THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Kim Kardashian embutida en el vestido de Marilyn Monroe

«Cuando el vestido de MM se lo endosa KK se comete una profanación pueril y un acto pedestre y anti mágico, dicho sea con todo el respeto hacia la rica heredera»

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Kim Kardashian embutida en el vestido de Marilyn Monroe

Aunque algunos sospechen que Marilyn Monroe no era propiamente un ser humano real, sino más bien un personaje de la factoría Disney –o sea, un muñeco como Mickey Mouse o el Pato Donald–, tampoco acaba de parecernos bien que un ser tan clamorosamente parasitario como Kim Kardashian, que hace tiempo que dejó de resultar graciosa en su banalidad para convertirse en una presencia recurrente y ligeramente embarazosa allá donde uno mire –oh, no, Kim, ¿otra vez tú? ¿También aquí?— se haya embutido durante unos minutos, para comparecer en una ceremonia –la «gala» de unos premios, según creo— y ser fotografiada, que es lo que mejor sabe hacer, en un famoso vestido de Marilyn Monroe.

Es el vestido repujado de cristalitos que, ceñido como una segunda piel o un envase al vacío, lució Marilyn para cantar, con voz tenue y deje ultra sensual, el «Cumpleaños feliz» al presidente Kennedy, en 1962. Tres meses después, como es sabido, Marilyn falleció por sobredosis de barbitúricos, y al año siguiente el presidente sería asesinado. Hay una atmósfera de tragedia americana que se adensa en torno a ese vestido

Desde que MM se enfundó en él han pasado exactamente sesenta años. Durante todo este tiempo se ha mantenido intacto. Y ahora va la Kardashian y tiene la ocurrencia de ponérselo. 

Hay que reconocerle que demuestra un gran atrevimiento. No diré que cuando se embute en un vestido tan «icónico» e «histórico», como se dice ahora, su atrevimiento sea comparable al de aquellos egiptólogos que violaban la tumba del faraón y usurpaban sus tesoros desafiando el tabú (y luego sucumbiendo a la maldición). Sino que su atrevimiento es más bien como el del grajo que reta a un concurso de canto al ruiseñor.

«Oh, my gosh», exclama, preocupada, con ese acento de aplastante vulgaridad, esa entonación que tan repulsiva nos parece cuando se la oímos en las calles de nuestras ciudades a los turistas grandotes del Medio Oeste, mientras las acaloradas modistas tratan, en vano, de embutirle el protuberante culo en el vestido y cerrar la cremallera sin reventar las costuras. «¿Podemos dejarlo abierto?».

Sí, pudieron dejar abierta la cremallera, ya que KK llevaba debajo del vestido una enorme faja color carne, y además la zona expuesta quedaría tapada con un abrigo que luciría a modo de mantón. 

La pobre MM tenía sus taras, sus debilidades, sus defectos, como todo el mundo; y entre ellos, quizá, el de la irrealidad; pero bailaba, cantaba y actuaba que era un primor, con indiscutible gracia. Todo lo que tocó se subasta y se conserva en colecciones particulares, incluida la radiografía de sus costillas, como si esas cosas fuesen las reliquias de una santa, a partir de las cuales no sé qué milagros, qué apariciones esperan que se produzcan los coleccionistas. Qué clase de hechicería, de trascendencia, de victoria sobre el Tiempo y la muerte. 

Sea lo que sea, cuando el vestido de MM se lo endosa KK se comete una profanación pueril y un acto pedestre y anti mágico, dicho sea con todo el respeto hacia la rica heredera. Confirma esa antimagia el hecho de que ella haya explicado que para caber en él se tuvo que someter durante varias semanas a rigurosa dieta y perder rápidamente siete kilos de peso (con lo cual, por cierto, a las beatas de hoy, que ignoran las virtudes terapéuticas del ayuno, les parece que da muy mal ejemplo); y, más claro todavía: que, acabada la sesión de fotos, corrió a gratificarse, a modo de compensación, con un festín de pizza y donuts.

Pero, KK, ¿por qué has hecho esto? ¿Qué sentido, qué gracia tiene tu gesto, desde el principio al final? 

KK ha tenido que cargarse la reliquia, que ya en sí quizá no era gran cosa, más allá de un símbolo pop, un poco melancólico, como suele serlo la ropa vieja colgada de una percha o expuesta en un maniquí.

O quizá, pensando en positivo, también podemos pensar que KK le ha agregado al vestido de Marilyn Monroe otra capa de sentido, más ordinario, más banal. O sea que lo ha actualizado, acordándolo al signo de los tiempos.     

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