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Cultura

Laura Ferrero: «Es de esa fractura de lo cotidiano de donde surge la literatura»

Laura Ferrero publica ‘La gente no existe’ y es una excusa perfecta para hablar con ella de todas esas cosas de las que surge su literatura: de la vida misma

Laura Ferrero (Barcelona, 1984) eliminaría el término ‘optimizar’ del diccionario y las tres palabras que más dice son ‘no lo sé’, y eso habla de quién es y de cómo escribe.

Los gurús del positivismo le dan alergia porque esto de vivir no va de «hacer, hacer y hacer», ni de moverse continuamente en lugares comunes y eslóganes «que quedarían mejor en una taza de café». Hablar de la tristeza es igual de importante que hacerlo de la alegría, pues «es igual de luminosa», y eso también nos da una pista.

Considera que crecer debería significar plantarte ante tus propios abismos, pero el escapismo siempre está ahí y puedes vivir toda tu vida sin hacerlo. Por suerte o por desgracia, todos tenemos una vida parecida en su cotidianidad y la literatura que la retrata puede ser un espejo involuntario.

Así que Laura recoge retazos del día a día y deja que reposen en un caldo de ausencias, de anhelos, de destellos de alegría, de amor, de dinámicas familiares, de pérdida. De humanidad, en definitiva. Entonces escribe y sus personajes, que llegan desde un lugar muy íntimo a través de la «fractura de lo cotidiano», molestan conciencias y remueven entrañas: te plantan ante tu propio abismo.

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‘La gente no existe’ (Alfaguara), el nuevo libro de relatos de Laura Ferrero, ya está disponible en tu librería de confianza. | Foto: Alfaguara

Empezó con los relatos de Piscinas vacías autopublicándose, pero de eso hablaremos más adelante. Llegó su primera novela, Qué vas a hacer con el resto de tu vida. Después, las historias ilustradas de El amor después del amor. Y ahora publica La gente no existe, también una colección de relatos, y de eso hemos venido a hablar aquí. De eso y de otras muchas cosas.

Cuando escribes rascas en la superficie de lo cotidiano. Tratas esos temas, como comentaste una vez, «sólo surgen después de la segunda copa de vino». ¿Por qué sólo surgen después de esa segunda copa?

Porque nos desinhibimos. Tengo la sensación de que todos mantenemos conversaciones muy en la superficialidad. Puedes decir tengo una mala racha o no es mi mejor semana, pero la mayoría de las cosas importantes no las tratamos, nos movemos en lugares comunes. Después de esa segunda copa de vino, se da el ambiente y empiezan a salir las cosas que preocupan. Mi escritura nace de todos esos temas que en apariencia no están, pero si rascaras un poco saldrían. Es de esa fractura de lo cotidiano de donde surge la literatura.

Parece que el día a día nos anestesia emocionalmente.

Porque vamos con el piloto automático. Vivimos volcados en el hacer, hacer, hacer. Y cuando dejas de hacer te agobias, se te comen los pensamientos porque no tenemos normalmente ese espacio para nosotros. No sé si sabemos estar con nosotros mismos.

La culpa es uno de los sentimientos base para tus personajes. ¿Crecer es liberarse de esa sensación de deuda con los demás y con uno mismo?

Creo que no tiene tanto que ver con crecer. Imagino que te podrás liberar de ese sentimiento, pero al final viene de darse mucha importancia a uno mismo en lo malo. El tema de la religión tiene un peso súperimportante en la construcción de la personalidad, sobre todo si has ido a colegios religiosos. El tema de la culpa católica está ahí. Todo es culpa tuya, hagas lo que hagas: de pensamiento, omisión, acción… Crecer con eso es muy limitante.

¿Es un sentimiento que afecta más a las mujeres?

Creo que sí, pero es una opinión, nada empírico. El no saber decir que no, no saber dónde están los límites. Ahora hablamos mucho más de abusos, pero hace años lo veías por la tele y pensabas que eso no te podía pasar a ti. ‘Gangrena’ [uno de los relatos] es como un descenso a los infiernos. Ese no sabía que no podía permitirlo, porque no te enseñan a decir que no a las cosas que no quieres hacer. Crecemos con el sentimiento de que hay que complacer, que sonreír, que ser amable. Esa obligación de complacer nos ha roto y ha roto muchas relaciones.

