ser descartada de modo radical. 

La audacia militar del movimiento que acaba de emprender Putin no puede resultar ajena a la nueva autonomía financiera que le ofrecerá esa asociación comercial asiática

En cualquier caso, el giro asiático de la economía de la Federación Rusa, que lleva en marcha desde hace un par de décadas, a partir de ahora verá muchísimo más acentuada esa tendencia. Así, igual que la Unión Europea sueña con reducir al máximo su dependencia de los combustibles fósiles rusos, el gas en primerísimo lugar, los rusos tratan igualmente de acabar con el casi monopolio de la demanda (los economistas llaman a eso monopsonio) de la producción de sus yacimientos que detenta Europa Occidental. Y ya han hecho algo más que fantasear a ese respecto. Mucho menos conocidos por la opinión pública que sus dos grandes gasoductos con destino final en Alemania, Gazprom concluyó en 2019 la construcción de otro gigantesco gasoducto que atraviesa 2.200 kilómetros hasta adentrarse más allá de la frontera china. Y en este preciso instante trabaja a toda prisa en la construcción de un segundo, trazado en  paralelo al anterior, del que llevan ensamblados 800 kilómetros de tubo. Por su parte, China les garantizará a los rusos una demanda gasista a escala del país, o sea, infinita. La audacia militar del movimiento que acaba de emprender Putin no puede resultar ajena a la nueva autonomía financiera que le ofrecerá esa asociación comercial asiática. 

Una asociación, por lo demás, en extremo asimétrica. Repárese en que Rusia únicamente representa el 2% del comercio exterior chino, mientras que la República Popular supone, en cambio, una quinta parte de los intercambios de Rusia con el resto del mundo. Y creciendo. Aunque lo fundamental para China reside en la posición geográfica de Rusia en tanto que canal logístico prioritario para canalizar sus exportaciones hacia los mercados europeos. Todas las rutas ferroviarias imprescindibles para colocar en Europa los excedentes industriales chinos necesitan de modo imperativo atravesar el inmenso territorio ruso. En ese aspecto, el logístico, el valor de mantener a Rusia a su lado resulta crítico para los chinos. Absolutamente crítico. Y se lo acaban de garantizar. El siglo XX empezó el 28 de junio de 1914, cuando Gavrilo Príncip, un nacionalista bosnio, apuntó su revólver contra el archiduque Francisco Fernado de Auntria. Y terminó el 9 de noviembre de 1989, día en que los soldados fronterizos de la RDA recibieron la orden de dejar de proteger el Muro. Aunque los contemporáneos todavía no tengamos noticia cierta de ello, es bien probable que el XXI empezara hace algo menos de un par de semanas.

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