THE OBJECTIVE
José García Domínguez

Warren Buffett y Yolanda Díaz

«Los economistas marxistas no creen que pueda resultar factible el control estatal de precios en un marco capitalista»

Opinión
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Warren Buffett y Yolanda Díaz

Warren Buffett | Reuters

Se suele decir que el de la prensa ha sido siempre un sector ruinoso, algo comparable a una máquina de generar pérdidas incesantes, un negocio en el que solo se justificaría invertir por la gran influencia política que el control de la información que consume la opinión pública  concede a los empresarios editores de periódicos. Pero los que lo dicen no conocen la biografía de Warren Buffett, el segundo hombre más rico de Norteamérica. Isaiah Berlin era demasiado fino como para conceder incluir a un simple empresario en su versión en forma de ensayo de la fábula de poeta griego Arquíloco sobre el erizo y la zorra -«la zorra sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una importante»-, de ahí que el erizo Buffett no aparezca citado en ninguna de sus páginas. Y es que Buffett encarna el paradigma del joven ambicioso que se hizo multimillonario gracias a tener muy clara desde el principio una sola idea a propósito de cómo funciona el capitalismo. La idea de que únicamente se puede ganar dinero, dinero de verdad, en los sectores donde no hay competencia. 

Razón por la cual empezó su carrera hacia la cumbre comprando pequeños periódicos locales que controlaban monopolísticamente el mercado de sus zonas de influencia. «Si tienes un periódico en régimen de monopolio, hasta el idiota de tu sobrino podrá dirigirlo», declaró en cierta ocasión. Y luego procedería de idéntico modo durante toda la vida, esto es, colocando su dinero solo en sectores oligopolísticos, aquellos donde las empresas dispongan de suficiente poder como para fijar los precios por su cuenta. Aunque si Buffett puede establecer el nivel de precios que más le plazca a él en sus negocios (que coincidirá por norma con el que maximice los beneficios), se supone que eso mismo, fijar los precios según su personal y soberana voluntad, también lo podría hacer Yolanda Díaz, por mucho que la idea escandalice a tantos economistas españoles. 

Tratar de reducir la inflación por medio del control político de los precios de los bienes y servicios que integran el IPC es lo que también defiende ahora mismo la Oficina Económica de la Casa Blanca para su aplicación en Estados Unidos

Y es verdad que Yolanda Díaz no posee una enorme reputación como erudita en cuestiones económicas, pero resulta que el fundamento último de su proyecto, el tratar de reducir la inflación por medio del control político de los precios de los bienes y servicios que integran el IPC, es lo que también defiende ahora mismo la Oficina Económica de la Casa Blanca para su aplicación en Estados Unidos. Por inesperada y extraña que semeje esa coincidencia, es justo lo que ocurre. Aunque los asesores de Biden no son marxistas, un paradigma teórico que Yolanda Díaz, al igual que los hermanos Garzón, sí debiera suscribir. Y ocurre que los economistas marxistas no creen que pueda resultar factible el control estatal de precios en un marco capitalista. Entender por qué los marxistas no suscriben la propuesta de la vicepresidenta (y tampoco la de Biden) está, por cierto, al alcance de cualquiera. De hecho, resulta un razonamiento intuitivo. 

Si constituyeran oligopolios o monopolios todas las empresas el coste final de cuyos productos sirve para medir la inflación, sostienen, entonces no habría ningún problema para capar políticamente sus precios. Pero resulta que la gran mayoría de ellas no forma parte de oligopolios ni goza de la condición de monopolio. Así de simple. Por supuesto, se pueden llenar miles de páginas en los periódicos con sesudos juicios de los «expertos», tanto a favor como en contra, dando vueltas y más vueltas al asunto del topado de precios. Pero lo esencial del problema ya viene contenido en ese enunciado tan elemental. Y la prueba irrefutable de que los distintos componentes del IPC no están controlados por industrias oligopolísticas apela a que, entre 1990 y 2019, no sólo no hubo inflación en Occidente, sino que los precios estuvieron cayendo. Así las cosas, o sea en entornos con mercados competitivos, la lógica discursiva marxista sostiene que controlar precios implica reducir los beneficios hasta extremos no rentables, lo que se traducirá a corto plazo en una ralentización de la inversión empresarial y el cierre de instalaciones, renuncia a ampliar la capacidad productiva que abocará a cuellos de botella, con la ulterior incapacidad de la oferta para satisfacer a la demanda. O sea, que provocará incrementos de la inflación a medio plazo, solo que disfrazada en forma de desabastecimiento general en los supermercados. En Unidas Podemos deberían leer más a los que saben de marxismo.

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