THE OBJECTIVE
Gonzalo Figar

Vivimos más allá de lo grotesco

«Una época en la que los izquierdistas de todos los rincones del mundo toman champán con los magnates y billonarios en Davos»

Opinión
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Vivimos más allá de lo grotesco

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Alejandra Svriz

Vivimos en una época incalificable. Es difícil encontrar una palabra para describir lo grotesco e irreal de la política en España (y Occidente) en pleno siglo XXI. Valle-Inclán debería revivir e inventar un término que exprese lo que sea que hay más allá de «esperpento».

Vivimos en una época en la que la mentira es una forma legítima y recurrida de hacer política.  

Vivimos en una época en la que una izquierda que se supone internacionalista se hermana con el nacionalismo racista de Cataluña y País Vasco, esos que hablan del Rh de la sangre o de lo deformes y bestias que son los españoles.

Vivimos en una época en la que un partido llamado obrero y español pacta con la alta burguesía catalana la destrucción de España. Una época en la que un partido supuestamente de Estado llega a acuerdos con los herederos de los que pegaban tiros en la nuca y, encima, justifica ese pacto con tal de que no llegue la «xenofobia y el fascismo» al gobierno. 

Vivimos en una época en la que no se puede pactar con Abascal, porque habla de inmigración, pero sí con los terroristas de Otegi, que mataban por la raza vasca. Una época en la que una suma de comunistas acepta alegremente que los extremeños y andaluces paguen la deuda de la rica Cataluña. Una época, sin ir más lejos, en la que existen comunistas y felizmente alardean de su ideología, responsable de más de 150 millones de muertos en el mundo.

Un época en la que un gobierno que excarcela a violadores y pedófilos se sigue creyendo feminista.

Vivimos en una época en la que el sistema más próspero y libre que jamás ha existido en la historia está intentando ser destruido desde dentro, por las propias personas que gozan de su libertad y riqueza.

Una época en la que los izquierdistas de todos los rincones del mundo toman champán con los magnates y billonarios en Davos.

Una época en la que las corporaciones multinacionales donan alegremente millones a las causas woke, abiertamente anticapitalistas. 

Una época en la que toda la progresía, esa que alardea de ser defensora de los pobres y débiles, impulsa una agenda climática que condena a permanecer en la pobreza a millones de personas en todo el mundo.

Una época en la que, en nombre del «antifascismo», se exige censurar y callar a las voces críticas, cuando no directamente cancelar a aquel que ose tener una opinión divergente. Vivimos en una época en la que toda diversidad es celebrada, menos la diversidad de pensamiento. 

Una época en la que ni las categorías más básicas de la biología se dan por válidas, sino que se consideran meros constructos sociales. Una época en la que las mujeres son reducidas a «personas menstruantes» mientras que los hombres de cabo a rabo son galardonados con premios a la «mujer del año». 

Y, lo más descorazonador de todo, vivimos en una época en la que millones de votantes están dispuestos a defender y justificar cualquiera de estos disparates, si es que provienen de su partido.  Ya nada tiene sentido. De verdad, ¿qué hay más allá del esperpento? Porque estamos en esa nueva era: la era post-esperpento, la era post-grotesco.

Y en esta era, ¿cómo se combate políticamente? ¿Cómo puede una alternativa a la izquierda conseguir conformar una mayoría cuando todo está dado la vuelta, todo está invertido, todo es mentira? ¿Cómo lo puede hacer, esto es, sin caer en los mismos vicios? No me atrevo a dar una respuesta completa, pero sí a afirmar que toda alternativa debe partir de dos premisas.

La primera es comprender que, en la era post-grotesco, para la izquierda actual sólo existe el poder o la nada. Su mundo se reduce a este binomio. Sus decisiones, su modo de pensar, sus posicionamientos están dictados por esta tajante ecuación. No hay verdad ni mentira, no hay consistencia ni incongruencia: sólo hay poder, pues fuera del poder, no existe nada.

«Vivimos en una época en la que un partido llamado obrero y español pacta con la alta burguesía catalana la destrucción de España»

Esta premisa tiene una implicación directa: a esta izquierda sólo cabe derrotarla. Y es así porque ella misma ha marcado sus normas del juego y ha decidido que todo vale con tal de que la derecha no les quite el poder. 

