THE OBJECTIVE
José Luis González Quirós

La trampa del futuro

«La tentación de dominar el futuro es esencial al poder sin controles, y quien puede alcanzarlo enseguida se ocupa de hacerse interminable»

Opinión
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La trampa del futuro

El Congreso de los Diputados | Eduardo Parra (Europa Press)

Un progreso tecnológico impresionante y que parece no dejar nada en su sitio ha conseguido que el miedo sea un sentimiento muy arraigado en la conciencia popular y que una actitud defensiva haya hecho que cualquier supuesta seguridad contra el cambio se transforme en un valor en alza. El refugio contra este miedo difuso se quiere encontrar en los Estados, en esa fórmula peculiar de negar la política que es la entrega a sus poderes crecientes e ilimitados. 

Esta es la matriz sobre la que se ha logrado implantar una conciencia de amenaza que busca poner freno a las fuerzas que se considera destructivas (tal es lo que significa el ecologismo como actitud moral radical) y que busca cortar de raíz los errores e injusticias del pasado, corregir las memorias desviadas que se afirma solo sirven para legitimar violencia e injusticia y acabar con el patriarcado que se supone la raíz común de tantos y tan graves males.

«Esta atención exclusiva a lo porvenir autoriza a los políticos a pasar de puntillas sobre el presente»

Los gobiernos se pueden entregar de manera entusiasta a este programa, como nos pasa en España, o, con mayor frecuencia, dejarse conformar por él aunque sea tratando de matizarlo en algunos puntos extremos. Esta atención exclusiva a lo porvenir autoriza a los políticos a pasar de puntillas sobre el presente, a no distraer su atención de lo decisivo con la gestión de las nimiedades del día a día a las que sería irresponsable dedicar un exceso de atención que los apartase de preparar un mañana pleno y feliz. 

Esta ‘trampa del futuro’ se desarrolla en dos dimensiones  complementarias, por una parte pretende hacer más soportables los males del presente (la crisis energética se presenta no como algo que haya que resolver, sino como un anticipo de mayores males que solo se puede solucionar desde el futuro, es decir, sin solución) y, por otra, nos invita a colaborar en la creación de un mundo sin engaños ideológicos en el que los culpables del pasado hayan sido desenmascarados de manera definitiva, es decir promete una vez más el paraíso si nos dejamos llevar por el radicalismo de las memorias que desenmascaran los pasados indignos.

«En este clima moral es natural que el recurso a la deuda pública parezca cada vez más necesario y justificado»

En este clima moral es natural que el recurso a la deuda pública parezca cada vez más necesario y justificado. Es muy lógico que se piense, y se sienta, que un mecanismo tan mágico y oscuro como el que se cree domina los negocios, los mercados y la moneda no pueda invocarse como obstáculo a la hora de luchar contra enemigos tan formidables como los que nos amenazan, de manera que cada vez se reclamen más y más fondos para invertir en lo que nos aseguran que es primordial. Al tiempo no cesa de crecer el candor y se supone que si la deuda se llama Next Generation, y es solo un ejemplo, ello sugiere que solo nuestros nietos podrán disfrutar con plenitud del ‘mundo perfecto’ que les preparamos, pero también disimula que ellos serán quienes la tengan que pagar, tanto si ha servido de algo como si resultó ser un brindis al sol. 

Los políticos no sienten que deban ocuparse de ‘cosas menores’, eso del ‘precio de los garbanzos’ con lo que siempre dan la tabarra los conservadores, sino que se sienten legitimados para escoger y dirigir los planes tecnológicos más ambiciosos, pasan de la ‘ingeniería social’ a la ‘ingeniería histórica’ y a la ‘ingeniería profética’ sin inmutarse. Al hacerlo, miran a quienes alimenten algún resquicio de duda sobre su generoso proceder con la condescendencia con la que los pedantes tratan a quienes tiene por primitivos, ignorantes y necios.  

«Esta clase de ‘macropolíticas’ del futuro no solo son ambiciosas sino que pueden ser muy irresponsables en la medida en que olvidan hasta qué punto el futuro no suele ser nunca lo que se pensaba que iba a ser»

En la Unión Europea encontramos el paradigma de muchos de estas milagrosas ingenierías que anticipan el futuro como si tal cosa estuviese a su alcance, a saber con qué méritos. La infatuación de muchas proclamas europeístas resulta en verdad muy sorprendente. Hace poco oímos a Borrell, un político por lo común sensato, afirmar en forma categórica que si Rusia llegase a usar armamento nuclear contra Ucrania sus ejércitos quedarían aniquilados de forma inmediata, claro es que no se molestó en explicar los procedimientos en detalle, hay que suponer que por prudencia y por no asustar a Putin. Borrell parece creer en serio que Europa es un jardín, pero que podría transformarse de súbito en una formidable y omnipotente milicia, hasta el punto de que empieza a ser difícil comprender cómo es que Europa pueda estar pasando apuros, tan hermosa y poderosa como es. 

Esta clase de ‘macropolíticas’ del futuro no solo son ambiciosas sino que pueden ser muy irresponsables en la medida en que olvidan hasta qué punto el futuro no suele ser nunca lo que se pensaba que iba a ser, pero la creencia contraria, por necia que resulte, está en la base de cualquier pensamiento que asuma que la omnipotencia estatal nunca será humillada por ninguna circunstancia, que siempre se podrá gastar más y más sin que nadie pueda pedir cuentas de otra cosa que de las buenas intenciones. 

Hay más, y es que cualquier mirada al pasado del desarrollo tecnológico muestra que, como escribió Freeman J. Dyson, el rasgo característico de una tecnología impulsada por la ideología es que está condenada a fracasar y esa decepción se disimula cuanto se puede. Dyson afirma que las tecnologías de éxito empezaron por ser aficiones de chalados, mientras que las patrocinadas por la ambición de los Estados han solido salir mal de manera estrepitosa. Los locos cacharros de los hermanos Wright llevaron a la aviación que conocemos, mientras que las tecnologías de trasatlánticos voladores de alemanes e ingleses acabaron como ejemplos de lo que no hay que hacer.

«El rasgo característico de una tecnología impulsada por la ideología es que está condenada a fracasar»

En EEUU está claro que hay miles de millones de fondos federales destinados a promover el desarrollo tecnológico, pero hasta ahora, al menos, nadie ha obligado a universidades y empresas a seguir los caprichosos designios de los políticos, y eso es lo que no se hace ni en Europa ni en la piel de toro donde se aspira a  determinar qué hay que hacer y dónde hay que hacerlo, poniendo toda clase de pegas a las iniciativas empresariales que, a su entender, no se atienen a su peculiar idea de un futuro no consumista, ecológico y con perspectiva de género. 

La tentación de dominar el futuro es esencial al poder sin controles, y quien puede alcanzarlo enseguida se ocupa de hacerse interminable y de poner el pasado a sus pies, como se ha podido ver en la insólita imagen de Hu Jintao apartado por las bravas de la mesa presidencial en la que solo debería brillar el nuevo amo. 

En el jardín europeo no ha lugar a tales excesos, ni siquiera en la ínsula ‘sanchista’, pero cualquiera que sugiera que los planes energéticos son un puro disparate, que la crisis presente y el derrumbamiento del entramado industrial puede ser una consecuencia de tanta previsión sin una base prudente y razonable, será apartado de los medios sensatos porque el poder persigue que la resignación siga siendo la moral del pueblo y que, como también escribió Miguel Espinosa, la política se limite a ser la simpatía que el poder siente hacia sí mismo. 

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