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Como moscas a la miel: Cuando un barrio entero se convierte en colmena

Esta es la historia de un barrio que empezó a hacer miel sin panales, de un Ayuntamiento que presume de ‘verde’ pero le asusta el aguijón de las abejas y de un artista que encontró una grieta y soñó que de ella un día manaría miel.

Como moscas a la miel: Cuando un barrio entero se convierte en colmena

Nadie suele darle importancia a seres que miden poco más que una de las falanges de nuestro meñique. Y si lo hacen es para gritar aterrorizadas: “¡Cuidado que pican!”. Pero como ocurre a menudo, las existencias diminutas, cuando se unen, tienen la fuerza de un titán y gracias a ellas el resto seguimos con vida. Esta es la historia de un barrio que empezó a hacer miel sin panales, de un Ayuntamiento que presume de ‘verde’ pero le asusta el aguijón de las abejas y de un artista que encontró una grieta y soñó que de ella un día manaría miel.

 

Innumerables plantas y animales desaparecerán de la faz de la Tierra; nuestra alimentación será tan monótona como la música de ascensor, la economía caerá en picado, menos las empresas de suplementos vitamínicos, que harán su agosto; y en conjunto, la diversidad del planeta y su complejo equilibrio ecológico y hasta el aire que respiramos cambiará por completo. Un verdadero shock medioambiental. Y no, no es el argumento de una novela de Ballard, sino lo que amenaza a ocurrirnos si la población de abejas, que según datos de Greenpeace es de entre 25.000 y 30.000 especies en el mundo (más de mil en España), sigue cayendo de una forma tan alarmante.

Para paliar el desastre y crear un vínculo entre las ciudades y el mundo natural, muchos países como Francia, Inglaterra o Estados Unidos, apuestan por la apicultura urbana; de forma que es fácil ver pequeñas colmenas en las azoteas de muchas ciudades, donde existe un control de las abejas responsables de la polinización de las plantas. Sí, pequeñas y diligentes obreras y su reina realizan lo que los expertos llaman ‘servicios ecosistémicos’ a la comunidad. No obstante, en nuestro país la apicultura urbana está prohibida porque pone en riesgo la salud de sus vecinos. Contradictorio, ¿no?

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«Nos sentimos como unos recopiladores de historias vecinales», Alfonso Borragán. | Foto: Mercedes Gómez.

 

Este fue el principal problema que tuvo que encarar el cántabro Alfonso Borragán, uno de los artistas que participaron en la exposición Beehave de la Fundación Miró, cuando quiso colocar un panal desarrollado sobre una grieta en un muro del barcelonés barrio del Clot y que unos apicultores fuesen a cuidarlo. “La idea proviene de una historia que me contaron algunos abuelos de mi pueblo, que de pequeños iban a beber miel de una grieta que había en la montaña porque arriba había un panal muy grande. La relación que mantenían con los insectos me pareció bellísima”. Y como no pudo llevarla a cabo, se le ocurrió que el barrio al completo se convirtiera en abeja.

 

 

“Mi trabajo tiene un gran carácter colectivo y pensé que el Clot era un lugar fascinante por su tejido asociativo, y su vinculación histórica con el ‘Clot de la Mel’. Así que comenzamos a reunimos con colectivos y vecinos del barrio para hacer miel artificial, utilizamos azúcar blanco refinado, agua y glucosa, que en el fondo es la historia también de la colonia y de nuestro consumo de dulce hoy en día”, cuenta el artista, que en el proceso ha invitado también a gente externa al barrio como el biólogo molecular Francesc García, la historiadora Núria Bàguera o el apiterapeuta Samuel Branc para ‘permear’ con conversaciones el panal humano.

Borragán ya había trabajado con abejas anteriormente en el proyecto Marentus, donde unas cámaras fotográficas registran la vida de los insectos dentro del panal en una fotografía de casi dos años de exposición generando, dice, “imágenes casi arqueológicas”. “He aprendido mucho sobre las abejas en estos cuatro años gracias al apicultor Ramón Paz, gran amigo con el que colaboro, este proceso me llevó a incorporar panales en mi estudio en Cantabria, donde seguimos experimentando. Para mí ingerir o meter algo en el cuerpo es usarlo como un soporte hecho de memoria, historia y mitología”.

 

‘El Clot de la Mel’

De pie sobre una tarima frente al mercado de El Clot, donde al menos una treintena de vecinos llenan sus tarros de miel y curiosean los paseantes como moscas atraídas por el dulce, el historiador y vecino del barrio Clot, Enric March lee la leyenda del ‘clotus mellis’ (El Clot de la Mel), que cuenta cómo en la Edad Media en el barrio se hacía miel, aunque el origen del nombre todavía sea incierto.

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El historiador Enric March lee la leyenda del ‘clotus mellis’. | Foto cedida por Alfonso Borragán.

 

March encontró restos históricos desde los que recompuso esta leyenda: un invernadero en donde se vendían sanguijuelas, hierbas medicinales y miel. Cuando las ‘rameiras’ iban a la montaña de Collserola para recolectar hierbas, bajaban a venderlas al Clot y al Borne, especialmente durante la Feria de Sant Ponç, que se celebra a mediados de mayo en la ciudad.

Aunque desde 1817 los puestos de herbolarios y artesanos se emplazan en la calle Hospital, en el céntrico barrio de El Raval, no siempre fue así. Antiguamente, el Clot también celebraba esta festividad.

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El dulce esfuerzo comunitario que continuará el próximo Sant Ponç. | Foto: Mercedes Goméz.

 

No hay un origen claro de ‘mellis’. Pero Enric March conocía a muchas familias del barrio con una larga tradición de ‘rameiras’, que luego él mezcla con la situación de la prostitución, con el simbolismo de la bruja y la ocultación de lo pagano en lo cristiano. Y sobre todo su relación con las hierbas medicinales, que aparecen a menudo en las conversaciones que mantenemos con los vecinos.

«Lo bonito –resume- es que nos sentimos como unos recopiladores de historias vecinales, unos espectadores. Es un proyecto que no tiene por qué acabar aquí, ojalá siga para que la miel del Clot exista”.

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