«No asistimos a la entronización de la ciencia, sino a su sacrificio ritual en el altar del electoralismo»
«Pese al empeño de tantos, estas mentiras no desaparecen ni parecen remitir. No lo harán porque el arte de la mentira es tan antiguo como el de la política. Y siempre han ido de la mano»
Una de las grandes preguntas a las que se enfrenta el periodismo en la era de la posverdad es qué hacer con los malos: al informar sobre ellos se corre el riesgo de hacerles de altavoz. Por otro lado, interesan. El periodismo se hace la pregunta y trata de dar una respuesta a la vez que sucede y se enfrenta a eso (las reflexiones en torno a cómo tratar a los malos en los medios han ocupado casi lo mismo que los ejemplos mismos). Para un observador atento, el espectáculo es fascinante.
La lista de 2018 contiene cuatro palabras, ‘micromachismo’, ‘fake news’, ‘procés’ y ‘posverdad’, que ya figuraban en la de 2017.
La profesión periodística, en España, se lo merece casi todo. Pero constituye un ensañamiento innecesario y cruel que el Gobierno de Pedro Sánchez hable ex cátedra sobre la ética en la labor periodística.
Un banco de alimentos es un observatorio de la pobreza. El reparto de comida entre los más necesitados no tendría sentido sin un protocolo que cuantificara la demanda por municipios, distritos, barrios; que constatara, por ejemplo, la existencia de un súbito pico de menesterosos en un área determinada y, en razón de ello, y en cooperación con los servicios sociales de la localidad, evaluara a qué obedece, de qué modo paliarlo o si va acompañado de otras carencias. Se trata de que la beneficencia no sea únicamente un parche más o menos redentor, sino también una oficina de monitorización de la miseria o, por emplear un tecnicismo al uso, del riesgo de exclusión social. Para los (des)amparados, obviamente, esa cuota de burocracia suele ser desagradable. Nombre, estado civil, número de hijos, profesión… Nadie responde de buena gana a la taxonomía de su propia desventura.
Estos días de verano, ya en plena canícula, se está elevando el post-turismo a los altares de las tendencias. Según cuentan, consiste en hacer viajes sin el estrés de cumplir un programa implacable para completar todo-lo-que-hay-que-ver, y por supuesto fotografiarlo, sino viajar para disfrutar de la experiencia, ya sea sentarse en una terraza a probar un vino de la tierra o asistir a un espectáculo. Bien, sí, ¿pero esto es nuevo? Está bien que vaya cundiendo el gusto de viajar no por consumismo sino por placer, pero es algo tan viejo como el mundo. Ya lo predicaba Ibn Battuta. Suele suceder que descubrir nuevas tendencias sólo sea una coartada para inventar nuevas etiquetas.
Los rumores tienen la piel dura. Por no entrar en los que siguen vivos, baste recordar un par de ellos de hace casi medio siglo: uno, que la guapa actriz Sonia Bruno, recién casada con uno de los astros del Real madrid ye-yé, Pirri, había dado a luz un bebé… negro; otro, que Sol Quijano, la esposa del ministro de Asuntos Exteriores de aquella remota época, Fernando Castiella, se había fugado con el chófer de su coche oficial. Ambas historias eran palmariamente falsas y fáciles de desmentir, pero en los -bien llamados. mentideros madrileños circularon durante meses.
Alguna vez lo he mencionado ya, con tono medio (pero solo medio) jocoso; que, dado que los economistas fueron incapaces de predecir la última gran crisis económica, y los politólogos no vieron venir casi ninguno de los convulsos resultados electorales que nos legó 2016, es el momento en que se nos dé una oportunidad a otros profesionales, a menudo postergados: los filósofos. De hecho, alguien que hubiera seguido con atención los últimos treinta años de filosofía no se habría sorprendido demasiado por el éxito que ha cobrado últimamente el término “posverdad”, declarado “Palabra del año” por los diccionarios Oxford en 2016.