THE OBJECTIVE
Anna Grau

La amarga lección de Manuel Valls

«Todos se equivocaron con Manuel Valls. Se equivocó Albert Rivera y se siguieron equivocando los que mucho le jalearon cuando despejó el camino a Ada Colau»

Opinión
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La amarga lección de Manuel Valls

Albert Rivera y Manuel Valls. | EFE

Por si alguien no se había enterado: soy diputada de Ciutadans en el Parlamento catalán. Ya va para año y medio. Lo menciono hoy porque me parece relevante que el lector sepa por dónde van los tiros y de dónde vienen los análisis. Con la misma objetividad me gustaría recordar que he pasado muchos más años de los que llevo en política activa dedicada a la política pasiva. Décadas de periodismo político han conformado mi visión del mundo y mi criterio.

Me gusta calificarme de política híbrida, con un pie todavía tercamente fuera del plato, viendo las cosas desde «fuera» de mi partido. Que ya lo era, o yo ya lo consideraba así, mucho antes de dedicarle mis desvelos a tiempo completo o incluso de empezar a militar (11 de noviembre de 2019, el mismo día que dimitió Albert Rivera: quien quiera sacar conclusiones, que las saque). Pero claro, si incluso desde dentro, ninguna persona puede pretender que en un partido político se haga siempre lo que ella cree que se tiene que hacer, figúrense desde fuera.

Creo que fue en 2018, en el primer aniversario del 8 de Octubre, de la gran manifestación unitaria constitucionalista, en la que Societat Civil Catalana sacó 1 millón de personas a la calle en Barcelona, cuando me fui a comer con, entre otros, mi admirado y querido Francesc de Carreras, y le dije algo que a él mucho le sorprendió y hasta sobresaltó: que Manuel Valls, el nuevo niño bonito y mimado de las élites barcelonesas, Albert Rivera incluido, no me convencía nada. Es más, no me gustaba un pelo. «No se va a comer una rosca», vaticiné en confianza. «Eres la primera que me lo dice», comentó Francesc. «Pues apúntate que te lo he dicho, y apúntate también que no me fío de él: este hombre no ha venido a Barcelona a arreglar nada».

Era todo mi instinto periodístico (combinado con mi intuición femenina) el que me inspiraba aquel rechazo, que evidentemente no tuvo ninguna influencia en los acontecimientos posteriores. Ciutadans suscribió una alianza electoral con Manuel Valls y sus acólitos, nucleados en torno a algo apresuradamente bautizado como Barcelona pel Canvi. Ciutadans dio hasta el doloroso paso de sacrificar a su propia candidata a la alcaldía de Barcelona para ponerle a él, a Valls, de cabeza de lista. Gente que ahora pretende dar a Ciutadans lecciones de maridaje constitucionalista debería tomar buena nota de aquello y del resultado que tuvo.

Todos se equivocaron con Valls. Se equivocó Albert Rivera y se siguieron equivocando, vamos, es mi opinión, los que mucho le jalearon y aclamaron cuando, por su cuenta y riesgo y sin consultar a nadie, tomo la decisión de despejar el camino a la alcaldía de Ada Colau

Manuel Valls fue una decepción desde el principio. Para Ciutadans, para Barcelona, para Cataluña y para el constitucionalismo en general. Todos se equivocaron con él. Se equivocó Albert Rivera y se siguieron equivocando, vamos, es mi opinión, los que mucho le jalearon y aclamaron cuando, por su cuenta y riesgo y sin consultar a nadie, tomo la decisión de despejar el camino a la alcaldía de Ada Colau. Recuerdo que yo sentía náuseas hasta físicas cada vez que leía en un periódico catalán de la época un artículo en éxtasis ante la presunta «grandeur» de quien había impedido que el alcalde fuera Ernest Maragall de ERC «a cambio de nada». Espero que todo lo que ha venido después les ayude a reflexionar con más cuidado la próxima vez.

