THE OBJECTIVE
Javier Benegas

Un presidente al que temer

«Lo que podría temer Sánchez es una alternativa política que vaya más allá del nosotros contra ellos, que hable más de los problemas de los españoles que de él»

Opinión
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Un presidente al que temer

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración: Alejandra Svriz

Cinco días ha tenido Sánchez al país engañado, elucubrando, sin caer en la cuenta de que el color de la fumata de Moncloa tenía truco. Ni siquiera se ha privado de utilizar al rey con el fin de burlarse de nosotros hasta el último minuto para finalmente, ¡oh, sorpresa!, comunicarnos que lejos de dimitir retoma las funciones de su cargo y, de paso, advertirnos de que no sólo va a seguir retorciendo el Estado de derecho, sino que está dispuesto a impedir que sus excesos sean denunciados.

Entretanto, ahí siguen las informaciones con sus fuentes, referencias y datos amontonándose, esperando a ser desmentidas o, en su caso, denunciadas en donde procede, en los tribunales. Sin embargo, Sánchez no ha hecho ni lo uno ni lo otro. Tampoco su doliente y amada esposa ha recurrido a cualquiera de estas dos opciones como sujeto jurídico de pleno derecho y no como grotesca Dulcinea. Esta pasividad debería levantar sospechas hasta en el más necio de los ciudadanos.

Ocurre que este kirchnerismo castizo en que ha devenido el sanchismo no puede hacer frente a la abrumadora cantidad de revelaciones en ponen en jaque su continuidad sin que, claro está, quede demostrado que no son bulos, sino informaciones contrastadas. Precisamente, para escapar de ese lazo Sánchez ha ideado este docudrama, cuyo primer acto arranca con una carta bochornosa y termina con una parodia de Ícaro; esto es, el maltratado presidente resurgiendo de sus cenizas.

Ahora, en el segundo, imbuido de una falsa dignidad tan cómica como la declaración de amor a su esposa, Sánchez parece disponerse a ajustar cuentas con jueces y periodistas, a acabar con la independencia judicial y poner punto y final a la libertad de información, lo que atenta no ya contra la prensa sino muy especialmente contra el derecho de los propios ciudadanos a la información.

Por devoción al poder, Sánchez se ha convertido en sí mismo en bulo, un bulo colosal. De tal suerte que, si en España se prohibieran los bulos, él quedaría irremediablemente proscrito. Pero, sobre todo, se ha mostrado como el alumno más aventajado de esa selección adversa que ha convertido los partidos, muy especialmente a los de la izquierda, en viveros de un relativismo moral sistematizado, a la medida de todos los que odian a la sociedad liberal, la democracia parlamentaria y el imperio del derecho.

«Sánchez utiliza el ímpetu de nuestra crítica para avivar el fuego de la polarización, que es su principal sostén»

La actitud de nuestro presidente me resulta tan brutal que me trae a la memoria el personaje de El silencio de los corderos. El psicópata que deslumbrado por la metamorfosis de los gusanos que renacen como esplendorosas mariposas, trata de emular el proceso de forma tan siniestra como ridícula confeccionándose un traje con la piel de sus víctimas. En este caso las víctimas somos los españoles. Y en vez de la piel, lo que Sánchez está dispuesto a arrancarnos es la libertad para vestirse con los fastos del poder.

A Sánchez le da igual nuestro disgusto. Utiliza el ímpetu de nuestra crítica para avivar el fuego de la polarización, que es su principal sostén. No obstante, que muchos ciudadanos manifiesten su irritación es cuando menos comprensible, y también que los diarios informen puntualmente de las tropelías, excesos y corrupciones del Gobierno es imprescindible. Sin embargo, la oposición política no puede limitarse a criticar, a repetir lo que es obvio, a ejercer, en definitiva, de cámara de eco de las tropelías de Sánchez para, a lo sumo, redoblar sus ataques contra él. Debería escapar de esta envolvente donde el presidente siempre se las ingenia para ser el protagonista. El único protagonista.

En un país tan asediado por los problemas, con el sistema de pensiones en quiebra técnica, con el índice de natalidad más bajo del mundo, con el desempleo juvenil y no juvenil más elevado de la Unión Europea, con trenes que de puro viejos descarrilan o se averían un día sí y otro también, con listas de espera quirúrgicas en cifras récord, con un endeudamiento feroz a pesar de que la presión fiscal no deja de crecer y con los españoles ingresando menos que los lituanos —algo impensable hasta ayer—, sólo se habla de Sánchez, a todas horas.

Quizá al ego de infantil de Sánchez le irrite la crítica, pero al político que también hay en él no le inquieta demasiado. De hecho, la procesa, la refina y la convierte en combustible. Diría incluso que está encantado de ser el centro de atención, que le excita que se hable de él a todas horas, aunque sea para mal. Le hace sentirse el Rey Sol.

«La crítica sin alternativa no funcionó en las pasadas elecciones generales, tampoco en las más recientes del País Vasco»

Lo único que podría hacerle temblar es que la oposición acertara a ir más allá de su persona, que usara sus tretas, abusos de poder e incompetencia como punto de apoyo para proponer una verdadera alternativa, y no sólo para criticarle porque sigue creyendo estúpidamente que eso bastará para removerle del poder y ocupar su lugar. La crítica sin alternativa no funcionó en las pasadas elecciones generales, tampoco en las más recientes del País Vasco. Y me temo que volverá a fallar en las catalanas y en las europeas.

Y he aquí el problema, que Sánchez conoce bien las limitaciones de sus adversarios. Sabe que, en un país en el que los partidos se han convertido en la tabla de salvación de los incompetentes, raro será el político que se atreva a ir más allá del nosotros contra ellos y proponer a los españoles un cambio radical. Una transformación tan profunda y necesaria que, por fuerza, no puede ser centrada, porque cuando una sociedad tiene por delante un horizonte tan oscuro está obligada a definirse, a escoger con claridad.

Esto es lo que podría temer Sánchez, que por algún extraño azar se propague una visión distinta que le trascienda, que vaya más allá del nosotros contra ellos. Un proyecto político alternativo que resulte verosímil, consistente e ilusionante porque atiende a los españoles, a sus inquietudes y preocupaciones… y porque, en definitiva, hable más de ellos que de él.

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