Pascal Quignard, al hablar de la melancolía, cita a Homero. Leemos en la Ilíada: «Objeto de odio para los dioses, solo en la llanura de Alea, yerra un hombre cuyo corazón devora la tristeza y que evita la huella de todos los demás». El melancólico, el solitario, es el hombre apartado por los dioses, desechado por la sociedad. Dante lo sitúa en el infierno, al igual que John Milton. Es el mundo perdurable de los solitarios, hechizados por belleza frágil contenida en el tiempo, que se empeñan en reducir a cenizas el instinto continuo de la pasión. «Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris», reza el calendario litúrgico; es decir, «recuerda que eres polvo y al polvo volverás».