THE OBJECTIVE
Álvaro Nieto

Cabrales, la envidia y la nueva inquisición

La meritocracia no ha perdido, sino todo lo contrario: desde esta semana ha quedado claro que tener profundas convicciones democráticas también es un mérito imprescindible para ocupar un cargo en el Banco de España

Opinión
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Cabrales, la envidia y la nueva inquisición

Antonio Cabrales y Clara Ponsatí. | EFE

Hace justo una semana, PSOE y PP alcanzaron un acuerdo para renovar dos de los miembros del Consejo de Gobierno del Banco de España. Los elegidos fueron Judith Arnal, por los socialistas, y Antonio Cabrales, por los populares. En un principio, todo el mundillo económico saludó con entusiasmo este pacto porque tanto Arnal como Cabrales gozan de reconocido prestigio y sobrado currículo, si bien la primera había sido la jefa de gabinete de la ministra de Economía, Nadia Calviño, lo que contrastaba con el segundo, que carecía de perfil político alguno, por lo que muchos felicitaron por su decisión al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo.

En THE OBJECTIVE nos pusimos al día siguiente a recabar información sobre ambos para trasladársela a nuestros lectores. Vista la injerencia del Gobierno en casi todas las instituciones del Estado durante los últimos años, era necesario aclarar si de verdad estábamos ante una excepción. Y nuestra sorpresa fue mayúscula cuando, sin indagar demasiado, empezamos a descubrir que el señor Cabrales no parecía precisamente próximo al PP y que su elección había sentado muy mal en ese partido.

La misma noche del lunes, nuestro periódico publicó una primera información, firmada por el periodista José Antonio Navas, en la que desvelábamos que el 13 de abril de 2018 Cabrales estampó su firma en una carta que varios profesores de Economía enviaron a la Universidad de Saint Andrews (Escocia) para congratularse por la contratación de Clara Ponsatí, fugada de la Justicia española en aquel momento junto a Carles Puigdemont y otros tres consejeros de su Gobierno. Unos días antes, el 24 de marzo, el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena había emitido una orden de detención internacional contra ella acusándola de un delito de sedición por haber participado, como consejera de Educación y por tanto responsable de los colegios, en la organización del referéndum del 1-O.

La carta de los profesores era de apenas siete líneas, pero las dos últimas son especialmente importantes: «Durante sus tareas como servidora pública, Ponsatí estuvo totalmente comprometida con los principios de la democracia y de la acción política no violenta». Aquella frase, en aquel preciso momento, en una carta aireada por el independentismo dentro su campaña internacional contra la democracia española, no era casual. Todo el mundo era plenamente consciente en aquellas fechas de que esas palabras ponían en cuestión la respuesta de España ante el desafío secesionista y, de paso, sugerían que el procesamiento de sus principales líderes era injusto. Cabrales seguramente firmó movido por una vieja amistad con Ponsatí, pero lo que es evidente es que aquella carta, que tuvo un importante eco mediático, dañó la imagen internacional de España en un momento muy delicado de su historia.

Doble contradicción

Como director de THE OBJECTIVE siempre tuve claro que había que informar a nuestros lectores de la aparente contradicción entre haberse sumado a una campaña de desprestigio contra la democracia española y, apenas cinco años después, pretender incorporarse a una de las principales instituciones del país, y precisamente hacerlo de la mano del PP, partido que gobernaba en España en aquel momento.

Al día siguiente de haber publicado la información, como también ha desvelado este periódico, la secretaria general del PP, Cuca Gamarra, llamó por teléfono al catedrático de la Universidad Carlos III y juntos acordaron que este renunciara a su puesto como consejero del Banco de España. Unas horas más tarde, el propio Feijóo explicó la situación: «Para mucha gente algunos antecedentes de Cabrales son incompatibles con formar parte de un organismo del Estado».

