María Jesús Espinosa de los Monteros
«Si de algo habla Lorca en Doña Rosita es del paso del tiempo, del jardín de la memoria por el que paseamos cuando menos cuenta nos damos»
«Lo hagas bailando, cantando o haciendo el pino, gracias, Rosalía, por mantener vivo al poeta»
Se cumplen ochenta años de la muerte de aquel extraordinario ser que fue Antonio Machado. Había cruzado a pie el infierno pirenaico y al llegar a la coqueta pensión de Colliure dijo basta.
En este país si citas a Lorca en tuiter (por cierto, si vamos de poetas republicanos y homosexuales, yo soy más de Cernuda) y pergeñas una novela de primavera ya eres un tipo culto. Incluso llegas a ministro de la cosa.
Federico es un poeta que todavía no ha conocido su verso. Apenas se ha dejado llevar por la marea académica en la que le ha sumergido su madre, y nadie excepto los chopos del patio de su casa, que le susurran con cariño su nombre (…Fe-de-ri-co…), sospecha que estamos delante del bardo más universal del siglo XX hispánico.
No por frecuentes estas noticias dejan de sorprendernos. Hace unos días Andrea Levy habló de libros en una entrevista llegando a afirmar que la lectura de Lorca había sacado su vena más revolucionaria y reivindicativa. Para algunos esto fue una desfachatez. Corrieron a las redes sociales para lanzar una violenta arremetida contra la vicesecretaria de Estudios y Programas del Partido Popular.
Que en esta primera semana del año era dura la competencia por el tema que nos mantendría ocupados durante siete días es innegable. Ahí estaba la Toma de Granada –tan tradicional su celebración como, creo que desde este 2017 recién estrenado, su cuestión y su polémica- y el vestido de Cristina Pedroche, quien encendía todo tipo de materias posibles: tangibles e intangibles, cuerpos y palabras. A ver quién, tomando la toma de la tangente, se colaba entre esas dos discusiones, carne de remix tuitero en el ruedo hispánico, con r de redes sociales. Del tema al toma, y del toma al tomo. De lomo, se entiende.
Si algo tienen en común todos los poetas verdaderamente importantes es que, más que proponer respuestas para las grandes preguntas, nos dejan sumergidos en nuevos interrogantes, enfangados en una incertidumbre definitiva pero extrañamente reconfortados, acompañados, comprendidos. No hay nada que resolver, parecen decir, no hay nada que descifrar, y la única solución posible a los tres o cuatro enigmas esenciales está en la propia constatación del misterio, de su profundidad, de su inmensidad, de su dramática belleza.