THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Los enemigos de la política democrática

«Tanto los ‘woke’ como los tecnócratas creen que la política no es un proceso deliberativo sobre distintas concepciones de lo que es el ‘interés público’»

Opinión
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Los enemigos de la política democrática

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La política es cada vez más extrapolítica. Es decir, cada vez hay más gente que considera que hay cuestiones políticas que no admiten debate. Lo vemos tanto a izquierda como a derecha. Es algo que une, por ejemplo, a los tecnócratas con los woke. Ambos piensan que hay cuestiones que están por encima de la deliberación política. Los primeros creen que la complejidad de las sociedades postindustriales requiere de una mayor implicación de los expertos. Es verdad que yo no sé qué hay que hacer para regular la banca, y menos aún sobre cómo regular la high frequency trading. Pero hay quienes quieren extender esa visión a la mayoría de los aspectos de la política: es una especie de liberalismo sin democracia en el que las decisiones cada vez están más fuera de la disputa política o las elecciones. Era un debate constante hace una década, cuando debatíamos sobre la prima de riesgo y los hombres de negro del FMI: de qué sirve la política nacional, decían muchos, si luego afecta mucho más a la vida de las personas una subida o bajada de los tipos de interés desde el Banco Central Europeo. 

Los segundos, los woke, creen que hay cuestiones que, por su importancia moral, son intocables. Por eso insisten en convertir sus causas en derechos, que se convierten a su vez en derechos «fundamentales». Esos derechos deben «blindarse» en la Constitución para que sean intocables, como dice a menudo la izquierda en España (es curioso porque luego hablan constantemente de reformar la Constitución, que consideran manchada y que forma parte del «régimen del 78»; tan blindados no estarán esos derechos si podemos cambiar la constitución a nuestro gusto). Lo que consigue esto es sacar esas cuestiones de la deliberación pública: no cabe otra interpretación. Es cierto que existen aspectos sobre los que no debería existir deliberación: no me gustaría saber los resultados de un referéndum en España sobre la pena de muerte a asesinos y violadores, especialmente en esta época de populismo punitivo. Tampoco quiero vivir en un Estado donde la justicia y los tribunales son populares. Pero asumir que todos tus posicionamientos políticos son incuestionables y no admiten debate es arrogante y peligroso. 

«Para los tecnócratas, la deliberación es una distracción. Para los ‘woke’, es un pecado»

Como escribe David A. Bell en un ensayo en la revista Liberties, donde reflexiona sobre este tipo de antipolítica, para estos actores «la única respuesta posible es restringir aún más el espacio de lo político, situar franjas cada vez más amplias de la vida fuera del alcance de la deliberación y la toma de decisiones colectivas, reducir aún más el espacio de tolerancia y paciencia sin el cual no puede florecer ninguna política responsable». Tanto los woke como los tecnócratas creen que la política no es un proceso deliberativo sobre distintas concepciones de lo que es el «interés público», sino que tienen claro lo que es ese interés público: lo que pienso yo. 

Son dos tipos de antipolítica. Para los tecnócratas, la deliberación es una distracción. Para los woke, es un pecado. Ambos creen, como dice Bell, que la política ha fracasado, y que para preservar el bien común la única manera son medios «extrapolíticos». «Y, por supuesto, la lucha política cada vez más encarnizada que generan al perseguir estos medios extrapolíticos convierte la convicción en una profecía autocumplida, ya que la indignación y la polémica constantes ahogan el sistema político y lo llevan cada vez más a la parálisis. Al desvelar el fracaso de la política, provocan el fracaso de la política». 

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