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Pedro Insua

Alfonso X, de Toledo a Sevilla

En definitiva, va a ser la conquista y repoblación de la Castilla Novísima lo que va a dar forma definitiva a la nación española al hacer gravitar la vida social y económica sobre la cuenca del Guadalquivir, recién conquistada. «Es en Andalucía donde culmina la tarea secular de hacer de nuevo la nación con moldes propios»

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Alfonso X, de Toledo a Sevilla

Alfonso nace en Toledo y fallece en Sevilla, y ese itinerario urbano marca un antes y un después en la forma de la fisionomía de la España medieval.

Andalucía fue el territorio castellano, la Castilla Novísima, en donde con mayor intensidad y constancia desarrolló Alfonso su labor repobladora. Era el territorio, además, más rico y extenso de los reconquistados hasta entonces por Castilla, lo que significaba una mayor atracción para los repobladores, pero también era el territorio fronterizo por excelencia, con Granada y con el Magreb. Por lo tanto, en esta visión geoestratégica, la tarea de repoblar no se limitaba a rellenar los espacios vacíos, sino que el territorio había que revitalizarlo y saber defenderlo.

Tras la revuelta mudéjar (1264) se produce un cambio importante de orientación, y la región se militariza tras liquidar el proyecto fernandino de una Andalucía cristiano-mudéjar, siendo además ahí, con ese nuevo impulso ortogramático, en donde la monarquía adquiere un gran poder (de tintes modernos) frente a la Iglesia, pero también frente a la nobleza.

Y es que, dice Julio González, «con la afluencia de la vida peninsular se forma en el Sur un gran poder de la corona castellana que llegó a desplazar el centro de gravedad del reino; Sevilla, desde su conquista, atrae a sí el eje de la corona con mayor energía que la desplegada antiguamente por Toledo para arrebatar la primacía política y cultural a Burgos y León; por eso, al crecer el territorio, recursos y poderío de la corona castellana con la repoblación de Andalucía y desplazarse hacia el Sur ese eje, viene la mirada al Sur y a los dos mares que le bañan (el de la antigüedad y el ignoto del porvenir), con perjuicio del influjo francés; lo mudéjar y lo transmarino serán matices más perceptibles en la nueva vida castellana» [1].

De esta manera, la vida española en el siglo XIII (no sólo la castellana) va a bascular hacia el sur, teniendo en Sevilla su centro de operaciones, y lo hará con una nueva pujanza (reactivando un intenso comercio exterior a través de su puerto), de largo alcance, hasta cristalizar definitivamente a partir de 1492, cuando la capital andaluza se convierta en la clave de la primera globalización positiva, y puerta de entrada (monopolística) de las relaciones con el Nuevo Mundo.

Existen dos libros, el de Julio González, El Repartimiento de Sevilla, y el de Antonio Ballesteros Beretta, Sevilla en el siglo XIII [2], que siguen siendo referencia fundamental para el conocimiento de esa obra de ingeniería social de primer orden, que es la conquista y posterior repoblamiento de Sevilla. Una operación en la que lleva la iniciativa la monarquía, y que implica a la nación española funcionando en su integridad peninsular, a pleno rendimiento. En este sentido, la incorporación de Sevilla a la reconquista (al «fecho de España») representa una metábasis a otro género en tanto que, con ella, se forma ese bloque nacional, histórico, ahora sí, que seguimos llamando España. «Ninguna ciudad se había conquistado ni se ganó después superior a Sevilla en volumen y riqueza […]. Su territorio, sus campos con superabundante producción, su marina y su industria podrían ser la base para la organización concejil más poderosa y fiel de España. Todo indicaba al rey la conveniencia de fijar en Sevilla el florón más importante de la monarquía», dice Julio González [3].

Y Alfonso X así lo hará, en efecto, desplazando a Toledo como centro de gravedad reconquistador, al ofrecer Sevilla unos horizontes más amplios que la vieja capital visigoda, aunque tomando de esta los fueros y los privilegios del concejo y de la catedral, que se conceden, con algunas particularidades, a la capital andaluza y a su catedral, convertida también en sede de arzobispado. A su vez, Sevilla irradiará como modelo metropolitano a Murcia, y posteriormente también a otras poblaciones de la Frontera, que no son sino el preludio, a menor escala, de un horizonte mucho más amplio (oceánico y continental).

Pero lo más relevante es que la repoblación de Andalucía supuso la movilización y energía del resto de población española, pudiendo comprobar, a través de la antroponímica, la procedencia de los pobladores.

En definitiva, va a ser la conquista y repoblación de la Castilla Novísima lo que va a dar forma definitiva a la nación española al hacer gravitar la vida social y económica sobre la cuenca del Guadalquivir, recién conquistada. «Es en Andalucía donde culmina la tarea secular de hacer de nuevo la nación con moldes propios», dice el gran Julio González [4].


[1] Julio González, El repartimiento de Sevilla, I, CSIC, Madrid, 1951, p. 14.

[2] Antonio Ballesteros, Sevilla en el siglo XIII, ed. Colegio oficial de aparejadores y arquitectos técnicos de Sevilla, 1971, aunque su primera edición es de 1913.

[3] Julio González, El repartimiento de Sevilla, I, CSIC, Madrid, 1951, p. 15

[4] Julio González, El repartimiento de Sevilla, I, CSIC, Madrid, 1951, p. 22.

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