THE OBJECTIVE
Fernando Fernández

Pensárselo antes de imprimir euros digitales

«Hay que extremar la cautela. Los costes de equivocarse y acelerar la introducción del dólar o del euro digital son muy superiores a sus potenciales beneficios»

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Pensárselo antes de imprimir euros digitales

Christine Lagarde.

No ha sido una buena semana para la inflación y tampoco para los bancos centrales. La inflación subyacente se resiste a bajar y las subidas de tipos de interés van a continuar. Eso es cosa sabida, pero la inflación, el crecimiento, la morosidad y la estabilidad financiera no son las únicas preocupaciones de los bancos centrales estos días. En las últimas semanas parecen acelerarse los planes de algunos para introducir el dinero digital en el año 2025. ¿Estamos llegando tarde los europeos a la gran revolución del dinero?

En cierto sentido, el dinero digital ya está aquí. El uso de dinero efectivo, billetes y monedas lleva años en caída libre. La covid le ha dado la puntilla, por una mezcla de miedo, seguridad y comodidad. Los cajeros automáticos, no hace tanto tiempo señal de modernidad y garantía de acceso al sistema bancario, se están convirtiendo en iconos de la vieja revolución industrial. Confiéselo, ¿cuándo fue la última vez que se acercó a un cajero? ¿Cuánto dinero lleva en la cartera? 

En los países desarrollados, el dinero físico ha sido reemplazado por las tarjetas, de débito o crédito, el teléfono, o bizum, ese gran invento de la banca española que en término de medios de pago está a años luz de sus comparables europeos. En muchas economías emergentes, los minutos de prepago han sustituido a la moneda local como medio de pago y hasta como depósito bancario. El saldo telefónico se ha convertido allí en el instrumento de ahorro y en el dinero perfecto al cumplir las tres propiedades básicas, aceptabilidad generalizada, estabilidad de valor y accesibilidad universal. La revolución ha sido de tal magnitud e intensidad que bien podría decirse que solo hay dos tipos de individuos que siguen usando dinero físico, los defraudadores a Hacienda o los anarcocapitalistas temerosos del Gran Leviatán y celosos defensores de su anonimato.

En estas circunstancias, quizás deberíamos preguntarnos, ¿a qué tanto ruido con el dólar digital, cuál es el problema que pretende resolver? Cierto, todavía hay dificultades en los grandes pagos y con las transferencias transfronterizas de dinero. Problemas de tiempo y de precios, comisiones muy elevadas. Problemas que en ambos casos nacen del riesgo de crédito implícito, -¿quién asume la pérdida en caso de impago o de brusca variación del tipo de cambio?- y de las dificultades de compatibilidad entre los diferentes sistemas de pagos nacionales. Dificultades que algunos proveedores digitales han sabido circunvalar para abrirse un hueco y obligar a los incumbentes, los grandes bancos, a reducir sus precios y repensar su estrategia.

Dinero digital privado hay y mucho. El más conocido es bitcoin, pero es solo uno de una multitud. No está claro que sean dinero en sentido estricto, sino más bien activos digitales, por su altísima volatilidad y escasa utilidad para pagar. Todavía no se aceptan, por inercia y desconocimiento, dirían sus partidarios; ya llegará nuestro momento. Puede ser, pero mientras llega haríamos bien en extremar la prudencia, como insisten todos los reguladores. Prudencia que se multiplica al conocer los excesos y problemas de funcionamiento interno de muchos de los proveedores de esos supuestos dineros, empresas cuyos procedimientos internos, al margen de toda regulación, estaban a años luz de los mínimos imprescindibles en el sistema financiero. Confusión entre las cuentas de la empresa y de sus clientes, trading con información privilegiada, trato discriminatorio o preferencial, contabilidad excesivamente creativa, capitalización insuficiente, parecen haber sido la norma. Lo que ha provocado un clamor internacional por su regulación. Para beneficio de las empresas serias y los inversores honestos. 

