THE OBJECTIVE
El buzón secreto

El papel oculto de Araceli, impulso y freno del espía Garbo

Juan Pujol nunca habría sido un gran agente doble sin Araceli, su mujer. Los «locos» protagonistas del desembarco en Normandía

El papel oculto de Araceli, impulso y freno del espía Garbo

Juan Pujol y su mujer Araceli. | Archivos Nacionales de Reino Unido

Juan Pujol, Garbo para los aliados y Arabel para los nazis, fue el principal espía protagonista del éxito del desembarco de Normandía. Pero falta mencionar una figura, con relevancia propia, que permitió que el éxito del catalán fuera tan rotundo: Araceli González. Sin su papel capital, la historia de Garbo no habría llegado a nada. 

Juan Pujol era en 1938 un soldado de 26 años destinado en Burgos. Conoció a una chica, dos años menor que él, procedente de una buena familia de Lugo, guapa, simpática y buena conversadora, que trabajaba en el gobierno de Franco como secretaria del gobernador del Banco de España. Había sido enfermera en su localidad natal, pero el trabajo se le quedaba pequeño y su padre le consiguió un puesto en el centro de mando franquista.

Se enamoraron. Se lo pasaban genial juntos y congeniaban en lo más importante: odiaban la guerra, no creían en ninguno de los dos bandos contendientes. Rechazaban el comunismo y el fascismo, eran demócratas y soñaban con un mundo mejor. Compartían un compromiso idealista: todas las personas debían hacer lo que estuviera en sus manos para contribuir a construir un mundo mejor. Decidieron plasmarlo en la realidad.

Juan era más imaginativo, Araceli más lanzada. Formaban una buena pareja, todo lo hacían juntos. Pensaban qué hacer y decidieron con su inocencia convertirse en agentes secretos. Vivir la vida de engaño y traición para contribuir a que los nazis perdieran la Segunda Guerra Mundial.

Se presentaron en la embajada inglesa en Madrid y les propusieron convertirse en agentes dobles. El funcionario que les recibió se lo tomó a chunga. Centenares de agentes secretos eran formados por el SOE, la fuerza especial del espionaje, para que vivieran en Europa y obtuvieran información y boicotearan las actividades nazis. Antes de ser lanzados en paracaídas o transportados en barco, se les impartía cuatro meses de una preparación intensa y muy dura. La pareja Pujol ni siquiera sabía inglés. Jamás engañarían a los alemanes. Les despidieron con cajas destempladas.

Reciclados en franquistas españoles

Se sintieron decepcionados, pero no se amilanaron. Decidieron acudir a la embajada alemana. Si ante los ingleses se habían presentado como lo que eran, demócratas convencidos, ante los nazis se reciclaron en franquistas españoles que querían que Hitler consiguiera su objetivo de controlar Europa, para lo que estaban dispuestos a viajar a Inglaterra para convertirse en sus espías. No les tomaron por locos, fueron más pragmáticos. Juan y Araceli terminaron de convencerles cuando consiguieron un salvoconducto para viajar a Inglaterra.

Decidieron irse a Portugal y simular que habían viajado a Inglaterra. ¿En qué cabeza cabe que van a poder engañar a los alemanes con información robada a los ingleses, cuando nunca han estado allí y desconocen todo lo relativo a su potencial militar e instalaciones? Sin duda, la respuesta está en que no hay un solo loco en la operación, hay dos. A las ideas fuera de lógica de Pujol, se sumaba el apoyo incondicional de Araceli y la energía que le transmitía. Sin ella no habría podido pasar esos malos ratos.

¿Cómo fue que los alemanes terminaron creyendo a un hombre que nunca había estado en Inglaterra? Pujol, impulsado por su mujer, se lanzó por una catarata sabiendo que en cualquier momento le podían pillar. Arabel –Araceli bella- consiguió que los alemanes le creyeran hasta el punto de que su nombre en clave comenzó a aparecer en los mensajes cifrados enviados desde la embajada alemana en Madrid, interceptados por el espionaje inglés.

De nuevo, la pareja volvió a ponerse en contacto con los ingleses para ofrecerse a trabajar para ellos y rentabilizar su trabajo con los alemanes, pero los ingleses, muy cabezotas, siguieron rechazándolos.

Mientras se negaban a aceptarles entre sus agentes, en Inglaterra se vivió un momento convulso. Descubrieron que los alemanes tenían una fuente llamada Arabel que les informaba desde Inglaterra, pero con información falsa. No entendían lo que estaba pasando, hasta pensaron que los alemanes les estaban interviniendo las comunicaciones y se habían inventado a Arabel.  

Con el paso de los meses, Araceli decidió cambiar de plan: si los ingleses tozudamente no veían lo que estaban haciendo, hablaría con los estadounidenses para que intercedieran por ellos y su buen trabajo.