Si yo sentía náuseas físicas desde fuera, no quiero ni imaginarme lo que desde dentro tenía que sentir Mari Luz Guilarte, la más alta representante verdadera de Ciutadans en un grupo municipal de Barcelona automáticamente partido en dos por la decisión de Valls (y de su segunda Eva Parera, actual presidenta de Valents) de hacer como si los votos naranjas fueran su carnet del DYR. Ciutadans pudo haber tragado con aquello y ponerse a las órdenes de Valls para convertirse en peones del colauismo con la excusa de que más cornadas da el maragallismo converso… Ahora Guilarte y todos ellos probablemente tendrían mejores despachos y más asesores en el Ayuntamiento, donde favores así nunca caen en saco roto…

¿Quién se equivocó y quién acertaba? Bueno, monsieur Valls ni siquiera se molestó en quedarse hasta el final de lo prometido a ‘sus’ electores (que en realidad lo eran de Ciutadans), y no parece que con los electores a las elecciones francesas haya aumentado mucho más su predicamento. Su sucesora Eva Parera, concejala no adscrita, después de una fugaz aventura como diputada en el Parlament por el PP, donde ya lo había sido por CiU, cosa que la llevó al Senado primero y al CAC después, ha creado una formación política de nuevo cuño que dice que pretende, ahora sí que sí, echar a Colau y unir al maltrecho y desunido constitucionalismo catalán. ¿Igual que cuando era la segunda de Manuel Valls?

Todos nos equivocamos en la vida y es sano y justo aprender de nuestros errores. Lo dijo la misma Parera el fin de semana pasado en la Escuela de Verano de Societat Civil Catalana celebrada en Barcelona. Errar y aprender, errar y rectificar. Es de sabios y es de buenos políticos y en Ciutadans algo sabemos de eso ahora mismo, que estamos en pleno proceso de refundación después de una serie de resultados electorales innegablemente adversos. Ante una cosa así siempre hay que escuchar y además entender el mensaje, que diría el mismísimo Felipe González. 

Pero quizás la primera condición indispensable para aprender de los errores, no digamos para corregirlos, es no llamarse a demasiado engaño sobre en qué se ha errado en realidad. Cuidado con reinventar la memoria, la histórica y la normal, porque sobre recuerdos falsos o embellecidos no se construye ningún futuro serio. Antes de pasar página, conviene haberla leído.

Alguna responsabilidad tendrá Ciutadans en que no haya ahora mismo un frente constitucionalista catalán mucho más nutrido, acompasado, movilizado y unido. Le estamos dando vueltas, a ver qué hacemos para volver a sacarle brillo y músculo a la causa. Pero, seamos serios: al partido que fue rechazado para ir en listas autonómicas conjuntas con el PP por lo de siempre (cuando al PP le va bien en España, Cataluña li fa nosa…), al partido que se intentó dinamitar a traición en Barcelona para hacerle hueco a las aspiraciones personales de un turista político sin verdadera lealtad a ningún proyecto, se le podrán echar en cara muchas cosas. Pero jamás se le podrá acusar de jugar con las libertades de Barcelona y de Cataluña, o de no poner todo lo que tenía y lo que tiene para sumar y no restar. 

¿Colau o Maragall?, insisten en preguntarnos en clave derrotista, como si no hubiera ninguna otra opción. Sobre todo los que de verdad quieren que no la haya, porque quieren vernos eternamente hundidos entre lo desdichado y lo triste, entre lo amargo y lo peor. Oigan, después de la amarga lección de Valls, extraigamos una elemental moraleja: lo que hay que hacer es coger fuerza, mucha fuerza, votos, muchos votos, para dejarse de cálculos derrotistas, salir de la ratonera, abrir el foco, la ambición y el escenario. ¿De verdad se creen que Ciutadans nació en el 2006, tantos compañeros llevan todo este tiempo luchando en Cataluña, yo misma volví después de veinte años fuera, más el cobre que se baten cada día nuestros heroicos camaradas en el Congreso y en el Parlamento Europeo, para no tener nada mejor que hacer que dar la alcaldía de Barcelona a Colau o a Maragall? A estas alturas, ¿todavía no nos conocen?

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