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Las telenovelescas guerras y la tragedia comercial del vino español

Es una carrera contra el reloj para uno de los más antiguos y tradicionales sectores de nuestra vida económica

Las telenovelescas guerras y la tragedia comercial del vino español

Scott Warman | Unsplash

El mundo del vino español está en guerra, o sería mejor decir que «en guerras» de diferente índole. Es algo inherente a las tensiones y ambiciones en este mundo entre agrario y señorito, y no sucede solo aquí, claro: baste recordar el enorme éxito, hace muchos años, de la serie norteamericana Falcon Crest… Pero en España se unen los conflictos familiares, a veces por exceso de éxito y los consiguientes celos de unos u otros y más a menudo por las dificultades en el mercado, con un conflicto más general y extendido, el de una estructura mal planteada en la que prima la producción masiva de vinos baratos, con ingresos bajísimos para los viticultores que son los que sacan la viña adelante.
El plan Falcon Crest da más recorrido para la prensa del corazón y algún realizador que quiera versionar aquí aquella serie. Incluye el caso del rechazo de toda la familia Falcó a la hoy famosa Esther Doña cuando se casó con el marqués de Griñón, medio siglo mayor que ella, un matrimonio roto por la pandemia.

 

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No han sido infrecuentes las rupturas familiares en bodegas igualmente familiares, que muchas veces se partían en dos o más nuevas: en el mundo del cava, los Raventós de Codorniu con los Raventòs i Blanc; en Ribera del Duero, dos ejemplos de bodegas de gran prestigio que llevaron años en resolverse o no se han resuelto, como es el caso de las luchas internas de la familia Álvarez en Vega Sicilia y el de la ruptura del gran renovador de la zona, Alejandro Fernández, de Tinto Pesquera, con su mujer y tres de sus cuatro hijas, que lo echaron físicamente de la bodega. También ha fallecido Alejandro hace pocos meses.
En Rioja, la gran región clásica, se han dado muchos casos como el de la familia Martínez Bujanda, hoy partida en dos -y ambos lados con buen éxito-, y allí los divorcios vinícolas han sido particularmente numerosos. Como ha sucedido en Jerez, una zona histórica que apenas ahora empieza a recuperarse tras los años de ruina provocados por la apuesta por los vinos baratísimos para exportarlos, y de donde han desaparecido nombres de casas célebres como Domecq.
Y el gran drama, ya con pocos apellidos famosos -si acaso, los de las dos mayores empresas bodegueras de España, García Carrión y Félix Solís-, es el de esa anónima zona intermedia de Extremadura, Castilla-La Mancha, Valencia y Murcia de la que salen los contenedores en tren con millones de litros de vino a granel, a precios bajísimos (este año, 38 céntimos de euro el litro), lo cual significa que se ha pagado aún menos a los viticultores por cada kilo de uva, a menudo por debajo del coste de producción.

Las protestas de las organizaciones agrarias crecen, pero no son ellas las que tienen la sartén por el mango

Las protestas de las organizaciones agrarias crecen, pero no son ellas las que tienen la sartén por el mango. Y por esa razón, las jóvenes generaciones abandonan el cultivo de la uva, y España se va quedando sin viñadores justo en el momento en que, en el sector de los vinos embotellados, la calidad está subiendo sin cesar y quizá los mercados reaccionen bien. Es una carrera contra el reloj para uno de los más antiguos y tradicionales sectores de nuestra vida económica y, por qué no decirlo, de nuestra cultura.
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