Un día se acercó al agregado militar de Estados Unidos en Lisboa, era la bala que les quedaba en la recámara. Su juventud, una leve sonrisa y su carácter decidido debieron sorprender al militar, que escuchó su historia. Consiguió lo más difícil, convencerle. Su intermediación llegó al MI5 que por primera vez relacionó a la fuente nazi Arabel con Juan y Araceli. Decidieron abrirles finalmente la puerta, se los llevaron a Londres y convirtieron al espía alemán Arabel en el agente doble Garbo.

Acaba el espionaje en pareja

El inicio de su nueva vida supone el fin de la relación estrecha que el matrimonio había mantenido para cumplir su sueño de ayudar a acabar con los nazis. Pujol era el imaginativo, el creador de esa pléyade de agentes inventados distribuidos por toda Inglaterra que había convencido de su valía al espionaje nazi. Araceli era el impulso, la capacidad de abrir puertas, el carácter lanzado. Unas cualidades imprescindibles para llegar hasta donde habían llegado, pero que tras aterrizar en Londres dejaban de ser de utilidad.

Su papel, con unas características distintas, pasó a ser ocupado por Tom Harris, un espía inglés que hablaba muy bien español. Harris se convirtió en el controlador de Garbo, el que le dirigía, trabajaba con él, le insuflaba ánimos. Araceli se convirtió en la esposa y madre de dos hijos del agente doble. Y nada más. De ser parte del equipo pasó a estar las 24 horas del día encerrada en una casa a las afueras de Londres, en Harrow, saliendo lo mínimo imprescindible, sin nada que hacer, viendo a su marido por las noches, siempre y cuando no tuviera trabajo.

Nada de su nueva vida iba con su carácter. Los días se le hacían interminables, su carácter jovial se apagó y comenzó a sentirse sola, tristemente sola. Se distanció de su marido. Él vivía por y para sus intrigas y engaños, que no podía compartir con ella. Este es el principal motivo de los divorcios que ensombrecen la vida de los espías españoles y de los de todo el mundo.

En esta situación, sucedió lo que tenía que suceder. Araceli quería alejarse de allí. Amenazó con acudir a la embajada española y contar todo lo que su marido estaba haciendo, si no le permitían regresar a España para ver a su familia.

Estalló el pánico. Toda la operación de engaño se podía ir al traste. Harris habló con ella intentando hacerla comprender la gravedad de la situación, pero no lo consiguió. Optó por una solución que la hiciera comprender: le anunció que su esposo había sido despedido por su actitud insensata.

No fue suficiente. Entonces fue Garbo, que ya había comenzado a distanciarse sentimentalmente de ella, el que dio con una solución más terrorífica. Harris fue un día a buscar a Araceli y se la llevó a un supuesto centro de detenciones donde supuestamente habían encerrado a su marido. Los dos se reunieron en una celda y al verle tan mal ella cambió de actitud y decidió callar. Habían salvado la situación desesperada.

Pujol siguió engañando a los alemanes. Su trabajo concluyó con un gran éxito que le hizo pasar a la historia: el 6 de junio de 1944 consiguió convencer a los espías de Hitler que el desembarco aliado que pondría fin a la guerra se llevaría a cabo por el paso de Calais, a 250 kilómetros de la ofensiva real en Normandía.

Las heridas de la guerra les separaron

La guerra concluyó y el futuro de Juan y Araceli se vislumbró complicado. La pareja seguía junta, pero no por mucho tiempo. Las heridas de la guerra entre los dos eran muy profundas y habían perdido la confianza de antaño. Se escondieron juntos en Venezuela, pero sin perspectivas de futuro. Araceli decidió romper el matrimonio y volverse a vivir a España con sus tres hijos. Luego vendría el fallecimiento fingido y publicitado de Garbo para que nadie le buscara.

Araceli se instaló en Madrid, donde decidió que sus hijos nunca sabrían nada de lo que habían hecho durante la Segunda Guerra Mundial. Trabajando como guía de ingleses y estadounidenses que visitaban Madrid, en 1958 se casó con uno de ellos, Edward Kreisler, que adoptó a sus hijos y los crió como si fueran suyos.

Su silencio sobre su pasado acabó cuando sus hijos fueron mayores y quisieron conocer datos de su padre. Ella les habló con discreción y les contó algunas cosas, que nunca trascendieron. Hasta que con motivo del 50 aniversario de la victoria sobre los nazis, Pujol volvió a la vida tras ser descubierto por un periodista inglés. Aceptó regresar a Inglaterra para los actos conmemorativos. Su hijo Juan se enteró de la noticia y le preguntó a su madre si su padre, al que él creía muerto, en realidad estaba vivo. 

Después de tantos años, Pujol pudo ver a sus tres hijos y a sus nietos, con los que desde entonces mantuvo una relación telefónica y por carta. Un día, volvió a Madrid y cenó con Araceli. Los dos rememoraron los tiempos pasados y los buenos momentos pasados juntos, seguro que especialmente aquellos en los que formaron equipo hasta llegar a Londres. Juan Pujol murió en Venezuela en 1988 y Araceli lo hizo en Madrid dos años después. 

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