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Antonio Caño

Rehenes del radicalismo

«Este es el momento preciso de liderazgos prudentes y de políticas templadas y centradas que una mayoría de personas sea capaz entender y compartir»

Opinión
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Rehenes del radicalismo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez | Jesús Hellín (Europa Press)

En una conversación reciente con amigos chilenos, me aseguraban que el presidente de ese país, Gabriel Boric, ha aprendido la lección de su derrota en el referéndum constitucional y que, a partir de ahora, tratará de avanzar de forma más gradual, sin los radicalismos que caracterizaron sus inicios en la política y sus primeros gestos en el Gobierno. Personalmente, tengo mis dudas de que eso vaya a ser así, entre otras razones porque Boric se debe a una coalición de fuerzas para las que el radicalismo es su hábitat natural en la política, pero sería deseable que la presión de las instituciones, todavía sólidas en Chile, condujera de verdad a una moderación que salve a ese país del caos que por momentos se antoja cercano.

No es tan distinta la situación en España, donde también una coalición del PSOE con partidos surgidos del extremismo ideológico impide por ahora cualquier posibilidad de un giro del Gobierno en la dirección que el país necesita, la de la moderación y el pacto. Faltaría saber si el propio presidente del Gobierno es partidario de ese giro, pero, conociendo los antecedentes, no es descabellado pensar que lo sería si se convenciera de que eso era lo mejor para su propio futuro político.

«Este es el momento preciso de liderazgos prudentes y de políticas templadas y centradas que una mayoría de personas sea capaz entender y, aún mejor, compartir»

Quedarse encallados en el radicalismo, como le ocurre a Chile y a España, es nefasto para las aspiraciones de progreso de una nación, especialmente en estos tiempos de escasez económica e incertidumbre que exigen enormes sacrificios a los ciudadanos. Este es el momento preciso de liderazgos prudentes y de políticas templadas y centradas que una mayoría de personas sea capaz entender y, aún mejor, compartir.

En lugar de eso, los mensajes que llegan a diario desde el Gobierno oscilan entre la improvisación y la ocurrencia. Se suman medidas pretendidamente destinadas a paliar los efectos sociales de la inflación, pero no acaban de verse sus efectos y, en poco tiempo, quedan reducidas a meros gestos de propaganda para justificar la ideología de la coalición gobernante. Los ministros se contradicen en cada entrevista y terminamos por no saber qué es exactamente lo que quieren hacer ni lo que verdaderamente nos espera.

España carece de un plan sólido para hacer frente a las enormes dificultades que se nos anuncian y, de esa manera, crece la incertidumbre entre la población, lo que, a su vez, acrecienta el miedo y reduce la actividad económica, provocando una espiral demoledora para el conjunto de la economía. Es cierto que parte de esa incertidumbre es culpa de las dudas y disputas que nacen en Bruselas, pero eso no elimina la responsabilidad del Gobierno de la nación en crear las condiciones que ayuden a disipar este paralizante temor al futuro inmediato.

«El PP es responsable principal del daño causado a una institución fundamental como es el poder judicial y habrá que pedirle explicaciones por ello»

Lo que nos lleva inexorablemente la razón de fondo del fracaso actual: un Gobierno que nació como fruto de la agitación y la polarización política es ahora incapaz de maniobrar hacia la moderación que los tiempos exigen. Hasta quienes repiten cada día en la radio el eslogan de que el PP es obstruccionista y, por tanto, culpable de que no se produzcan los pactos que la sociedad reclama; saben que no es así. El PP es responsable principal del daño causado a una institución fundamental como es el poder judicial y habrá que pedirle explicaciones por ello. Pero no recae sobre el PP la culpa de que no se pacte en este país un plan de emergencia económica realista y eficaz, respetuoso de las decisiones que adopte la Unión Europea y sensible a las necesidades propias de los españoles. Es el Gobierno y sus socios en el Congreso quienes lo rechazan.

Y, mientras tanto, el fantasma de la incertidumbre se apodera de nuestra sociedad y de nuestra economía. Y esa incertidumbre seguirá creciendo a medida que avance el invierno y se prolongue la guerra en Ucrania. Porque el obstáculo de la ideología se interpone entre los problemas y los responsables de su solución. Porque los partidos del Gobierno, muy debilitados, han entendido que está en marcha el reloj de la próxima campaña electoral y ha decidido que sólo la gesticulación y el radicalismo puede salvarles.

Mientras, la incertidumbre lo arrasa con todo.      

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