THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Perdona que no te crea, pero parece teatro

«Quizá en los últimos cambios legislativos del Gobierno lo novedoso sea la desfachatez con la que este sostiene embustes que son obvios para todo el mundo»

Opinión
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Perdona que no te crea, pero parece teatro

El portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados, Gabriel Rufián (i) y el ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, Félix Bolaños. | Europa Press

Escuché al portavoz del Gobierno, el señor Bolaños, diciendo, muy serio y tajante, que nunca, pero nunca… 

Y ya no sé cómo siguió la frase, ni qué prometió Bolaños, no me gusta mucho que me tomen por idiota, y tarareando el bolero «Teatro», de La Lupe, donde dice aquello de «perdona que no te crea, pero parece teatro», cambié de canal. En éste echaban un película de vaqueros; la película era, mala, sí, pero allí por lo menos se respetaban los códigos del género… 

Ya que el Gobierno puede que lo haga bien, puede que lo haga mal, puede que dentro de las circunstancias esté haciendo lo que puede, puede que esté paliando los problemas o agravándolos al proyectarlos con una patada adelante hacia la próxima legislatura, para que el que venga detrás que arree… Vale, pero el primer problema es que nadie puede creer en lo que dice, pues es un Gobierno embustero. 

Tengo ya escrito que una de las tragedias de la política democrática española es que no sólo se sustenta en una mentira original –la igualdad de los ciudadanos ante la ley, cuando hay excepciones regionales muy concretas, amparadas en supuestas identidades telúricas y hechos históricos diferenciales— sino que, además, para alzarse al Gobierno de la nación es imprescindible engañar y contarle bellas mentiras al electorado, sin lo cual es imposible cosechar sus votos. Así, Rajoy prometió bajar impuestos, pero lo primero que hizo fue subirlos; el primer punto en la campaña de Almeida, a la alcaldía fue cancelar Madrid Central… y la mantiene; en cuanto a Sánchez… oh, no hay espacio para tantas promesas incumplidas.   

«España es el país de los juramentos de amistad eterna. Que, por supuesto, nadie se toma en serio»

Y esto, que parece ser sólo el juego electoral del cual es pueril escandalizarse, tiene consecuencias en la moral y en la praxis de la nación. España es el país de las grandes palmadas en la espalda y los juramentos de amistad eterna. Que, por supuesto, nadie se toma en serio. Nadie cree en nada ni en nadie. Y esto ¿no es trágico?

Esto quizá suceda igual en el orden civil, que consiste en venderle al vecino cualquier cosa –convenciéndole de que sólo vale X, cuando en realidad a ti te ha costado X menos Y-. Se llama «plusvalía», o «legítimo beneficio de tus desvelos», dependiendo de si te gusta el vocabulario liberal o el marxista. No hay otro secreto en la vida económica. Todos lo sabemos y lo aceptamos. Esta es la ley superior que rige el mundo, el mundo satánico. 

Mais… il y a la manière…

Están las formas. Quizá en los últimos cambios legislativos del Gobierno lo novedoso –ni siquiera muy novedoso— sea la desfachatez con la que éste sostiene embustes que son obvios para todo el mundo. Como por ejemplo que estos cambios acelerados los dicta un honesto interés en homologar nuestra legislación a la de los países cercanos (dando así por supuesto que los juristas franceses o malteses son más sabios y saben mejor que los españoles lo que conviene al buen gobierno de España), y no a ningún interés o necesidad electoral. Y ello mientras los socios que les han arrancado esos cambios los celebran a plena luz del día como exitosos sacamuelas.

Escuché promesas de Bolaños, oí a la señora Robles garantizar que nunca, jamás… Recordé a La Lupe:

«Lo tuyo es puro teatro. Falsedad bien ensayada, calculado anfiteatro…»

Escuché a García Page, a Lambán y a otros barones socialistas decir, muy indignados, que los acuerdos de su jefe con la delincuencia golpista para rebajar la pena de sus caudillos y reintegrarles a la vida política, a cambio de que apoyen los presupuestos, les parece muy mal y que es indecente…

«Esos barones del socialismo supuestamente indignados necesitan hacer un poco de teatro ante su electorado»

«Perdona que no te crea, pero parece teatro». Ya que, comprendí en seguida, se acerca un ciclo electoral, y esos barones del socialismo supuestamente indignados y discrepantes necesitan hacer un poco de teatro ante su electorado, rasgarse alguna que otra camisa, pero en el fondo les da igual todo mientras mantengan sus prebendas. 

Y los imaginé, justo después de emitir tan severas reconvenciones, telefoneando al presidente del Gobierno para explicarle en susurros que solo le habían criticado para no perder los cargos —lo que al fin y al cabo redundará en beneficio del mismo presidente-, pero que no se preocupase, pues a la hora de votar puede contar con sus votos. 

Y lo imaginé a él, en Moncloa, tras colgar el teléfono, diciéndose que no era necesaria tanta explicación. Ya sabía de antemano que podía contar con su fidelidad, y todo lo demás.

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