THE OBJECTIVE
Mario Garcés

Anatomía de lo irreversible

«No se puede descartar que el PSOE se rearme internamente a partir de dos palancas rudimentarias: la victimización y la lucha contra la ultraderecha»

Opinión
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Anatomía de lo irreversible

Ilustración de Alejandra Svriz.

Pronto se cumplirán seis meses de aquella fatídica noche electoral del 23-J en la que el PSOE, con ábaco en mano, comprobó que empíricamente estaba en condiciones de gobernar. A esas horas de la noche, más de uno buscaba razones expiatorias para entender un resultado electoral que apenas entraba en la cábala de ninguno de los contendientes, ni en la de los vencedores ni en la de los vencidos. Cierto es que se impuso la paradoja del perdedor/ganador pero no era menos cierto que en una democracia plebiscitaria con un autócrata representativo que podía sumar, la realidad acabaría imponiéndose en forma de Gobierno de frente, murocarático y de trinchera. Lo demás es terneza, autojustificación o expiación de responsabilidades, y ninguna de las tres razones es intelectualmente válida ni estratégicamente perdurable.

Por eso tampoco entiendo humildemente que se repita como una salmodia que Sánchez nos quiere imponer sus decisiones arbitrarias sin conceder a la derecha política el derecho de opinar. No. No es así, porque aquí opina todo el mundo y repetir este afirmación es un recurso político paupérrimo, basado en una victimización obtusa. Cuestión diferente es quién tiene la capacidad para convertir la opinión en norma, y, en una democracia webberiana, solo lo puede hacer quien haya formado Gobierno y ostente la mayoría parlamentaria para aprobar leyes.

Sánchez, en su máxima expresión de inmoralidad política, conocía perfectamente las reglas de juego y sabía que, si se concitaba el milagro de la suma electoral, tenía el control de la situación durante unos años. Primero, sumar el 23-J; después, ser investido aun cuando la investidura supusiera ceder a una extorsión permanente (a los lenguaraces que hacen discursos, bien les vendría distinguir los conceptos de chantaje, coacción y extorsión); tercero, control del Tribunal Constitucional para hacer viables determinadas concesiones políticas; y, por último, como presidente del Gobierno, disponer única y exclusivamente de la potestad para convocar elecciones a los largo de cuatro años, a sabiendas de que una moción de censura está abocada al fracaso. Eran cuatro las piezas del juego y, entre felonías y traiciones a la tradición de su partido, convertido ya en una asociación de gregarios asalariados, Sánchez ganó. Lo demás es como darse cabezazos en el muro de las lamentaciones o esperar el colapso de un prófugo. Vana esperanza.

Mientras tanto, lo irreversible. Porque, por conveniencia, por oportunidad o por ignorancia, en el análisis político actual se suele ocultar el coste de lo irrevocable. De menor a mayor, la primera irreversibilidad es la que afecta a la decadencia moral del PSOE. ¿Puede el mantenimiento en el poder contrarrestar el desmoronamiento intelectual y ético de los socialistas? En primer lugar, la psicología del supérstite político abarca la idea extendida de que el tiempo es un analgésico que va cerrando heridas y amasando voluntades. Y no le falta cierta verosimilitud al razonamiento porque el poder y el dinero acaban doblegando resistencias. Por ello, no se puede descartar que el PSOE se rearme internamente a partir de dos palancas rudimentarias pero eficaces: la victimización y la lucha contra la supuesta bicha de la ultraderecha. Es evidente que ese ejercicio de contención por parte de Sánchez no invalida su indigencia ética pero cauteriza la llaga y hace surgir la duda entre los suyos sobre el acierto de su estrategia. Así pues, lo irreversible éticamente en el socialismo español puede tener un coste limitado en términos electorales conforme el tiempo pase.

«¿En el supuesto en el que haya un cambio de Gobierno, cabe invertir la situación, el nuevo status jurídico resultante de la extorsión?»

La segunda irreversibilidad es la jurídica, la que deriva derechamente de las normas que se aprueben en los próximos días, desde la amnistía hasta la transferencia de determinadas competencias. ¿En el supuesto en el que haya un cambio de Gobierno, cabe invertir la situación, el nuevo status jurídico resultante de la extorsión, o hay que aceptar apodícticamente los efectos de esas medidas? ¿En qué supuestos es posible revertir jurídicamente esa situación? ¿Conviene realmente no mirar hacia atrás en el caso de que la reversión sea posible o, de actuar así, no se estaría siendo cómplice retardado de una ignominia por el poder? Pues bien, hay silencios atronadores porque, a fecha de hoy, apenas se ha leído un solo artículo de opinión sobre el coste y el beneficio de la reversibilidad. Y, mucho menos, se han escuchado pronunciamientos sobre lo que se haría en el caso de cambio de Gobierno.

En este punto, para no engañar a nadie, habría que explicar pedagógicamente que, desde una perspectiva de justicia criminal, la extinción de la responsabilidad penal no podría ser revertida, y no por ganas, quiero pensar, sino porque, lisa y llanamente, es imposible. Esta circunstancia va a generar una paradoja de futuro donde es fácil atisbar enfrentamientos tácticos entre PP y Vox. Hoy por hoy, es más sencillo y menos comprometido correr detrás de las liebres que suelta el Gobierno, pero no es suficiente.

Hay otras irreversibilidades crónicas y estructurales de toda la política española: la infantilización, el recurso a la mediocridad, la profesionalización de la actividad política en manos de supervivientes, la expulsión del talento y del análisis libre y reflexivo. Aunque para algunos no lo parezca, estas derivas son tan o más dañinas que las otras, porque las primeras podrían ser parcialmente revocables mientras que estas últimas marcan el destino de algunos partidos políticos y cuentan con una resistencia violenta por parte de los que viven de ello. No ocurre solo en España y el diagnóstico es general en toda Europa. Pero eso no es un consuelo. No son buenos tiempos para la política y, lamentablemente, la prensa tampoco ayuda. Se están empezando a dar los primeros pasos hacia la impunidad y, en otra época que ingenuamente creí que había pasado, fue la antesala de la corrupción. Es posible que luego todo el mundo mire a otro lado y nadie busque su cuota de responsabilidad. Lo más seguro.

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