Nada más conocerse la dimisión, se desataron todo tipo de ataques contra Feijóo por haber cedido ante una supuesta campaña contra Cabrales. En tertulias y periódicos se llegó a hablar de «cacería», «nueva inquisición», «estrangulamiento sectario»… al tiempo que numerosas plañideras lamentaban con pesar la pérdida para la vida pública de un profesional intachable («¡Para una vez que eligen a un independiente!», subrayaron algunos).

En efecto, es muy loable el intento de Feijóo de buscar un perfil independiente para una institución clave, seguramente la única que de momento ha conseguido escapar de las manos del sanchismo. Pero de igual forma también es de agradecer que, al darse cuenta de que se había equivocado con su elección, tratase de repararla rápidamente buscando un nombre alternativo con el que su propio partido pudiera estar más cómodo.

Ahora bien, lo que es de una hipocresía mayúscula es lamentarse por la renuncia de Cabrales y no criticar al mismo tiempo que la elegida por el PSOE sea la ex jefa de gabinete de Calviño. ¿Acaso solo debe proponer perfiles independientes el PP? Si tan bueno es Cabrales, ¿por qué no lo ha nombrado el PSOE?

¿Libertad de opinión?

Por otro lado, conviene dejar claro que aquí no ha habido ninguna «cacería». Aquí lo único que ha pasado es que un periódico ha creído conveniente trasladar a sus lectores una información relevante sobre una persona que iba a ocupar un papel importante en una institución pública durante seis años. Se han publicado dos noticias sobre ello, carentes de cualquier subjetividad, y el periódico en ningún momento ha puesto en duda la valía profesional de Cabrales ni se ha pronunciado editorialmente hasta hoy, con la excepción de una brillante columna de David Mejía este sábado.

A pesar de ello, se ha aprovechado el caso Cabrales para sacudir a THE OBJECTIVE por supuestamente atacar por sus opiniones a una persona intachable. Aparte del patetismo de que gente que no ha desvelado una noticia en su vida se permita dar lecciones de periodismo a profesionales como José Antonio Navas, con una acreditadísima trayectoria en los principales periódicos de España, resulta asombroso que se pretenda rebajar la importancia de la carta sobre Ponsatí reduciéndola al terreno de la libertad de opinión.

Cabrales tiene todo el derecho a pensar como quiera, faltaría más. Pero firmar una carta de apoyo a una prófuga de la Justicia no es expresar una opinión sobre si se es partidario de la independencia o del derecho a decidir. Es colocarse del lado de los golpistas frente a la democracia y la legalidad, por lo que es perfectamente legítimo que haya gente que piense que una persona que ha actuado de esa forma no merece ser recompensado por el país al que contribuyó a desprestigiar.

Es verdad que en el Banco de España deben estar los mejores, y puede que Cabrales sea uno de ellos, pero también necesitamos que la gente que ocupe nuestras instituciones tenga unos sólidos principios democráticos. A mí personalmente me hubiera bastado para saldar esta polémica con que Cabrales se hubiera quedado en su puesto tras haber emitido un comunicado explicando que su firma en la carta de Ponsatí se debió a una cuestión de amistad y pidiendo disculpas por el daño que aquella actuación pudiera haber provocado en la imagen de España.

Sin embargo, Cabrales ha preferido no hacerlo. El mismo ímpetu que le movió a firmar en apoyo de Ponsatí no lo ha tenido ahora para subrayar su compromiso con la legalidad y la democracia. Él sabrá por qué. En su lugar, ha renunciado al cargo lamentándose por el clima de crispación que vive España.

Ahora solo queda esperar a conocer qué nombre pone encima de la mesa el PP para sustituir a Cabrales. Pero que nadie se asuste. En España hay decenas de buenos economistas que pueden hacerlo igual de bien que él sin necesidad de estar afiliados al PP ni de haber estampado su firma en apoyo de un líder del ‘procés’. La meritocracia no ha perdido, amigos, sino todo lo contrario: desde esta semana ha quedado claro que tener profundas convicciones democráticas también es un mérito imprescindible para ocupar un cargo en el Banco de España.

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