Da la sensación de que los discursos feministas se centran en grandes eslóganes y no acaban de llegar a eso, que es la base de todo.

Estoy contigo. También tenemos tiempo para eslóganes, pero no para pararnos a pensar en lo que hay detrás de ellos. Los eslóganes son necesarios; ese feminismo como de impacto. Pero detrás hay mujeres a las que hay que dar voz, historias que nos han ocurrido a todas.

Pequeñas historias –sean reales o ficticias– pueden ayudar a abrir los ojos más que ese feminismo ‘de impacto’.

Por eso es súperpoderosa la literatura y también el cine. Porque tu piensas cuando ves los titulares a mí eso no me ha pasado. Pero una historia más cercana te puede llevar a pensar en tu relación y darte cuenta de que sí, de que tampoco estás tan lejos.

Lo que escribes remueve emociones duras: la pérdida, la tristeza, el desencanto. ¿Qué le dirías a un gurú del positivismo?

A mí me da un poco de alergia todo ese tema. Hace poco leí a alguien que decía la salvajada siguiente: La depresión te la creas tú mismo. Pensé: Guau. Tienes que estar muy fuera de la vida para decir eso, para vender libros diciendo eso. Llevamos diciendo todo este rato que vivimos en un mundo de eslóganes. Como los de la pandemia ‘Saldremos reforzados’ o ‘todo va a ir bien’, que quedan muy bien en una taza de café pero en la vida no sirven para mucho, porque si tú estás atravesando un momento malo, lo peor que te va a venir es que te digan salte a tomar unas copas y pásatelo bien. Es lo de la sociedad del hacer y hacer. Todos pasamos por momentos tristes y hablar de eso es tan necesario como hablar de la alegría, es una parte igual de luminosa.

¿Qué rasgo tuyo crees que te ha ayudado más como escritora?

Escribo desde los 11 años, pero nunca pensé que podría publicar. Tenía mi trabajo de editora y otras mil cosas y, además, escribía. La paciencia y el ser consecuente con las cosas que quieres hasta el final es un rasgo que me ha demostrado que, también con un poco de suerte, las cosas salen. Es la paciencia y el no tirar la toalla en un mundo muy precario para los escritores, en el que tienes que tener 400 trabajos y escribir los fines de semana.

Son dos buenas cualidades, sobre todo teniendo en cuenta que empezaste autopublicándote. ¿Cómo fue superar ese estigma?

Cuando lo hice era de los primeros packs de autopublicación que había, pero ya estaba ese estigma de Ai, pues igual es que no valía nada el libro. Cada uno con sus prejuicios, es lo de siempre, no son otra cosa que limitaciones.

Has trabajado en el mundo editorial. ¿Te afecta a la hora de escribir porque sabes a lo que te enfrentas y lo conoces desde dentro?

Como sabía lo que era, me autopubliqué. Si no, me habría pasado un año llamando a todas las editoriales. Entonces trabajaba en una editorial y no le enseñé mis relatos a mi jefa porque sabía que no era lo que estaban buscando.

Leila Guerriero tiene un texto que me encanta sobre esas cosas que le ayudan a escribir. ¿Qué te ayuda a ti?

A mí me ayuda no entender las cosas. Louise Glück dice «la certeza, esa cosa muerta». Desde el saber más absoluto no salen la literatura ni el arte. Yo escribo porque no entiendo las cosas y necesito entenderlas, que pasen por mí antes de contarlas.

También me ayuda la lluvia, estar en un tren, en movimiento, viajar, las conversaciones después de la segunda copa de vino, una conversación de una señora con su hijo por teléfono en un autobús. No son grandes cosas, pero no necesito más.

Me gusta esta idea de escribir desde la humildad y no desde un altar de sabiduría.

También tiene que ver con maneras de ser. Yo no me sentiría cómoda con hacer eslóganes porque luego no los sabría defender.

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