THE OBJECTIVE
Alfonso Javier Ussía

Cualquier idiota puede ser un espontáneo

«Son los que van a convenciones por el medioambiente en avión, los mismos que abogan por los derechos de los trabajadores y se piden un Glovo para el café»

Opinión
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Cualquier idiota puede ser un espontáneo

Ilustración de Alejandra Svriz

En la revista Punchbowl, de los estudiantes de la Universidad de Pensilvania, rezaba el lema «cualquier idiota puede ser espontáneo». La RAE dice que el espontáneo es voluntario o del propio impulso. También aquello que se produce aparentemente sin causa y, por supuesto, la persona que durante una corrida se lanza al ruedo a torear. Luego nos pasa que la época actual está atiborrada de espontáneos. Mucho más que antes. Mucho menos de lo que vendrá. A este paso, perderemos el derecho hasta de opinar. Pero el momento que atravesamos es un mar de espontáneos que, a diferencia del torero que se jugaba la vida, saltan al albero de la opinión pública para no decir nada más que bobadas como si la sociedad se hubiera cubierto de los mejores cerebros que definía la revista Punchbowl. Están por todas partes. Lo peor no son los espontáneos de las redes, sino los que cobran por ello.

Ayer vi un tipo que manifestaba su animadversión contra un país libre camuflado en una bandera del arco iris, enjutado en una camiseta de un revolucionario que encerraba a los homosexuales. Saquen sus propias conclusiones. Es una mezcla curiosa. Muy espontánea ella. Es como jalarte un steak tartar en una convención de vegetarianos organizada por un matadero de reses. El barullo mental que manejan algunos está siendo delirante. Así, para resumirlo en pocas palabras. Y todas esas mentes brillantes se dedican a postear, comentar y ensuciar con sus delirios las redes sociales y la calle, con manifestaciones llenas de eslóganes que serían dignas de recibir un castigo letal, una muerte anunciada de la sociedad que representan.

En una manifestación por la libertad de los leones, pedirían que los soltaran pues su libertad es un derecho a prueba de bocados. Son los que van a convenciones por el medioambiente en avión, los mismos que abogan por los derechos de los trabajadores y se piden un Glovo para el café, que viven controladas por esa especie de ideología heredada que llevan tan intrínseca, que cualquier contradicción es simplemente un escollo al que ignorar. Luego nos quejamos si los medios venden menos ejemplares que un vendedor de astrolabios. No se echen las manos a la cabeza viendo las rotativas cada vez más ligeras, pues hasta los fondos europeos se utilizan para despedir a periodistas en vez de para contratar a gente que abandone su ideología en la puerta de la redacción.

«La ideología y el presente hacen que cualquier idea pueda ser cierta por falsa que sea. Eso termina provocando que ser del centro ideológico es lo más parecido a darse un paseo por el desierto»

Lo cierto es que me siento un revolucionario. Hoy en día, un escritor de novelas como este que firma, vende libros para dos tipos de lectores: los que utilizan el libro para apoyar la pata rota de una cama, mesa o mueble comedor, y los que adquieren ejemplares para leerlos y después ir formando una biblioteca en la que termino compartiendo lomo o tapa con algunos de los escritores a los que admiro y leo. Son pocos libros, la gente lee menos. A veces me pregunto si sería bueno trabajar a la par con un ilustrador o nativo digital que fuera haciendo por cada frase una imagen y así matar dos pájaros de un tiro: enterrar la palabra escrita para siempre, y aliarme en esa corta captación de atención que atraviesan las personas. En cualquier caso, mi profesión vive tiempos revueltos. 

El tema de la actualidad se ha demostrado que da lo mismo. La ideología y el presente hacen que cualquier idea pueda ser cierta por falsa que sea. Eso termina provocando que ser del centro ideológico es lo más parecido a darse un paseo por el desierto. Es una calle vacía y sin bares a la cinco y media de la mañana en un pueblo de cincuenta habitantes, como mucho. En cambio, el tema de las novelas sí que supone una necesidad vital, además de la ayuda incalculable para esos lectores que comentaba anteriormente que tienen alguna pata coja en los muebles de su casa. Sea como fuere, no pienso de dejar de escribirlas y de publicarlas, mientras siga teniendo la suerte de la confianza de algunas editoriales que apuestan por mis libros y muy especialmente gracias a los lectores que las compran.

En este tiempo de espontáneos cualquiera tiene un foro para decir lo que le plazca. Lo que pasa es que cada vez son más los espontáneos que tienen una ruta, una línea marcada en la que expresar su espontaneidad, siendo menos espontáneos por mucho que lo digan así de golpe, desde su propio impulso, como dice la ecuánime RAE. Así que seguiremos leyendo en estos canales de desinformación y redes asociales, todo tipo de comentarios espontáneos que buscan profundizar dejando de lado a la polarización. Imagino que los lectores de un medio tan serio como este aún entienden las ironías.  Ya lo dijo Oscar Wilde, «el primer deber en la vida es ser tan artificial como sea posible. El segundo deber aún no ha sido descubierto». Y así seguimos.

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