Ahora el «facha» es Abascal, pero antes lo era Ayuso, Cifuentes, Aguirre, Aznar; incluso el ser más insípido que jamás haya existido en la derecha, Rajoy, era «facha». Lo importante es que todo lo que no sea izquierda es «facha», es decir, ilegítima para ejercer el poder. 

Esta izquierda no quiere ningún tipo de entendimiento, acuerdo, sensatez, consenso; quiere arrasar, quiere ganar, quiere poder, y nada más. Están dispuestos a llevarse por delante nuestras libertades y nuestro país con tal de ejercer el poder. En estas circunstancias, ¿qué alternativa cabe más que derrotarla? 

Y, por las mismas, ¿qué alternativa cabe aparte de que todo lo que está en la oposición a la izquierda se entienda? Cuando tanto está en juego, tanto como la propia supervivencia, no se puede estar malgastando energías en pelearte con tus aliados. Y da la sensación de que, en la derecha española, se dedica más esfuerzo a criticar, dañar y combatir a las otras siglas que a derrotar al verdadero enemigo. 

La segunda premisa es que, en esta era post-grotesco, ese viejo paradigma de «dato mata relato» es falso. El relato se come al dato de desayuno, nos guste o no. Todas las grotescas incongruencias listadas arriba no pueden, sensatamente, ser justificadas racionalmente. Pero es que el votante medio no actúa de forma plenamente racional. En política más que nunca, todos somos víctimas naturales de nuestros sentimientos, de nuestras pasiones, de nuestros sesgos, de nuestras experiencias, y ello afecta al voto más que la plena racionalidad. 

Pero, además, el votante medio no tiene ni el suficiente interés ni el debido conocimiento sobre la mayoría de temas de debate público. ¿Cómo se puede entonces esperar un comportamiento siquiera mínimamente racional por su parte? Lo que sí tiene ese votante es una serie de referencias culturales asentadas en su cabeza; una narrativa preinstalada que le ayuda a navegar ese mundo de la política que ni le interesa, ni le importa, ni conoce.

Una vez implantada una narrativa en la cabeza de alguien, todo es justificable. Las incongruencias, las mentiras son aceptadas porque lo relevante es preservar el relato, no la realidad. Es mucho más fácil y cómodo para el votante medio pensar que lo equivocado es la supuesta realidad, que de otra forma cuestionar toda la narrativa que sostiene su limitado entendimiento de un mundo complejo. Ya dijo Mark Twain que «es más fácil engañar a la gente que convencerles de que han sido engañados». 

Y el problema es que la narrativa que la mayoría de los votantes tiene preinstalada está totalmente sesgada a la izquierda. Hagan la prueba ustedes mismos: pregunten a un joven español cualquiera, y lo normal es que diga (sea o no) que es de izquierdas, porque es más cool. Pregúntenles qué sistema es más justo y humano, y dirán antes socialismo que capitalismo. Pongan cualquier serie española y los políticos malos siempre son de derechas

Nunca habrá una alternativa ganadora frente a esta izquierda mientras se perpetúe, generación tras generación, esa narrativa en la mente de los votantes. Nunca se podrá construir una mayoría fuera de la izquierda mientras los únicos mensajes y relatos, las únicas explicaciones que los votantes hayan escuchado a lo largo de su vida sean de sesgo izquierdista.

No se trata de que ahora la derecha caiga en el puro relato, el puro marketing político armado de eslóganes vacíos; se trata del relato con dato, relato con fundamento, pero relato primero. La derecha tiene mucho que ofrecerle al votante, mucha esperanza, libertad, oportunidad –desde luego, mucha más que esta izquierda-. Sólo tiene que creérselo y construir una historia atractiva y desafiante.

O la derecha se pone en marcha o sólo ganará cuando se den situaciones límite, en las que el país esté al borde del desastre, al estilo 1996, 2011… o lo que creíamos que era 2023. Esperemos que para 2027 no sea demasiado tarde.

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