«Son activos revolucionarios cuya propuesta de valor es un cambio del sistema»

Desde un punto de vista más conceptual, deberíamos aprender a distinguir entre las llamadas stable coins, en esencia fondos de inversión cuyo valor está ligado a un activo físico, típicamente el oro, el petróleo o el dólar, y las monedas privadas en sentido estricto. Los primeros solo plantean el problema de asegurar que se mantiene efectivamente la plena cobertura en activos de reserva. El resto son un activo puramente especulativo cuyo valor depende de una incierta promesa, su capacidad de sustituir alguna vez al dinero legal y de garantizar su independencia frente al poder político. Son activos revolucionarios cuya propuesta de valor es un cambio del sistema.

Pero el dinero digital de los bancos centrales, dinero de curso legal que se conoce como CBDC por las iniciales de su nombre en inglés, Central Bank Digital Currencies, es otra cosa. Es un cambio fundamental en el sistema bancario que dejaría de ser un sistema de reserva fraccionario. Hoy el banco central reparte dinero legal al público a través de unas instituciones especializadas y reguladas, que llamamos bancos para simplificar. Los particulares no pueden guardar su dinero en el banco central sino en los bancos. Estos a su vez crean dinero privado mediante el crédito bancario. Para asegurar una relativa estabilidad del sistema, el banco central obliga a los bancos comerciales a guardar parte de esos depósitos en el propio banco central, el llamado coeficiente de reserva y, a cambio, protege a los bancos comerciales actuando como su prestamista de última instancia. Es un sistema complejo y a veces no muy estable, como hemos tenido oportunidad de comprobar no hace tanto tiempo. Pero un sistema que ha permitido la innovación financiera, la explosión y democratización del crédito, la masiva bancarización de la población y un crecimiento económico sin precedentes.

Lo que se propone con las CBDC es en esencia que los individuos tengan acceso directo al banco central, que tengan una cuenta corriente digital en el banco central, los detalles se los ahorro. La idea es que esa cuenta sustituya al efectivo. Apenas lo notaríamos en nuestra vida diaria, pero se ahorrarían muchas comisiones intermedias, muchos costes de transacción, se agilizarían los pagos y se reducirían los problemas de impago. El problema es que ese dinero, esas cuentas en el banco central, puedan sustituir no al efectivo sino a los depósitos bancarios, que lleven a la desaparición del sistema bancario. Que, paradójicamente, una tecnología que nace para liberarse de la autoridad política termine nacionalizando el crédito.

Para alejar esa posibilidad se proponen dos sencillos procedimientos: limitar a una cantidad pequeña el saldo en esa cuenta digital en el banco central y no pagar por ese saldo y llegar incluso a cobrar una cantidad elevada para transacciones a partir de un número o una cantidad determinada. Recuerde, el objetivo es sustituir el efectivo, no los depósitos. Pero los analistas más críticos subrayan dos leyes implacables de la economía política: (i) todo sistema tiende a crecer y multiplicarse y nada puede evitar que esos límites y esas reglas de control desaparezcan con el tiempo, y (II) ninguna autoridad podrá evitar la presión por ampliar esos límites en momentos de crisis, de falta de confianza.

Queda en el aire cómo evitar que las CBDC sustituyan a los depósitos bancarios. Les confieso que no tengo respuesta, pero sí una profunda convicción, sin depósitos no hay bancos sino solo entidades de crédito que se financian con el banco central. Sin bancos comerciales, el crédito será dirigido y politizado. Con crédito dirigido habrá menos crecimiento y menos estabilidad financiera. No me atrevo a concluir que los bancos centrales deberían abstenerse de emitir CBDC, solo que hay que extremar la cautela y pensarlo muy bien. Tiendo a pensar que hay maneras más sencillas de solucionar los dos problemas reales, los grandes pagos y los pagos transfronterizos. Y soy optimista que los bancos comerciales, por la cuenta que les trae y con un empujón inteligente del regulador, sabrán encontrar soluciones creativas, tecnológicas y digitales. Los costes de equivocarse y acelerar la introducción del dólar o del euro digital son, en mi opinión, muy superiores a sus potenciales beneficios. El argumento de que si no lo hacemos nosotros lo harán otros, los chinos básicamente, es una ingenuidad o una estupidez. Que lo hagan, que se carguen su sistema bancario. Pensar que el yuan digital puede sustituir al dólar o al euro como moneda de reserva internacional es no saber nada de cómo surgen las divisas internacionales. Son los individuos los que eligen su dinero.

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