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Argemino Barro

Uvalde: la maldad y la estupidez humanas

«Las masacres en las escuelas, por no mencionar también las que se producen en otros lugares, son un fenómeno particular y autóctono de Estados Unidos»

Opinión
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Uvalde: la maldad y la estupidez humanas

AFP

«Si muero en un tiroteo en una escuela, dejad mi cuerpo en las escaleras del Congreso», rezaba un pedazo de cartón en manos de una joven. Un lema triste y gráfico que se hizo viral en 2018. Solo ese año se registraron 24 masacres en escuelas norteamericanas, dejando un total de 114 muertos o heridos. Una lacra que se repitió en 2019, 2020 y 2021, y que sigue azotándonos en 2022.

Por suerte, hace tiempo que los científicos aislaron el virus que causa las masacres y averiguaron cuál es la cura.

Todas las naciones del mundo tienen su presencia estadística de psicópatas e inadaptados. En casi todas partes hay crisis de fe y de pertenencia, y se tiene acceso a videojuegos violentos y a películas donde abundan la sangre y la venganza. En todas partes hay gente a la que se le cruzan los cables.

Sin embargo, las masacres en las escuelas, por no mencionar también las que se producen en otros lugares, son un fenómeno particular y autóctono de Estados Unidos. Puro «excepcionalismo americano». Esto solo sucede aquí. 

Entre 2009 y 2018, EEUU registró 288 tiroteos en escuelas. En ese mismo periodo, solo se dieron dos tiroteos similares en Canadá y en Francia, uno en Rusia, uno en Alemania y uno en China. En la mayoría del resto de países no se dio ninguno. Cero.

En base a estos y otros datos, los científicos han logrado aislar el virus que permitió a un mindundi de 18 años matar a 21 personas, 19 de ellas niños, el pasado martes en Uvalde, en Texas. 

El virus se llama: fácil acceso a las armas de fuego. El motivo por el cual, pese a tener un 5% de la población del planeta, EEUU concentra el 46% de las armas en manos de civiles.

Uno podría pensar que la exposición a este virus, poco a poco, ha hecho que los norteamericanos aprendan a distinguirlo y a buscar soluciones. Se supone que la letra con sangre entra. Que las dificultades y el peligro nos hacen más fuertes e inteligentes, que nos obligan a mejorar y a estar más seguros.

Pero la tendencia general es la contraria. Cada año, más estados facilitan la compra de armas. Ahora mismo, solo 14 estados exigen licencia para adquirir un arma de fuego y solo 21 mandan comprobar los antecedentes penales del cliente. En otras palabras: la mayoría de las armas se venden sin hacer preguntas.

Como consecuencia, las muertes por armas de fuego aumentaron un 43% entre 2010 y 2020.

Y las leyes continúan relajándose. En la última década, el Gobierno de Texas bajó de 21 a 18 la edad mínima para comprar armas y retiró la necesidad de tener licencia. Hoy, es el estado del país donde se producen más tiroteos masivos.  

Estados Unidos no solo no aprende, sino que desaprende. Se vuelve cada vez más estúpido.

Tampoco hace falta ser maximalista. Aceptémos que EEUU es un país particular, una cultura de pioneros, de tradiciones fronterizas, donde el estado siempre ha sido más ligero que en Europa y donde tener un arma es un derecho básico para defenderse y para repeler posibles tentaciones tiránicas del Gobierno. 

Aún así, hay tres medidas muy concretas que pueden ayudar a contener el virus:

  • Uno: requerir licencia y comprobación de antecedentes para comprar un arma.
  • Dos: crear un registro federal de armas para saber a quién pertenece cada una.
  • Y tres: restablecer la prohibición, aprobada en 1994 y vigente hasta 2004, de la venta de armas de asalto como el AR-15, protagonista de la mayoría de estas matanzas.

Los abogados de estas reformas no piden abolir la Segunda Enmienda. Ni siquiera se atreven a soñar con erradicar totalmente estos episodios, como ha sucedido en decenas de países. EEUU es como es y hay que aceptarlo.

Pero sus modestas peticiones se topan con un muro de maldad y estupidez. El que forman las asociaciones de armas, sus acólitos y sus representantes republicanos. Un simbiosis de intereses económicos y de culto a la muerte que ha encontrado su lugar en las atalayas políticas, y no hay ciencia, ni matanzas, que los saque de ahí.

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