THE OBJECTIVE
Daniel Capó

De Mount Vernon a Rusia

«La guerra de Ucrania ha servido para entender qué significa el retorno a la historia de la Rusia autocrática, pues cualquier crisis rusa es siempre europea»

Opinión
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De Mount Vernon a Rusia

Ilustración de Arancha Tedillo.

En el verano de 2019, almorcé en Mount Vernon con la persona encargada —a principios de los años noventa— de dirigir el equipo que asesoraba a los países del Este en su tránsito a la democracia. Su labor era a la vez romántica y esencial: explicar el funcionamiento de las instituciones liberales, su entramado de contrapoderes y equilibrios, a unas sociedades acostumbradas durante décadas a los usos totalitarios del comunismo. Ya entonces, aquel mes de julio en que paseábamos a la sombra de la mansión de George Washington, resultaba evidente que algo no había ido bien en el desmantelamiento de la URSS. Mientras que las naciones más cercanas a la órbita histórica de la florecían al amparo de las inversiones comunitarias y del trasvase de una parte de la industria alemana de componentes, el antiguo universo soviético emitía señales inquietantes.

La ocupación rusa de Crimea en 2014 debería haber sido un grito de alarma para una Europa traumatizada por las sucesivas crisis del euro y de la deuda soberana, pero ni Merkel —ni Obama— supieron —o quisieron— hacer frente al auténtico problema que ya se vislumbraba al final del túnel: que la caída del imperio soviético no había conducido a una auténtica modernización del gigante euroasiático ni de sus satélites. La guerra de Ucrania ha servido como punto y final definitivo para entender qué significa el retorno a la historia de la Rusia autocrática, pues —no en vano— cualquier crisis rusa supone siempre una crisis europea y, por extensión, también del conjunto de Occidente.

Para ilustrar la letra pequeña de esta amenaza, resultan especialmente interesantes las palabras que le dedica el historiador Karl Schlögel —uno de los máximos especialistas mundiales en la URSS— en su ensayo Ucrania, encrucijada de culturas (Ed. Acantilado), donde explica con detalle las estrategias que emplea Putin en la guerra híbrida destinada a desestabilizar a sus adversarios. «Desestabilización no es un concepto abstracto» –escribe el historiador alemán–. «La desestabilización que practica Rusia va dirigida contra el poder y la soberanía de un Estado. Pero, en realidad, la desestabilización busca minar todo aquello que permanece intacto en el bando contrario agredido, su sociedad o, más exactamente, sus gentes. La desestabilización de una nación o de una sociedad significa, en última instancia, acabar con las personas. Poner de rodillas a un Estado significa poner también de rodillas a sus ciudadanos. Forzar la capitulación de un gobierno significa obligar a someterse a quienes lo han elegido y, a su vez, obligarlos a aceptar el sometimiento».

«La firmeza de Occidente debe ir acompañada de la generosidad cuando llegue la paz»

Divide et impera sería un lema similar; pero además, se podría añadir: divide y destruye la moral de una nación, de un pueblo, de una gente. La primera víctima de estas malas praxis, por supuesto, ha sido históricamente el propio pueblo ruso, incapaz de separar su destino de las distintas autocracias que se han ido sucediendo a lo largo de los siglos.

Para Tocqueville, más importante que la calidad de las instituciones y de las leyes es el tono cultural de la sociedad, su moral no escrita pero que sustenta, rige y vivifica a la ciudadanía. La cultura democrática, unos valores que tienen mucho más de virtudes y cuyo origen se encuentra en un marco religioso e intelectual que va del judeocristianismo a la Ilustración radical —como una especie de arqueología de la razón—, explica lo que nos ha sucedido en estos últimos años. Pero sólo en parte, porque tan importante como las raíces de una realidad determinada es el anhelo de la población, los sueños y los modelos que guían su forma de actuar. La humanidad se mueve entre un origen y un horizonte, entre lo que es y lo que está llamada a ser. La firmeza de Occidente debe ir acompañada de la mano tendida de la generosidad cuando llegue el momento de la paz. Para nosotros, no hay, no debería haber, alternativa a la democracia y a la modernización.

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